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Mandíbula de Mauer, asignada en 1908 por Otto Schoetensack a la especie Homo heildelbergensis.

La ciudad de Heidelberg tiene un encanto especial. Quizá ese atractivo radica en su reducido tamaño en comparación con las grandes urbes de Alemania. Sus estrechas calles del centro histórico permiten tranquilos paseos para ir de compras o buscar un buen restaurante donde comer. Heidelberg está rodeada de espesos bosques de pinos y abetos y bordeada por el caudaloso rio Neckar. La ciudad no supera los 150.000 habitantes y tiene el honor de poseer la Universidad más antigua de Alemania, además de disfrutar de una calidad de vida envidiable. El hecho de estar situada a una altitud de poco más 100 metros sobre el nivel del mar y a una latitud de 49 grados norte le confiere un clima suave, perfecto para nosotros y para nuestros ancestros del Pleistoceno.

Es difícil saber si Europa fue colonizada en diferentes oleadas de población. Mi apuesta es que Europa fue colonizada poco a poco y en diferentes momentos desde hace al menos 1.500.000 años por humanos cada vez mejor pertrechados y adaptados a los climas cambiantes del hemisferio norte. Las poblaciones más antiguas no se apartaron demasiado de la templadas regiones del Mediterráneo. Al menos esto es lo que nos demuestra la casi total ausencia de yacimientos en el norte de Europa en la franja temporal de entre 1.500.000 y 800.000 años. Sin embargo, algo tuvo que cambiar hace unos 600.000 años. A partir de entonces, los lugares con evidencias arqueológicas se multiplicaron por toda Europa. Encontramos esas evidencias en los límites del paralelo 52, a un paso del mar del Norte y el Báltico. La fauna sufrió un progresivo recambio y los humanos, que lograron colonizar regiones cada vez más septentrionales, trajeron consigo una nueva tecnología.

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Secuencia estratigráfica arenosa dejada por el río Neckar hace más de medio millón de años.

En 1907, el antropólogo alemán Otto Schoetensack (1850-1912) realizó prospecciones en los sedimentos arenosos que el río Neckar había dejado a su paso por la región donde hoy en día se encuentra la ciudad de Heidelberg. El curso actual del río Neckar está algo más encajado que hace medio millón de años y aquellos sedimentos habían quedado alejados unos 24 metros de la orilla del río. Los sedimentos, próximos a la pequeña aldea de Mauer, se podían explorar sin complicados esfuerzos logísticos. Uno de los niveles contenía, entre otros, restos fosilizdos de osos, hienas, lobos, rinocerontes, bisontes, alces y tigres dientes de sable. Aquellas especies sugerían una cronología muy antigua, que en aquellos años todavía era difícil de estimar. Junto a los restos de animales se encontró una mandíbula humana de aspecto masivo y molares relativamente pequeños en comparación con el hueso. Otto Schoetensack se apresuró a realizar un primer estudio descriptivo de la mandíbula y en 1908 nombró una nueva especie: Homo heidelbergensis.
La mandíbula fue tenida como el resto fósil humano más antiguo de Europa hasta 1994. El 8 de julio de ese año se obtuvieron los restos de Homo antecessor en el yacimiento de la Gran Dolina de la sierra de Atapuerca. Para entonces ya se sabía que la mandíbula de Heidelberg tenía una cronología aproximada de 600.000 años. Los fósiles humanos encontrados en Europa entre 1933 (Steinheim, Alemania) y 1993 (Boxgrove, Reino Unido) no superaban los 400.000 años de antigüedad.

Durante buena parte del siglo XX se propusieron diferentes nombres de especies del género Homo para cada uno de los fósiles encontrados en Alemania, Francia o el Reino Unido. Esos nombres apenas han trascendido. Pudo suceder lo mismo con la especie Homo heidelbergensis, pero alguien rescató el nombre del baúl de los recuerdos y lo puso de nuevo encima de la mesa. Todo sucedió por un cúmulo de circunstancias. En los años ochenta del siglo XX ya se conocía un buen puñado de fósiles de África y Eurasia, que parecían haber derivado hacia la morfología de nuestra especie y se alejaban por ello del aspecto más primitivo de la especie Homo erectus. En términos coloquiales se hablaba entonces del Homo sapiens arcaico. Resultaba evidente que algo había ocurrido en la evolución del linaje humano y que los cambios habían sucedido hace en torno a medio millón de años, sino antes. Al mismo tiempo, cobraba fuerza la idea de que nuestra especie tenía un origen único y bien localizado en el África subsahariana (teoría de la Eva negra o de la Eva mitocondrial). Con esta hipótesis empezaba a desterrarse la idea de que Homo sapiens había surgido en diferentes lugares de África y Eurasia a partir de la evolución de Homo erectus.

La teoría de la Eva mitocondrial también dejó a los Neandertales fuera de juego. Se apartaron de Homo sapiens y se rescató para ellos el viejo nombre binomial de Homo neanderthalensis, acuñado en 1864 por el geólogo William King. Sin embargo, los neandertales tenían mucho en común con nosotros. De algún modo estaban directamente emparentados con las poblaciones de nuestra especie. Fue así como se tomó la decisión de buscar un antecesor común para Homo sapiens y Homo neanderthalensis, como especies primas hermanas. Descartada la especie Homo erectus, por su morfología tan primitiva, se pensó en alguna población con caracteres más “modernos”. Y fue cuando alguien se acordó de la mandíbula de Heidelberg. A pesar de su aspecto masivo, sus molares tenían una morfología muy parecida a la nuestra. Quizá este fósil europeo representaba a una especie extendida por distintas regiones del planeta y que estaba directamente relacionada con la humanidad actual.

filogenia

Un ejemplo de la filogenia de los homininos, en la que Homo heidelbergensis representa el último antecesor común de los neandertales (Homo neanderthalensis) y de las poblaciones modernas (Homo sapiens).

A pesar de tratarse solo de una mandíbula de aspecto muy particular, el nombre de Homo heidelbergensis fue elegido por un grupo de científicos de prestigio como el último antecesor común de los neandertales y de las poblaciones modernas. Esta especie habría surgido en alguna región de África o Eurasia y habría experimentado cambios hacia la modernidad. Así fue como la especie Homo heidelbergensis pasó a ocupar un papel muy relevante en nuestra evolución.

El nuevo paradigma expresado en los párrafos anteriores tiene fortalezas y debilidades pero, en mi opinión, se acerca más a la verdad que la vieja hipótesis de una evolución multirregional en diferentes lugares del planeta a partir de la especie Homo erectus. Esta última pudo quedar restringida a una parte del continente asiático y terminó por desaparecer, tal vez dejando algo de su rastro genético en las poblaciones de nuestra especie. Otra cuestión es cuando y donde surgió esa “modernidad”, de la que nosotros somos el resultado final.

Pienso que Homo heidelbergensis carece de realidad biológica. Se trata de una especie formalizada a partir de especímenes muy alejados geográficamente, cuyo denominador común es el de no poder ser incluidos en Homo erectus. Sin embargo, esta especie representa un buen concepto para trabajar y entender el escenario evolutivo de la humanidad en el último millón de años. Sin duda, todavía estamos lejos de entender ese escenario en su verdadera dimensión.