Aunque de manera intuitiva todos tenemos un idea razonable del concepto de inteligencia, los especialistas han dedicado años a este problema sin encontrar un método convincente. En nuestra especie se sabe que las capacidades intelectuales son muy diversas y que cada uno de nosotros tiene habilidades particulares, en algunos casos muy desarrolladas. Los expertos han diseñado cuestionarios y experimentos para medir la inteligencia, aunque ningún método parece cumplir todas las expectativas. El mismo hecho de que las habilidades de la mente sean tan diversas impide en la práctica decidir si, en términos generales, un individuo es más inteligente que otro. Cada uno tiene sus propias capacidades y esto es lo que nos debería importar.
Si pensamos en los vertebrados podríamos medir la inteligencia por la velocidad y el éxito con la que cada especie afronta, resuelve y sobrevive a los problemas que le plantea el medio ambiente. La definición parece sencilla, pero lo complicado es encontrar el modo de medir la inteligencia. El tamaño o el peso del cerebro se descartaron muy pronto como medidas directas de la inteligencia. Todos sabemos que el peso del cerebro de las ballenas puede llegar a los 9 kilogramos y que un chimpancé (400 gramos) es sin duda más inteligente que una ballena.
La comparación del peso del cerebro con el peso corporal (peso relativo del cerebro) nos aproxima algo más a la solución del problema. Aún así, este parámetro no parece darnos la solución definitiva. En los ratones o las musarañas, por ejemplo, el cerebro representa aproximadamente el 10% de su peso corporal. Nuestro cerebro representa el 2% del peso corporal. Nadie dudará de que somos algo más inteligentes que los ratones.
Los expertos trataron entonces de solucionar el problema separando las especies en grupos afines. No podemos comparar los ratones con las ballenas o con los elefantes. Comparemos los ratones con especies similares y, si es posible, de su mismo grupo taxonómico. Siguiendo este criterio se creó el llamado “coeficiente de encefalización” de un grupo determinado, tomando a alguna de las especies como referencia (coeficiente=1). Este método parecía mejorar los resultados, pero tampoco cumplía las expectativas. Por ejemplo, si consideramos el orden primates los humanos resultamos ser los más inteligentes. Sin embargo, los monos capuchinos (género Cebus) resultaron tener un coeficiente de encefalización más elevado que el de los chimpancés o los gorilas. Este resultado no resultó demasiado convincente.
Así las cosas, se han ido abandonando los métodos tradicionales y se ha buscado la solución dentro del propio cerebro. El problema parece lejos de resolverse, pero ya existen observaciones muy interesantes. El primer dato que se tuvo en cuenta fue el número de neuronas que existe en la zona cortical del cerebro. Este dato también está relacionado con el tamaño absoluto del cerebro y exige precaución a la hora de obtener conclusiones. Sin embargo, resulta interesante comprobar que los humanos disponemos de cerca de 6.000 millones de neuronas en el córtex cerebral, frente a los 10.500 millones de las ballenas. Pensemos que el cerebro de la ballenas pesa entre 3 y 9 kilogramos, mientras que el cerebro humano pesa en promedio 1,35 kilogramos. Los gorilas, que duplican nuestro peso, tienen 4.300 millones de neuronas en el córtex cerebral. Son datos alentadores, pero sin duda hay algo más. Estamos seguros de ser más inteligentes que las ballenas (o por lo menos así lo creemos).
La respuesta más convincente, por el momento, parece estar en la velocidad con la que se procesa la información. La velocidad de transmisión de los impulsos nerviosos y, por tanto, de la información, está relacionado con la cantidad de mielina que cubre las prolongaciones de las neuronas (axones). Los humanos y otros simios antropoideos tenemos una vaina protectora de mielina muy engrosada, frente una vaina mucho más fina en los cetáceos o en los elefantes. Ciertas células son las encargadas de ir produciendo esta capa protectora con una cadencia determinada según las especies (escribiré sobre ello en otra ocasión). La presencia de una vaina de mielina en las prolongaciones de las neuronas multiplica hasta por 100 la velocidad de los impulsos nerviosos. Si a este dato añadimos el número de prolongaciones (dendritas) de cada neurona y de sus conexiones correspondientes (sinapsis) parece que nos aproximamos a la solución del problema de medir la inteligencia de las especies. Una mayor inteligencia parece residir más en la complejidad cerebral: espesor de la vaina de mielina, número de dendritas y de sinapsis, que en el tamaño del cerebro o de sus diferentes partes. Esa mayor complejidad permitirá procesar la información con mayor velocidad y dar respuestas mucho más creativas e innovadoras, frente al automatismo de cerebros menos complejos.
quien conoce la taxonomia de las especies de los primates?