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En el post anterior reflexioné sobre la maduración de la mente,  considerando el tiempo que tarda nuestro cerebro en proteger la gran mayoría de prolongaciones de las neuronas con una vaina de mielina. Este proceso, que comienza justo después del nacimiento, tarda nada menos que unos 30 años en completarse. La formación de mielina multiplica por cien la velocidad en la transmisión de los impulsos nerviosos, incrementando de manera increíble cualquiera de nuestras habilidades cognitivas. El proceso termina con la mielinización del área frontopolar del neocórtex, donde se procesa la información relacionada con la planificación a largo plazo, la capacidad de atención, la toma de decisiones, la inhibición de la impulsividad y el autocontrol, la memoria de trabajo o la mejor perspectiva de las situaciones. Sabido esto, podemos preguntarnos sobre la posible relación entre este hecho fisiológico y la creatividad o la capacidad para innovar.

De todos es sabido que los individuos con altas capacidades para un aspecto concreto, como la música, pueden alcanzar elevadas cotas de creatividad aún durante la niñez. Dejando a un lado los casos extremos de precocidad, se podría investigar sobre la edad en la que la mayoría de los individuos tienen más posibilidades para la creatividad y la innovación. De acuerdo a lo que sabemos sobre la maduración del cerebro, la hipótesis que se puede plantear es que las personas son más creativas en la tercera década de su vida, con tendencia a ganar en experiencia y perder en capacidad para la innovación.

En febrero de este mismo año, la revista Nature ha publicado un interesante comentario sobre el estudio que han llevado a cabo dos investigadores, Mikko Packalen y Jay Bhattacharya, de las Universidades de Waterloo (Canadá) y Stanford (USA), respectivamente. Estos investigadores han analizado nada menos que 21 millones de artículos científicos en revistas médicas, publicados entre 1946 y 2011. Cada uno de esos artículos tiene su título, un resumen corto y una serie de palabras clave, que se utilizan para clasificar el trabajo. Packalen y Bhattacharya desarrollaron un programa informático para averiguar si las palabras utilizadas por primera vez en cada uno de los trabajos se repetían muchas o pocas veces en publicaciones posteriores. Cabía la posibilidad de que un cierto trabajo tuviera poca o ninguna repercusión. Lo contrario suponía que la innovación contenida en un cierto trabajo era adoptada por los miembros del ámbito científico, porque seguramente habría superado la frontera del conocimiento de ese momento. En este segundo caso, el programa estaba detectando una innovación exitosa.

A continuación, los dos investigadores averiguaban si el primer firmante y líder del trabajo era un científico novel (con pocas contribuciones científicas) o un científico consagrado. El programa no podía conocer la edad del líder del trabajo, pero si podía detectar su tiempo de carrera científica. Los resultados de Packalen y Bhattacharya han demostrado que los científicos más jóvenes superaban con creces a los científicos de mayor edad en su capacidad para realizar nuevas propuestas.

Sin duda, se llevarán a cabo nuevas investigaciones siguiendo métodos diferentes, pero apuesto a que todas llegarán a las mismas conclusiones. Basta con realizar una lista de las innovaciones que más éxito han tenido y que, en muchos casos, han revolucionado la tecnología y sus correspondientes autores. Comprobaremos fácilmente que esas innovaciones surgieron de mentes brillantes antes de cumplir los 30 años. La biología del cerebro nos está mostrando ahora las razones de este hecho.

Los resultados de Packalen y Bhattacharya no deben interpretarse en sentido negativo, que postule arrinconar a aquellas personas que hemos alcanzado una determinada edad. La experiencia es un grado. Además, durante buena parte de nuestra vida seguimos conectando neuronas (sinaptogénesis) si recibimos estímulos del medio ambiente.  En el mundo de la ciencia, los investigadores más experimentados no solo pueden seguir innovando durante muchos años, sino que son absolutamente imprescindibles para llevar de la mano a los más jóvenes. El papel de los mentores representa el último eslabón de la cadena de la ciencia. Una referencia necesaria para los que empiezan, al menos durante sus primeros años de experiencia.