Así se titulaba la comunicación que escuché hace muchos años en un congreso de Paleontología. El autor trataba de llamar la atención sobre un error, que muchos paleontólogos cometían en sus primeras apreciaciones sobre la antigüedad de los yacimientos. La presencia de fósiles concretos y de morfologías determinadas eran utilizadas como prueba de la cronología del yacimiento. En la actualidad existen nuevos métodos cuantitativos de datación y los que había entonces han mejorado sustancialmente. Con estas herramientas, un error de esas características es imperdonable, aunque los datos aportados por esos métodos choquen con ideas preconcebidas. Pongamos un ejemplo todavía muy reciente.
Poco antes del cambio de siglo la mayoría de los prehistoriadores admitían que la primera colonización de Eurasia había sucedido hace aproximadamente hace un millón de años. Esta hipótesis se había formulado en base a los datos geocronométricos existentes hasta entonces y a la idea preconcebida de que la primera expansión de los humanos fuera de África tenía que haber sido realizada por un hominino de elevada estatura y cerebro relativamente grande. La hipótesis bastaba para sostener que la máxima antigüedad que podía tener un fósil humano encontrado en yacimientos de Asia y Europa era de un millón de años.
En diciembre de 1991 tuve oportunidad de asistir al cuarto congreso internacional organizado por el Instituto Senckenberg de Frankfurt, en Alemania, que tenía como gancho la celebración del centenario del descubrimiento del primer fósil de Homo erectus por Eugène Dubois en la isla de Java. El científico Antonio Rosas y yo mismo acompañamos a nuestro mentor, el Profesor Emiliano Aguirre, que acaba de retirarse de la vida profesional en activo. Precisamente por este hecho Emiliano Aguirre se encontraba en una magnífico estado de forma físico y mental, liberado del agobio de la gestión administrativa. En los congresos internacionales no solo tienes ocasión de aprender, sino también la oportunidad de conocer a otros científicos de los que solo tienes referencia por sus publicaciones. Emiliano Aguirre nos presentó a varios amigos suyos, entre los que se encontraba Leo Gabunia (1920-2001). Gabunia era un reputado paleontólogo de la actual República de Georgia, a quién Aguirre habia conocido durante sus estancias en Moscú, cuando estudiaba la evolución de los elefantes del Pleistoceno para su tesis doctoral.
El segundo día del congreso Emiliano Aguirre nos contó de manera confidencial que Leo Gabunia tenía la intención de presentar un hallazgo muy importante durante el congreso. Gracias a su amistad, Gabunia quería enseñarnos el fósil original en su hotel. No comprendo como Leo Gabunia se atrevió a viajar con el fósil, aunque el estado de revolución que entonces vivía su país no estaba como para controlar el patrimonio. No teníamos ni idea del interés del fósil que el paleontólogo georgiano nos quería enseñar con gran misterio y los tres acudimos a su hotel acompañados de la profesora Marie Antoinette de Lumley. Esperamos unos minutos en el hall del hotel, confieso que con relativo interés. En varias ocasiones nos habían enseñado fósiles aparentemente importantes, que luego resultaron un fiasco. Gabunia bajó las amplias escaleras de mármol del hotel con cierta solemnidad y con una caja pequeña, que parecía haber contenido una medalla o alguna joya. Hoy sabemos que la mandíbula humana que había en la cajita es ciertamente una verdadera joya de la paleontología. Pero entonces no teníamos demasiados criterios para saberlo. Miramos con desconcierto aquel extraño y misterioso fósil, sin acertar a dar una opinión formal a primera vista.
Después de la reunión tuvimos ocasión de comentar sobre lo que habíamos oído y visto. Nuestra primera impresión es que la mandíbula, siglada con la letra D y el número 211 (D 211), tenía un aspecto primitivo. Se parecía mucho a la mandíbula OH 7 de Olduvai asigna a Homo habilis, aunque sus dientes tenían una serie molar de tamaño decreciente. Gabunia nos había contado algo sobre su hallazgo en el yacimiento de Dmanisi, a 90 kilómetros al sur de la capital de Georgia y que, a juzgar por la fauna que apareció junto a la mandíbula, su antigüedad podía acercarse a los dos millones de años. Esa revelación era demasiado fuerte como para ser asimilada tan solo con un fósil humano. Así que había que esperar a conocer lo que Leo Gabunia tenía que contar en el congreso. Desde luego, lo que pudiera contar en su intervención iría en contra de la “ciencia oficial”.
Los organizadores del congreso había programado la presentación de Leo Gabunia a primera hora de la tarde, después de comer. A nadie le gusta sufrir este trato, porque a esas horas los congresistas suele (solemos) celebrar la reuniones de sobremesa con otros colegas. En efecto, la sala estaba casi vacía, prueba de que la presentación de Leo Gabunia no interesaba a casi nadie. La comunicación fue realizada en lengua georgiana, con traducción al inglés por parte de una colaboradora alemana de las excavaciones en Dmanisi. Como todos los lectores pueden imaginar, la presentación fue pesadísima y pasó sin pena ni gloria.
A duras penas, Leo Gabunia y el paleontólogo Avesalom Vekua (1925-2014) consiguieron publicar un par de páginas en la revista Nature, gracias a la asociación de la mandíbula con restos fósiles de especies datadas en otros yacimientos de 1,8-1,6 millones de años. Sin embargo, los pocos que se interesaron por este hallazgo consideraron que la mandíbula no podía tener más de un millón de años. La hipótesis sobre la primera colonización de Eurasia se había convertido en un auténtico lastre para aventuras como la de Dmanisi. En 1998 Antonio Rosas y un servidor publicamos un artículo en el que hicimos notar las características tan primtivas de la mandíbula y sus similitudes con los especímenes más antiguos de la especie africana Homo ergaster. Pero faltaban las dataciones, que se publicaron un año más tarde. Y llegó la sorpresa. La mandíbula tenía en efecto 1,8 millones de años. Más tarde se sumaría un torrente de hallazgos en Dmanisi, que confirmaron el aspecto tan primitivo de la primera mandíbula. La primera expansión de los homininos fuera de África había sucedido quizá un millón de años antes de lo que sostenía la ciencia oficial. Y el protagonista de esa expansión tenía una aspecto que recordaba a Homo habilis y Homo ergaster. Creo que nunca aprenderemos la lección y seguiremos apoyando hipótesis con la terquedad dogmática de primates poco reflexivos.
Si a vosotros, los especialistas mas importantes del mundo, os cuesta tiempo y mucho trabajo llegar a las reflexiones que expones, pobre de mí que con tesón y mucha lectura me he atrevido a escribir sobre nuestros Ancestros y su Evolución. Eso si, estoy orgulloso de haber aprendido con los más importantes del mundo. Gracias.
Una consulta, al margen de lo interesante de tu artículo. En la reconstrucción de los homínidos de Dmanisi se presenta al macho con «barba» y a la mujer lampiña. ¿Los caracteres sexuales secundarios dimórficos ya estaban presentes en esa especie o es solo una representación anacrónica del dimorfismo sexual en humanos modernos?. Aun así, esa representación no es del todo ajustada ya que las hembras de los homo sapiens no tienen ausencia de vello, sino una costumbre cultural de quitárselos. Costumbre que es relativamente moderna. Los cazadores-recolectores de América del Sur (Yámana y Shelk’nam) varones y mujeres acostumbraban a retirarse todo el vello facial, púbico y corporal (aun así eran bastante lampiños) y sólo con la llegada de los europeos se empezaron a dejar el bigote.
Muchas gracias Pablo, eres muy amable.
Un abrazo
José María
Hola Mª José, tu comentario es muy acertado. En efecto, cuando un artista (en este caso una artista) realiza la recreación de un humano del pasado tiene dos problemas. El primero es la ausencia de información sobre el aspecto físico externo, puesto que solo disponemos de huesos fosilizados. El segundo problema consiste en imaginarnos a los humanos de entonces con una visión «actualista», que no tiene porque ser correcta. Además, como bien dices, hombres y mujeres seguimos conservando el pelo del cuerpo, si bien no con la abundancia y distribución de otros primates.