Una gran parte de los hallazgos de los siglos XIX y XX en los ámbitos de la arqueología y la paleontología se produjeron en Europa por casualidad y de la mano y buena vista de aficionados. Otro tanto podemos decir de Asia, aunque en el caso de China podemos añadir que las farmacias fueron una de las mejores fuentes para realizar felices descubrimientos. Las supuestas propiedades medicinales de los fósiles fueron la razón por la que muchos ejemplares valiosos llegaran hasta la estanterías de los establecimientos dedicado a la farmacopea de China.
El reputado geólogo y paleontólogo alemán Ralph von Koenigswald supo de la existencia de un primate gigante, gracias a su descubrimiento en una farmacia de China. Un molar de gran tamaño fue la pista que le llevó a proponer la existencia teórica de un primate extinguido, que bautizó con el nombre de Gigantopithecus. Su hallazgo particular sucedió en 1935 y, por fortuna, no quedó en el olvido. Más de veinte años más tarde comenzaron a localizarse restos dentales y mandibulares de un primate dimensiones desconocidas en yacimientos del sur de China (como los de la cueva de Liuchung), India, Vietnam e Indonesia. Todos los fósiles tenían mucho en común y se llegaron a proponer hasta tres especies en el género Gigantopithecus. La mayor de todas ellas, Gigantopithecus blacki, pudo alcanzar un tamaño de tres metros de longitud corporal y casi 600 kilogramos de peso, superando en más de un metro el tamaño de los gorilas.
El hecho de haber vivido en zonas tropicales y subtropicales supone una dificultad importante para conocer tanto la antigüedad como el aspecto de estos primates extinguidos. Faltan buenos yacimientos por el reciclado de los seres vivos en estas condiciones climáticas. Los especialistas proponen que las especies de Gigantopithecus están relacionadas filogenéticamente con los orangutanes y que su extinción pudo producirse hace tan solo 100.000 años. Nada se sabe sobre su forma de locomoción, aunque la estimación de su talla y de su peso solo son compatibles con la vida en el suelo y no entre las ramas de los árboles. Quizá caminaban igual que los gorilas, apoyando los nudillos en el suelo. Algún paleontólogo se ha atrevido a proponer que estos primates eran bípedos. Pero esta idea es totalmente especulativa, en ausencia de restos fósiles del esqueleto postcraneal. En cambio, la notable diferencia de tamaño de las mandíbulas y los dientes es una evidencia sólida para proponer que las especies de Gigantopithecus tenían un dimorfismo sexual similar al de los gorilas. En otras palabras, el mayor tamaño estimado hasta el momento para estos primates correspondería a los machos más grandes. Si ese dimorfismo es como el de los gorilas, las hembras no superarían los 300 kilogramos en el caso de la especie Gigantopithecus blacki.
Tampoco es especulativo hablar de su dieta, considerando su hábitat en zonas de vegetación muy densa. Muy probablemente eran vegetarianos puros, alimentándose de frutos, hojas y ramas tiernas. Gracias a su tamaño apenas tendrían depredadores. Esa posible ventaja compensaría la necesidad vital de una dieta copiosa. No se puede descartar que nuestros ancestros (Homo erectus) cazaran estos primates, porque de hecho coexistieron en las mismas regiones.
Como en todos los casos, la extinción de Gigantopithecus queda en el terreno de la especulación. La leyenda de la existencia actual de primates gigantes, como el Yeti (Asia) y el Bigfoot (América) ha sido alimentada gracias a la existencia real de fósiles de Gigantopithecus. Por descontado, ni el tamaño ni el supuesto hábitat de estos legendarios animales (Himalaya y bosques de América del norte) es compatible con las especies de Gigantopithecus. De haber llegado hasta la actualidad la presión humana habría causado su extinción, como ya está sucediendo con nuestros primos hermanos, los gorilas, los orangutanes y los chimpancés.
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