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Hace poco más de un par de décadas asistíamos a la pugna entre la teoría Multirregional y la teoría del Origen Único de nuestra especie en África (Out of Africa). Las evidencias procedían de los fósiles. Su descripción no era motivo de discrepancias, pero su interpretación estaba condicionada por dos ideologías que casi rayaban en el dogmatismo. En más de una ocasión hemos leído como alguna característica ósea o dental determinada se juzgaba como la evidencia incontestable de formas intermedias entre las poblaciones ancestrales y las poblaciones de nuestra especie en diversos lugares de África y Eurasia, probando con ello la teoría Multirregional. A medida que la hipótesis del origen único de Homo sapiens en África se iba consolidando aparecieron publicaciones que ofrecían pruebas de mestizaje entre miembros de nuestra especie y miembros de especies ancestrales, como los “erectus” o los neandertales. Esas pruebas se “leían” en los huesos y en los dientes y representaban el último bastión de la resistencia de los defensores de la teoría Multirregional.

Imagen tomada de alkaidarqueologia.blogspot.com

Todos sabemos que los elementos del esqueleto están sujetos a variaciones ambientales, mientras que los dientes reflejan mejor la diversidad genética de los individuos. Aún así, hasta la morfología de los dientes tiene un componente ambiental, que podemos comprobar en parte gracias a las asimetrías en la morfología de los dientes de un mismo individuo o mediante la comparación de gemelos univitelinos. Es por ello que los huesos y los dientes no representan un método aceptable para probar hibridación. Las investigaciones sobre el ADN antiguo, en cambio, nos están ofreciendo datos mucho más fiables. Cierto es que todavía quedan muchos aspectos por mejorar en esta disciplina (como la estimación de la tasa de mutación). Pero la observación directa y la comparación de diferentes partes del genoma nos ofrece una garantía de la que carecen los huesos.

Así fue como se pudo comprobar la hibridación de los humanos modernos con los neandertales, rompiendo un mito y matizando el paradigma del origen único de nuestra especie. Los humanos modernos hibridamos de manera puntual con las poblaciones que nos encontramos en nuestra expansión por Eurasia y tuvimos descendencia fértil. En nuestro genoma llevamos un pequeño porcentaje de aquellos encuentros, ocurridos muy probablemente en el Corredor Levantino.

La paleogénetica sigue imparable y acabamos de conocer los resultados de un trabajo liderado por Martin Kuhlwilm (Department of Evolutionary Genetics, Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology) en la revista Nature. En esta investigación los expertos han obtenido nuevos datos sobre los neandertales que ocuparon los valles y las cuevas de los montes Altai, en Siberia, donde más tarde se asentaron los denisovanos. Los resultados de Martin Kuhlwilm sugieren que hace unos 100.000 años los humanos modernos hibridamos con los neandertales de esa región tan alejada de Europa y les dejamos la herencia de una pequeña parte de nuestro genoma en varios cromosomas. En ese herencia cabe destacar un fragmento del cromosoma siete donde se encuentra el gen FOXP2, que se ha relacionado con el lenguaje. Un dato importante: los rastros genéticos de esa hibridación NO se han detectado en los neandertales genuinamente europeos.

Estos resultados tienen dos lecturas importantes. Todas las evidencias están de acuerdo en aceptar que los humanos modernos penetramos en Europa hace tan solo unos 40.000 años, tras romper la barrera de los neandertales en el Corredor Levantino. Algunos datos, en cambio, sugieren una expansión de nuestra especie por el cuerno de África a través del estrecho de Bab el-Mandeb. El paso hacia la península de Arabia pudo haber ocurrido hace unos 120.000 años, sin la oposición de los neandertales o la de otras poblaciones ancestrales. Es así como pudimos llegar al sur de China hace entre 120.000 y 80.000 años, de acuerdo con los datos sobre 47 dientes encontrados en la cueva de Daoxian, que publicamos hace tan solo unos meses en la propia revista Nature. Ante los resultados de Kuhlwilm y sus colaboradores la hipótesis de una expansión de Homo sapiens por el estrecho de Bab el-Mandeb hacia finales del Pleistoceno Medio cobra mucha más fuerza. Esta población se dirigió hacia tierras asiáticas, dejando a un lado los territorios europeos ocupados por los neandertales. Mientras que Europa aún tardaría 60.000 años en ser colonizada por los miembros de nuestra especie, parece que las antiguas poblaciones de Homo sapiens llegamos al menos hasta el sur de China y Siberia hace unos 100.000 años. Los datos sobre los dientes de la cueva de Daoxian y los de los cromosomas de los neandertales de los montes Altai, publicados con una separación de pocos meses, parecen darse la mano y añaden una pieza más al complejo puzzle de la historia de nuestra especie.