He tenido ocasión de disfrutar de la película “Altamira” (Morena Films) dirigida por Hugh Hudson y protagonizada por Antonio Banderas y Golshifteh Farahani, con música de Mark Knopfler. La película, magníficamente ambientada, mantiene el interés del espectador desde el primer minuto. Nada que ver con las superproducciones de Hollywood, que entretienen pero carecen de mensaje. La película es fiel a la realidad que, como sabemos, muchas veces supera la ficción. El momento histórico del hallazgo (aprox. 1875) por Marcelino Sanz de Sautuola y su hija María, de nueve años, no era el más propicio para la comprensión del significado de aquel extraordinario descubrimiento. Pero nuestro país aún no había caído en la oscuridad y el pozo de la falta de interés por cuanto se relaciona con la ciencia. El debate creado por las pinturas de Altamira no era sino una muestra de nuestra capacidad de entonces para estar en los foros culturales más exigentes. Este hecho impidió que el hallazgo pasase inadvertido para la cultura europea. Me pregunto cuanta información sobre la prehistoria de nuestro continente permanece dormida en tantos y tantos países, a la espera de tiempos mejores.
La película narra los hechos de manera exquisita, sin recurrir a estridencias innecesarias para mantener la atención. Por si mismo, el hilo conductor de los acontecimientos evita en todo momento la distracción del espectador. Por supuesto, muchas de las escenas tienen el dramatismo que requiere la historia. El incipiente conocimiento de la evolución humana de aquella época, todavía vibrando por la fuerte conmoción cultural provocada por la publicación en 1859 del “Origen de la especies” de Charles Darwin, no podía explicar con certeza el origen de aquellas pinturas. El encontronazo entre ciencia y religión forma parte fundamental de la trama de “Altamira”, como no podía ser de otra manera. Sin embargo, el dogmatismo científico es aún es más determinante en el devenir de los acontecimientos. Parece un contrasentido, pero la mayoría de los científicos hemos sido educados en un entorno dogmático. Nuestra mente ha sido entrenada no para razonar, sino para creer. Una vez que tomamos un sendero, resulta muy difícil abrir la mente para seguir otro camino, aún cuando sepamos que la ciencia carece de certezas sino de hipótesis susceptibles de ser rechazadas por las evidencias. Nuestra tozudez para cambiar es la prueba de un mal entrenamiento mental y de las limitaciones de nuestra naturaleza.
Hacia finales del siglo XIX la teoría de la evolución se estaba asentando, pero sus premisas aún distaban mucho de los conocimientos que habrían de llegar. Se conocía muy poco sobre el “tiempo geológico” y el hallazgo de Altamira no cabía bien en el escenario evolutivo que se manejaba en aquella época. El desinterés de muchos expertos por visitar y explorar por si mismos el descubrimiento fue un terrible hándicap para Marcelino Sanz de Sautuola. El no tenía la formación científica necesaria para defender la autenticidad de las pinturas y de otras evidencias arqueológicas de la cueva y del entorno. El apoyo del catedrático de geología Juan Vilanova y Piera fue insuficiente. Así, el reconocimiento del fabuloso hallazgo en la cueva de Altamira tardaría muchos años en llegar. Su descubridor falleció antes de ese momento, quizá todavía en la duda de que las pinturas de Altamira no fueran sino una enorme falsificación, como le hicieron creer los propios expertos. La película sobre los hallazgos de Altamira contiene lecciones que no nos podemos perder.
Hola profesor Bermudez. Al hilo de lo indicado por usted en el artículo permítame un par de reflexiones.
La primera es sobre el entorno dogmático en el que hemos sido educados. Siguiendo ese entorno, Marcelino dató las pinturas en una fecha (10.000 años) que luego se vio errónea. Ni por la época ni por sus conocimientos podía imaginar la verdadera antigüedad de las pinturas. En su época era impensable la existencia de un Miguel Ángel Prehistórico tan antiguo como luego se supo (cuando se pudieron datar las pinturas con más precisión). La lección que podemos «sacar» de esto no se refiere al descubrimiento de la cueva de Altamira en 1875 si no a los descubrimientos que podamos hacer en nuestra época. Las ideas «preconcebidas» que podamos tener, sobre un determinado descubrimiento de nuestra época, no deben impedirnos «abrir los ojos» a lo que ese descubrimiento quiere mostrarnos. Si estamos equivocados, ya habrá tiempo de rectificar y si no lo estamos… el conocimiento siempre es maravilloso.
La segunda reflexión es casi una anécdota. Yo había oído que los pintores de las cuevas, no solo de la de Altamira, aprovechaban las irregularidades de la piedra para «simular» un cierto volumen en la criatura que pintaban. Cuando, en la película, veía las pinturas que se «transformaban» en bisontes vivos, mi imaginación volaba sin querer a un lugar que espero visitar algún día… la localidad de Salguero de Juarros y su «paleolítico vivo».