Los habitantes de las regiones tropicales han logrado adaptar su sistema inmunitario para resistir la virulencia de ciertos patógenos, letales para nosotros. Ciertas enfermedades tropicales son muy graves para quienes habitamos las regiones templadas o frías. Somos plenamente conscientes del peligro que supone para la integridad de las poblaciones de países de regiones templadas el contagio de patógenos propios de ciertas regiones de África, América y Eurasia. Lo estamos viviendo en directo. Y lo contrario también sucede. Los humanos de latitudes elevadas somos transmisores de enfermedades, a las que resistimos de manera aceptable, pero son letales para los grupos humanos cuyo sistema inmunitario no está adaptado a los patógenos que conviven con nosotros. Cada población del planeta está preparada para resistir las enfermedades que son más comunes en el territorio que habita. Los expertos en paleopatología y paleogenética tratan ahora de averiguar la antigüedad de ciertas enfermedades en las especies de homininos del pasado y, en particular, aquellas que estaban presentes antes del Neolítico. Todo esto es posible gracias a la información genética que puede obtenerse de los restos óseos de diferentes períodos.
Algunos investigadores como Andrea Manica y sus colaboradores (Universidad de Cambridge) consideran que el porcentaje de 1-4% de genes presentes tanto en el genoma de las poblaciones de Eurasia y América como en los Neandertales pueden ser explicadas simplemente por el hecho de que compartimos un ancestro común (PNAS, agosto de 2012). Sin embargo, la mayoría de los genetistas abogan por una hibridación a pequeña escala, aunque suficiente como para ahora tengamos ese recuerdo genético de nuestros primos hermanos. El registro fósil sugiere que hace unos 100.000 años los humanos modernos procedentes de África comenzaron a tener contacto con los Neandertales. La posibilidad de contagio mutuo de enfermedades pudo ser una consecuencia lógica de ese contacto entre poblaciones adaptadas durante miles de años a climas y ambientes muy distintos.
Charlotte J, Houldcroft y Simon J. Underdown, también de la Universidad de Cambridge, se han preguntado por el tipo de enfermedades que pudimos contagiar a los Neandertales. Estos investigadores han llegado a la conclusión de que les transmitimos, entre otras, la tuberculosis, ciertos herpes o la bacteria Helycobacter pylori, causantes de úlceras estomacales. Los humanos modernos de entonces también se contagiaron de algunas enfermedades, como la diabetes de tipo 2, la propensión a determinados tipos de cáncer o la enfermedad de Chron. Aunque parece que nos quedamos con una parte del genoma de los Neandertales que contiene capacidad inmunitaria para algunas enfermedades, todavía estamos padeciendo la aventura de apropiarnos de todos los territorios del planeta. Otra cuestión es cual de las dos especies resultó más afectada o beneficiada por la posible hibridación.
Los investigadores británicos de la Universidad de Cambridge están convencidos de que los Neandertales sufrieron peor las consecuencias de este mestizaje. Para ellos, la mejor evidencia es que ellos ya no están y nosotros seguimos aquí. Así que podemos añadir una razón más a la larga lista de hipótesis que tratan de explicar la desaparición de los Neandertales. La idea no es nueva, pero ha cobrado actualidad gracias al estudio de ADN conservado en los fósiles.
La latitud baja y fuerte presencia del Sol en sitios intertropicales, impulsó al hombre moderno a jugar e involucrar al Sol en sus juegos para sin darse cuenta terminar experimentando en la formación de sombras con su propio cuerpo y eso pudo favorecer el mejoramiento de su bipedismo, condición eréctil y gracilidad corporal, a tal punto que pudo también haber influido para que epigenéticamente se optimizara como gnomón solar vertical y ambulante en tanto que, correlativamente también, se desarrolara el precúneo como órgano excluyentemente de nuestro linaje vinculado a tales experiencias espaciotemporales (gnomónicas), aspectos estos de los que carece totalmente el neandental desarrollado en y para latitudes altas y de escaso Sol y que curiosamente, nunca se lo asoció a evidencia gnomónica alguna.
La experimentación y evidencia gnomónica (postes, menhires, estelas etc), junto a la aparición del precúneo (en área cerebral 7), son correlaciones evolutivas excluyentemente de nuestro linaje que no han sido compartidas por ninguna otra variedad humana ni especie animal alguna.
Por lo tanto, el correlato ineludible Sol, sombra, experimentación gnomónica y precúneo, debieran ser considerados siempre, al momento de analizar nuestras diferencias con las restantes variantes humanas.