El pasado viernes, 18 de noviembre, tuve la fortuna de asistir a una conferencia magistral de la científica española Maria Blasco. Sus logros en el ámbito de la biología molecular son un referente de la Ciencia, particularmente en lo que se refiere a los mecanismos de la división celular y las inferencias en el envejecimiento y en la lucha contra el cáncer. María Blasco se formó en la Universidad Autónoma de Madrid y en el Cold Spring Harbor Laboratory de Nueva York y sus investigaciones se han publicado en las revistas de mayor impacto científico de su ámbito. En la actualidad, Maria Blasco dirige el Centro de Investigaciones Oncológicas de Madrid (CENIO). Una parte de su extenso y brillante Curriculum Vitae puede obtenerse en la red.
Maria Blasco y los componentes de su equipo se han interesado desde hace años en el proceso de envejecimiento y muerte de las células, que conduce también a la senescencia y muerte de los individuos de cualquier especie. Muchas de las enfermedades de las que morimos (cáncer, fallos cardíacos, arteriosclerosis, etc.) no son sino una manifestación del envejecimiento, aunque existan factores genéticos y ambientales que determinan la edad a la que se contraen esas enfermedades.
Durante la división celular para dar dos células hijas existe un cierto riesgo de perder parte de la información genética, que aumenta con cada división celular. Los cromosomas tienen que dividirse, para luego duplicarse, de manera que todas las células de un organismo tengan exactamente la misma información. Los extremos de los cromosomas, los telómeros (del griego, parte final), no codifican proteínas sino que se encargan de que los finos filamentos de ADN no se enreden y todo siga igual tras la formación de las células hijas. La telomerasa, formada por una proteína y ARN, tiene la función de que los telómeros cumplan su cometido en las células madre y durante la primeras divisiones celulares. Pero esta enzima deja de operar enseguida y los telómeros pierden su “guardaespaldas” de seguridad.
Ya sabemos que la multiplicación de las células no solo es muy rápida, sino extremadamente frecuente. Por ejemplo, entre las semana 15 y 20 de nuestra gestación se producen entre 50.000 y 100.000 nuevas neuronas por segundo. Sin el apoyo de la telomerasa los telómeros se acortan tras cada división celular debido a un proceso, cuya explicación rebasaría los límites de este texto. Lo que nos interesa conocer es que los telómeros tienen fecha de caducidad. Una vez desaparecidos, la división de los cromosomas resulta ineficiente y la célula acaba por deteriorarse y finalmente muere. Con el paso de los años y dependiendo de cada especie, el proceso alcanza a todas las células, produce senescencia del individuo e, inevitablemente, su muerte.
La terapia génica ensayada por el equipo de María Blasco en ratones consigue que las células obtengan telomerasa y prolonguen su vida útil. Los ratones rejuvenecen y alargan su vida. Estas investigaciones llegarán inevitablemente a los seres humanos, porque los avances científicos son imparables ¿Implica esto que podremos vivir más años? Por supuesto. Y lo que es más interesante, nuestra calidad de vida será mucho mayor, al detenerse o ralentizar las enfermedades propias del envejecimiento.
Esta predicción, sin embargo, conlleva numerosos interrogantes. En primer lugar, los individuos se sentirán afortunados al conseguir una especie de elixir de la eterna juventud. Pero no está claro si la ralentización del proceso de senescencia afectará también a la posibilidad de alargar el período de fertilidad. Esto es lo que le interesa en realidad a cualquier especie como tal. Para el proceso evolutivo los individuos no son importantes, sino la colectividad de todos ellos.
Por otro lado, pensemos en lo que supondría una población mundial en la que todos los individuos pudieran alcanzar sin problema 150 ó 200 años, por decir alguna cifra al azar ¿Tendríamos la capacidad para seguir trabajando mucho más allá de la edad actual de jubilación? La respuesta probablemente es afirmativa, caso de que el deterioro por la edad fuera sensiblemente más lento. Además, si las células germinales, óvulos y espermatozoides, se producen durante más tiempo y con la misma intensidad se prolongaría el período reproductor. Es posible que la andropausia y la menopausia se retrasaran muchos años. Entonces, ¿seríamos capaces de regular de manera eficiente y ordenada el crecimiento de la población del planeta? Si los más de 7.000 millones de individuos actuales somos verdaderos depredadores de los ecosistemas (ver post de 6 de junio de 2016), ¿qué sucedería con un incremento sustancial de esa cifra?
Como seres humanos conscientes de nosotros mismos, sabedores de que no somos inmortales, y víctimas de las crueles enfermedades que produce el envejecimiento anhelamos ese elixir que nos mantenga jóvenes y sanos. Todos tenemos sueños, que no terminan por cumplirse del todo a lo largo de nuestra corta vida. Así que algún día los humanos darán una calurosa bienvenida a las terapias génicas que les permita vivir mucho más sanos durante nadie sabe cuanto más tiempo. Para entonces, la humanidad tendrá (o no) soluciones a los problemas demográficos que conllevarán estos logros científicos.
José María Bermúdez de Castro
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