Seleccionar página

Se acaba de reeditar mi primer libro, publicado en 2002: El Chico de la Gran Dolina, Crítica, Barcelona. Es un libro que me trae muy buenos recuerdos. Fue un trabajo arduo, tanto por la complejidad del tema como por mi inexperiencia en la divulgación científica. Me hace ilusión ver de nuevo la flamante portada del libro, ilustrado de manera excelente por mi buen amigo Mauricio Antón y tan bien cuidado en todos sus detalles por la editorial. La nueva edición lleva un prólogo adicional, en el que comento algunos acontecimientos de estos últimos 15 años. Quizá lo más importante es constatar que la tesis principal del libro sigue vigente, aunque se hayan matizado muchos de los trabajos de investigación realizados desde 1985. Este es un año clave, cuando los entonces jóvenes investigadores Timothy Bromage y Chris Dean publicaron un artículo en la revista Nature concluyendo que la interpretación de la biología de australopitecos, parántropos y los primeros representantes del género Homo podía estar equivocada.

Han transcurrido nada menos que 32 años desde aquella publicación. Chris Dean ya se ha jubilado, aunque sigue con un puesto honorífico en la University College de Londres. Tim Bromage sigue en activo, aunque sospecho que no tardará en retirarse. Pero lo harán con la satisfacción de haber aportado un aspecto muy importante en la interpretación de la biología de los homininos del pasado. Aquel trabajo fue para mi una verdadera inspiración y, de manera modesta, realicé algunos trabajos en esa línea de trabajo. También tengo la satisfacción de saber que uno de mis últimos doctorandos (Mario Modesto) defenderá en 2018 una tesis sobre esta línea de investigación. Por supuesto, la publicación de aquel libro en 2002 fue el resultado de la fascinación que me produjo la publicación de Tim Bromage y Chris Dean en 1985 y todo lo que vino después.

Hasta ese momento, todos los expertos admitían que las especies de los géneros Australopithecus y Paranthropus tenían un desarrollo similar al nuestro, con sus 18 años de crecimiento, niñez prolongada, adolescencia, etc. Tal es así, que la teorías sobre la forma de vida de estos homininos respondía a modelos similares a los de los humanos actuales. Recuerdo bien la frase de un trabajo de Tim Bromage, publicado en 1987, cuya traducción libre era más o menos: si los Australopithecus crecían y se desarrollaban como humanos modernos ¿por qué no eran iguales a nosotros?

Una buena pregunta, que nadie se había planteado. Los expertos (la mayoría norteamericanos) se imaginaban a estos homininos tan arcaicos viviendo en familias nucleares, como las de algún barrio de Manhattan. Los machos se dedicaban a procurar el sustento a la madres y a las crías, mientras que las mamás cuidaban del hogar. Tim Bromage remataba su frase diciendo (traducción libre): los Australopithecus tenían ese aspecto, porque crecían y se desarrollaban como Australopithecus. Así de simple. No había más secretos. El desarrollo de aquellos humanos del pasado terminaba hacia los 10 u 11 años y las hembras podían ser madres hacia los 12-13 años, como sucede en los simios antropoideos. Y los recién nacidos serían tan precoces como los pequeños chimpancés del Gombe.

Portada del libro “El chico de la Gran Dolina”, Planeta, Barcelona.

En la actualidad toda la comunidad científica dedicada al ámbito de la evolución humana admite que aquellos humanos del Plioceno, y aún los primeros Homo del Pleistoceno Inferior, tenían un patrón de crecimiento y desarrollo mucho más parecido al de los chimpancés o al de los gorilas. La visión de nuestros ancestros cambió de manera radical en 1985 y años sucesivos. Los métodos y técnicas de estudio han mejorado mucho desde entonces y se han matizado muchas investigaciones, por supuesto. Pero la tesis principal de aquel trabajo de 1985 y la del libro del “Chico de la Gran Dolina sigue vigente. Tim Bromage y Chris Dean dieron un pequeño paso de gigante, dejando atrás lo que se ha dado en llamar “la frontera del conocimiento”.

José María Bermúdez de Castro