Seleccionar página

Todavía está por saber cuántas especies de la genealogía humana habitaron la sierra de Atapuerca. Pero lo cierto es que los hallazgos de fósiles humanos en este complejo arqueo-paleontológico tienen un denominador común: la violencia.

Queda por averiguar cómo llegó un fragmento de mandíbula humana a uno de los niveles más antiguos del yacimiento de la Sima del Elefante (1,2 millones de años). Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los fósiles humanos de la sierra de Atapuerca se depositaron en sus respectivos yacimientos por sucesos en los que presumiblemente intervinieron otros humanos. En el nivel TD6 del yacimiento de la cueva de la Gran Dolina (850.000 años) se han inferido los eventos de canibalismo más antiguos conocidos de la historia de la humanidad. Quizá no tardemos en conocer otros lugares más antiguos de África y Eurasia, donde también se podrá demostrar un comportamiento similar. Si los chimpancés practican el canibalismo en momentos de escasez de recursos, es muy posible que ellos y nosotros hayamos heredado ese comportamiento de nuestro ancestro común, que vivió en África hace unos 7,0 millones de años.

En el yacimiento de la Sima de los Huesos ya se ha demostrado al menos un caso de violencia entre dos individuos de aquella época (400.000 años), que terminó con la muerte de uno de ellos. Los demás cráneos de la Sima de los Huesos muestran claros indicios de golpes intencionados. Casi se podría certificar que algunos de aquellos golpes fueron letales.

Los últimos hallazgos en la cueva del Mirador (en la imagen que acompaña a este post) tienen unos 5.000 años antes del presente. Las evidencias de canibalismo en los restos óseos humanos neolíticos obtenidos en la cueva del Mirador ya no nos sorprenden. Este comportamiento ancestral debió de adquirir un componente simbólico durante la evolución de nuestra especie. Se han descrito casos de canibalismo en numerosos lugares con cultura Neolítico de los cinco continentes. Del canibalismo territorial y “gastronómico” del Pleistoceno, en el que la carne humana era un recurso más, hemos llegado al canibalismo ritual y simbólico de las últimas fases de la evolución de Homo sapiens. Violencia, al fin.

Cámara mortuoria encontrada en la cueva del Mirador de la sierra de Atapuerca. Josep María Vergès dirige esta excavación, donde se han encontrado restos de la cultura de pueblos que formaron parte de los primeros agricultores y ganaderos de la península ibérica. Los cadáveres canibalizados de varios individuos nos muestran una faceta de la violencia de aquellos tiempos. Foto del autor.

Es curioso que seamos capaces de distinguir y clasificar a los géneros y especies que nos han precedido durante los últimos siete millones de años por su aspecto físico. Nadie confundiría el cráneo grande y “apepinado” de un neandertal con el cráneo grande y esférico de un humano actual. Pero nuestro ADN sigue llevando los mismos genes que han definido el comportamiento de nuestra larga genealogía. Quizá con pequeños matices, pero con la misma esencia. Podemos afirmar que la selección natural ha preservado y favorecido la mayor parte de las características de la conducta: jerarquía, territorialidad o violencia hacia quienes no son de la misma tribu.

¿Podemos afirmar que la violencia entre grupos, tribus, pueblos, etc. ha tenido una selección natural positiva? ¿Necesitamos la violencia para sobrevivir como especie? Son buenas preguntas para la reflexión. Si la selección natural hubiera eliminado a los violentos a lo largo de la evolución humana hoy ya no hablaríamos de guerras crueles. Pero no es así. En la actualidad, la inmensa mayoría de seres humanos no practicamos el canibalismo por cuestiones culturales. Pero seguimos empleando la violencia en grado extremo, cuando deseamos conseguir los recursos de los otros o cuando queremos imponer nuestras ideas a costa de lo que sea necesario. En la sierra de Atapuerca se puede demostrar que nada ha cambiado en nuestro comportamiento durante el último millón de años.

José María Bermúdez de Castro