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Nadie puede dejar de prestar atención a los acontecimientos que copan los titulares de los medios de comunicación desde hace semanas. Ni el gravísimo atentado terrorista en Somalía o la brutal matanza en Las Vegas, aun siendo desastres mayúsculos para la humanidad, han sido capaces de superar el interés de los medios por los sucesos en Cataluña. Por supuesto, este blog trata sobre evolución humana, así que en las líneas que siguen me atendré al guion.

 

Buscando una definición muy simple, podemos decir que los humanos somos primates inteligentes y muy sociales. Cada individuo tiene un cerebro grande y complejo, capaz de conectarse con el de otros especímenes para conseguir grandes logros. Pero también hemos heredado muchos aspectos del comportamiento de nuestros ancestros. Por ejemplo, somos territoriales, como lo son otras muchas especies. Cuando se apela a cuestiones históricas para defender ideas territoriales es evidente que tratamos de justificar, probablemente sin mala fe, lo que nos dicta nuestro ADN. No somos conscientes de ello y resulta casi imposible escapar a ese impulso biológico ancestral.

 

La etología o la sociobiología de los primates y la prehistoria nos enseñan que la territorialidad tiene su fundamento en la defensa de los recursos. Ni más ni menos. Nuestra especie ha elevado este comportamiento únicamente en lo que concierne a la complejidad del concepto “recurso”. El dominio sobre una región estratégica desde el punto de vista geopolítico, por ejemplo, denota que ya no nos peleamos solo por conseguir los mejores frutos de unos cuantos kilómetros cuadrados. Pero el objetivo es esencialmente el mismo.

 

Por otro lado, y como todos los primates sociales, nos agrupamos entre nosotros para formar clanes unidos por una ascendencia común. De nuevo, hemos elevado ese comportamiento, siendo capaces de juntar muchos clanes en un mismo territorio. La fuerza centrípeta que une esos clanes se fundamenta también en una mayor capacidad para defender o conseguir por la fuerza los recursos de un determinado territorio. Además, los neandertales y nosotros mismos hemos desarrollado una cierta capacidad simbólica, quizá como consecuencia de una convergencia evolutiva. Los que a la postre hemos sobrevivido a la rivalidad entre las dos especies, hemos adquirido un simbolismo extraordinario. Esa enorme capacidad simbólica resulta absolutamente determinante para evitar la fuerza centrífuga en la agrupación de los clanes. No importa si nos llevamos mal con algún vecino, los colores de nuestro equipo de fútbol, por ejemplo, ayudan y mucho a mitigar el problema. Tampoco podemos controlar ese impulso. Es genial y paradigmático ese spot publicitario en el que un hijo le pregunta a su padre: “papá, ¿por qué somos del atleti?”

 

En definitiva, el ADN ha condicionado los acontecimientos de la historia de la humanidad y solo la reflexión profunda y la inteligencia pueden contrarrestar los impulsos más elementales. Y puesto que no es posible echar un simple vistazo a nuestro genoma para probar esas afirmaciones, sugiero que nos despojemos de toda solemnidad, dejemos por un momento los símbolos a un lado y nos quitemos la ropa. Enseguida nos daremos cuenta de que con el culo al aire no existe ninguna diferencia entre nosotros. Y si alguien se tira un pedo, el mensaje será interpretado por todos de manera similar, con independencia de nuestra cultura y nuestra idiosincrasia.

 

José María Bermúdez de Castro