Durante el Pleistoceno Europa tuvo su propio elefante. La especie Paleoloxodon antiquus, también conocida como elefante de colmillos rectos, vivió en el continente europeo durante todo el Pleistoceno Medio (desde hace unos 800.000 años). Su extinción es muy reciente y se estima en unos 10.000 años. Su tamaño fue similar a la del elefante africano (Loxodonta africana), cuyos machos alcanzan hasta cuatro metros de alzada y un peso de más de seis toneladas. Su distribución en Europa a lo largo del tiempo fue variable según las condiciones climáticas. Durante los períodos interglaciares Paleoloxodon antiquus pudo colonizar la mayor parte del norte de Europa, incluyendo el sur de la actual Federación Rusa. Pero el intenso frío de los períodos glaciales, y en particular el que asoló Europa durante la mayor parte del Pleistoceno Tardío, diezmó la población de estos animales. El hallazgo más reciente de Paleoloxodon antiquus en Inglaterra data de hace más de 110.000 años, mientras que la especie pudo sobrevivir en las penínsulas del sur de Europa unos 10.000 años después de la extinción de los neandertales. El elefante europeo necesitaba un clima templado y la presencia de zonas boscosas, como sus primos actuales de África. Durante los períodos glaciales, cuando el frío asolaba el norte de Europa, los elefantes europeos eran sustituidos por los mamuts (género Mammuthus). Casi podríamos afirmar que los ancestros de los neandertales solo conocieron la especie Paleoloxodon, puesto que su tolerancia climática pudo ser muy similar.
Aunque esta especie se asoció con el actual elefante asiático (Elephas maximus), el estudio del ADN obtenido de restos de Paleoloxodon reveló que sus parientes vivos más próximos son los actuales elefantes africanos de bosque (Loxodonta cyclotis). Palaeoloxdon dejó descendencia en las islas mediterráneas (Creta, Sicilia, Chipre o Malta) donde persistieron variedades enanas de elefantes hasta el Holoceno.
Se ha debatido mucho sobre la caza de elefantes por los humanos del Pleistoceno, particularmente a propósito de los hallazgos de numerosos ejemplares en los yacimientos españoles de Ambrona y Torralba. No cabe duda de que los ancestros de los neandertales cazaron elefantes, como se demuestra en algunos yacimientos europeos, pero seguramente nunca fueron sus presas favoritas. El enorme tamaño de estos animales permite una densidad demográfica pequeña en comparación con la de otros mamíferos, por lo que su captura pudo ser casi anecdótica en las prácticas de caza de nuestros ancestros del Pleistoceno. La presencia de restos fósiles de elefantes procesados se ha constatado en algunos yacimientos europeos, como Notarchirico (Italia), Aridos (España) o Ehringsdorf (Alemania). Es interesante mencionar que los yacimientos de la sierra de Atapuerca contienen sobre todo evidencias de la caza de ciervos, caballos y bisontes. El hallazgo de algún resto de elefante es casi testimonial de su presencia en estas regiones de la península ibérica. Sin duda, los elefantes no formaron parte del espectro cinegético de las poblaciones humanas de Atapuerca.
No parece que las especies humanas de Europa tuvieran un papel activo en la extinción de los elefantes europeos, sino los rigores climáticos de la glaciación más fría del Pleistoceno. Las poblaciones habrían quedado aisladas, con escasa posibilidad de intercambio genético y abocadas, por ello, a la extinción. Quizá este mismo modelo se puede aplicar a los neandertales, como explican algunos datos del ADN de estos humanos (leer post de 17 de octubre en este mismo blog).
José María Bermúdez de Castro
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