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Nadie puede saber cómo pensaban y sentían nuestros ancestros. Los restos fósiles craneales permiten conocer el tamaño y la forma aproximada de su cerebro. Pero poco más. Tan solo el registro arqueológico puede aproximarnos a su mente. Podemos inferir las habilidades cognitivas de los humanos ancestrales estudiando los objetos que crearon, gracias a la fortuna de una conservación casi al límite de lo imposible. La capacidad para representar símbolos con un cierto significado, que no siempre alcanzamos a comprender, se nos antoja un hecho muy cercano en el tiempo. De manera sistemática negamos esa capacidad mental a otras especies diferentes de la nuestra. Tampoco concedemos el beneficio de la duda a los primeros “sapiens” que surgieron en tierras africanas hace más de 200.000 años.

Representación de un bóvido en la cueva de Lubang Jeriji Saléh, en la actual isla de Borneo. Imagen tomada por el equipo de Maxime Aubert, autores del hallazgo y estudio de las manifestaciones artísticas de esta cueva.

Las pinturas encontradas en las cuevas de Europa tienen ya su contrapunto en la otra parte del mundo, como nos han mostrado Maxime Aubert y sus colaboradores en la revista Nature hace tan solo unos días. Las figuras decorativas de la cueva de Lubang Jeriji Saléh, en la isla de Borneo son, por el momento, las más antiguas conocidas en la historia de la humanidad. El eurocentrismo ha quedado seriamente tocado gracias a éste y otros hallazgos en las lejanas (para nosotros) regiones del sureste asiático. Pero hemos aprendido y recordado otras lecciones.

 

Cuando la arqueología nos muestra el esplendor de cada manifestación cultural con decenas de hallazgos, hemos de recordar y reconocer que el origen de esa manifestación puede ser mucho más antiguo. La probabilidad de que el mismo momento de la innovación de cualquier elemento cultural de la prehistoria pueda aparecer en un yacimiento determinado es nula (=0) Tan solo cuando ese elemento cultural pasaba el trance de ser adoptado por los grupos de una determinada región y terminaba por socializarse a una parte significativa de la población la probabilidad de que su hallazgo en excavaciones profesionales aumentaba de manera considerable ¿Cuántas innovaciones culturales se habrán perdido en la larguísima historia del género Homo?

 

Ahora sabemos que hace al menos 50.000 años los humanos de nuestra propia especie eran capaces de expresar la realidad en las paredes de las cuevas. Y lo hicieron en lugares alejados por miles de kilómetros. ¿Tal vez una convergencia cultural? Es posible, pero de lo que estoy convencido es que ese “realismo” no surgió de manera espontánea gracias a un determinado “rubicón” mental. La luz de nuestra mente no se encendió como lo hace una bombilla cuando activamos el interruptor de nuestra casa. La capacidad simbólica de Homo sapiens tuvo necesariamente que desarrollarse miles de años antes de que se manifestara en todo su esplendor. Es más, las manifestaciones culturales abstractas de los seres humanos, tanto de Homo sapiens como de otras especies, podrían ser mucho más antiguas de lo que imaginamos. Quizá todavía están por aparecer o tal vez no hemos sido capaces de interpretarlas. Si nos acercamos al estudio de cualquier yacimiento con el prejuicio de que determinados humanos tenían límites en su mentalidad nunca podremos atribuirles ciertas capacidades.

 

Una reflexión adicional que se desprende del artículo de Maxime Aubert y sus colegas está relacionada con el debate de la primera expansión de Homo sapiens fuera de África. Puedo estar de acuerdo con aquellos colegas que dudan de la antigüedad de ciertos yacimientos del sureste de Asia. Esos yacimientos abogan por una primera expansión de nuestra especie hace unos 120.000 años a través del estrecho de Bab el-Mandeb. Para ciertos expertos, la única expansión de Homo sapiens fuera de África sucedió hace unos 50.000 años, tras superar la barrera demográfica de los neandertales en el corredor Levantino.

 

Las pinturas de la cueva de Lubang Jeriji Saléh, que incluyen la silueta de las manos de aquellos humanos, alcanzan una antigüedad de hasta 50.000 años. Con sinceridad, me cuesta admitir que los investigadores hayan tenido la suerte de dar con las manifestaciones artísticas de los primerísimos colonos del sureste de Asia. Imposible saber cuánto tiempo duro la travesía desde África hasta esas regiones, ni cuánto tiempo vivieron allí los miembros de Homo sapiens antes de que algunos “maestros” de la pintura figurativa dejaran su arte a la posteridad. Nos esperan todavía muchas sorpresas y no cabe dar por zanjado el debate científico de la primera expansión de nuestra especie. Cabe recordar que inmensas regiones del sur de Eurasia permanecen sin explorar por cuestiones de inestabilidad política y social. La arqueología y la paleontología han realizado un trabajo inmenso en algunas regiones del planeta, sacando a relucir la punta del iceberg de nuestra evolución biológica y cultural. Lo que nos falta por conocer sigue esperando en las entrañas de miles de yacimientos.

 

José María Bermúdez de Castro