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¿Por qué los seres humanos tenemos un diseño tan peculiar?, ¿es un diseño óptimo para nuestro estilo de vida?, ¿podríamos tener un diseño diferente? Son buenas preguntas para reflexionar, como lo han hecho varios especialistas en una de las reuniones previas al congreso de Antropología de Estados Unidos, y que publica la revista ScienceNow.

Avestruz. Fuente: Saberia.com

Nos caracterizamos por caminar erguidos sobre las piernas, tenemos un cerebro de gran volumen con respecto al tamaño corporal, que se desarrolla de manera muy lenta y adquiere una enorme complejidad, nuestras manos son hábiles, de dedos oponibles, fuertes y con una gran sensibilidad, etc., etc. Con un notable repertorio de adaptaciones, hemos ocupado la mayoría de los ecosistemas del planeta. Así que podríamos asegurar que la selección natural ha ido moldeando un diseño óptimo, a medida que cambiaban las circunstancias del medio. Pero en el aire sigue estando la pregunta sobre la posibilidad de haber tenido un diseño distinto.

El científico Jeremy de Silva (Universidad de Boston), especialista en el esqueleto postcraneal, se ha fijado en nuestros pies. DeSilva se pregunta si el diseño¿ de los pies es el más adecuado para un ser bípedo, caminante y corredor. Podemos afirmar que algunos seres humanos (bien preparados) son capaces de correr 42 kilómetros y 195 metros en muy poco más de dos horas. Y otros, como el admirado Usain Bolt, han alcanzado la extraordinaria velocidad de 45 kilómetros a la hora, aunque ese registro solo se pueda mantener durante poco más de 200 metros. No está nada mal. Sin embargo, tanto en resistencia como en velocidad nos ganan muchos mamíferos y ciertas aves corredoras, como los avestruces. DeSilva utiliza precisamente a esta ave como ejemplo, que es capaz de alcanzar una velocidad sostenida durante bastantes minutos de no menos de 80 kilómetros a la hora.

DeSilva, como cualquier experto anatomista, nos puede describir el pie humano como un sistema muy complejo de 26 huesos unidos por 33 articulaciones, fuertemente sujetos por una red de un centenar de tendones, y con una relativa capacidad de movilidad en virtud de los músculos que los unen entre sí y con los huesos de la pierna. ¿Es este un buen diseño? Si nos olvidamos de nuestra vida sedentaria moderna y pensamos en la movilidad de todos nuestros ancestros (incluidas las poblaciones más antiguas de nuestra propia especie), quizá sería mejor tener un pie sin tantas complicaciones anatómicas. Como los avestruces podríamos tener tan solo un par de dedos, con un tobillo fusionado con la parte inferior de los huesos de sus extremidades.

Sin embargo, la anatomía de nuestro pie es heredera de una forma ancestral relativamente reciente. Hace unos seis o siete millones de años -quizá más- los primeros representantes de la genealogía humana nos erguimos y comenzamos a caminar sobre las piernas. En la especie Ardipithecus se conoce la forma del pie, en el que el quinto dedo está separado del resto. El pie de este ancestro conservaba una cierta capacidad para la flexión, que le permitía trepar con facilidad y moverse por las ramas más fuertes de los árboles de su medio natural. Pero también sería capaz de salir fuera de su refugio para moverse en espacios abiertos. Su pie tenía la suficiente rigidez para correr, probablemente sin la velocidad y agilidad con la que lo hacemos nosotros. Los ardipitecos, cuya estatura apenas pasaba de los 100 centímetros, no podrían alejarse demasiado de la protección de los bosques, so pena de ser atrapados por los predadores.

En cuanto los cambios ambientales nos alejaron de la protección de los árboles y no nos quedó más remedio que aventurarnos en las sabanas africanas, fuimos modificando la estructura del pie. El quinto dedo se alineó con los demás y el pie fue adquiriendo una estructura más rígida, con un arco plantar para amortiguar el impacto contra el suelo. La selección natural consiguió que alguna o algunas de las especies de la genealogía humana tuvieran capacidad para para correr por espacios abiertos. A pesar de todos los cambios, DeSilva nos recuerda que nuestros pies sufren muchos problemas con este nuevo estilo de vida. El arco plantar no siempre cumple bien su función. Tiende a caerse con la edad. Los esguinces de tobillo son frecuentes, lo mismo que la inflamación de la fascia plantar (fascitis plantar). También tenemos calambres, juanetes, callos, durezas, etc.

En definitiva, DeSilva nos recuerda que la selección natural “hace cuánto puede” a partir del material genético disponible. No podemos partir de cero y conseguir estructuras exentas de problemas. Hace relativamente poco tiempo dejamos el estilo de vida de primates trepadores y el pie se modificó a partir de lo que teníamos: un pie muy flexible, apto para movernos por las ramas con gran agilidad. Si ese hecho hubiera sucedido hace 80 millones de años, es posible que tuviéramos un pie diferente. No lo podemos saber, porque nadie tiene una bola de cristal. DeSilva llega a comentar que la evolución funciona mediante cinta adhesiva, clips y tiritas: “veamos que se puede hacer con lo que hay”. Es una manera muy sencilla, visual y expresiva de afirmar que la selección natural emplea el material genético utilizable y que, ante situaciones límite, las especies se adaptan empleando “parches ingeniosos”.

José María Bermúdez de Castro