A todos los que investigamos sobre la evolución humana nos gustaría averiguar como funcionaba la mente de nuestros ancestros. Cada vez sabemos más sobre el desarrollo y el funcionamiento cerebro de Homo sapiens. Las técnicas modernas, como las imágenes captadas por resonancia magnética, permiten averiguar aspectos de nuestro cerebro o el de ciertos primates inimaginables hace una docena de años. La anatomía y la fisiología del cerebro han ido desvelando sus secretos desde hace mucho tiempo. Ahora nos vamos acercando lentamente hacia un mejor conocimiento de la mente humana. Esta noticia es magnífica, porque únicamente nuestra capacidad para pensar y reflexionar de manera inteligente permitirá que Homo sapiens siga evolucionando durante mucho tiempo. Pero ¿qué sabemos de la mente de los australopitecos o de los antiguos representantes del género Homo?
Los lectores pueden imaginar perfectamente la respuesta. Puesto que solo disponemos de los huesos fosilizados que contenían el cerebro de aquellos “humanos” apenas seremos capaces de averiguar el tamaño y la forma de su cerebro. Nada podremos decir sobre sus pensamientos, sus sentimientos, sus decisiones o sus sueños. Sin embargo, nos queda una opción para saber algo sobre su mente: el registro arqueológico. Los yacimientos antiguos conservan objetos fabricados por mentes pensantes. Es más, utilizando el ingenio podemos inferir muchos aspectos del comportamiento de nuestros antepasados más remotos. Algunos arqueólogos, como el británico Steven Mithen (pionero en estas cuestiones), se lanzaron hace tiempo a investigar el registro arqueológico desde una perspectiva “biológica”. Mithen popularizó este nuevo aspecto de la evolución humana con el título de “arqueología de la mente”. En mi modesta opinión, esta es una manera muy inteligente de acercarse a la arqueología ¿Qué pueden decirnos los objetos hallados en un yacimiento sobre las capacidades cognitivas de Homo erectus o de cualquier otra especie?, ¿qué lecciones podemos aprender sobre su comportamiento? Pongamos un par de ejemplos.
El primer ejemplo me resulta muy familiar, porque se refiere a Homo antecessor. Los restos fósiles de esta especie tienen aproximadamente 840.000 años y fueron acumulados en la cueva de la Gran Dolina como consecuencia de varios eventos de canibalismo. Esta conclusión fue formulada tras una investigación pericial similar a la que podemos ver en series televisivas muy populares. Pero, ¿qué tipo de canibalismo se practicó hace tanto tiempo? Si hubiéramos llegado a la conclusión de que ese comportamiento tenía una base ritual hubiéramos inferido que la mente de Homo antecessor no era muy distinta de la nuestra. Sin embargo, toda la información arqueológica obtenida tras una investigación exhaustiva de cada centímetro cuadrado del yacimiento, del clima reinante en aquella época, de la vegetación, la fauna, etc. nos llevó a proponer que el canibalismo pudo tener lugar tras las correspondientes disputas territoriales y con el ánimo de aprovechar al máximo aquellos recursos, aunque fueran de sus semejantes. Muy probablemente, la mente de Homo antecesor no concebía la repugnancia moral y simbólica que a todos nos produciría el hecho de comernos a otro ser humano. Por descontado, no podemos olvidar que la mente no es solo el resultado de reacciones bioquímicas. La educación que recibimos moldea nuestra mente, nuestra forma de pensar y actuar. Pero esa es otra historia.
Vemos otro ejemplo. Los objetos, como las herramientas de piedra, llevan un sello indeleble de la mente que los creó. Durante más de un millón de años todas las herramientas fueron fabricadas de una manera muy simple, con el objetivo de cumplir varias funciones fundamentales: golpear y romper, cortar y raspar. La mente que concebía estas herramientas tenía una capacidad de planificación a largo plazo muy limitada. Podemos decir que aquellas herramientas eran objetos de “usar y tirar”. Los chimpancés usan herramientas del mismo modo. El “salto mental” de nuestros ancestros consistió en modificar la materia prima para mejorar su funcionalidad. No es poca cosa, aunque fue necesario incrementar casi un 30% el tamaño del cerebro para conseguir ese logro.
Alguna mente brillante de las antiguas poblaciones africanas concibió una nueva forma de fabricar las herramientas hace nada menos que 1.700.000 años, el achelense o Modo 2. Detrás de la tecnología achelense, que se extendió con cierta rapidez entre los clanes de homininos de África, estaba una mente capaz de planificar a largo plazo. Las herramientas se estandarizaron, una capacidad que Homo sapiens simplemente ha perfeccionado. Además, las herramientas achelenses tienden a la simetría. Muchas especies animales tenemos simetría bilateral y nosotros dominamos a la perfección este concepto surgido en la evolución de los seres vivos, pero ¿y nuestros antepasados?, ¿realmente fueron capaces de abstraer el concepto de simetría de la observación de la naturaleza? La propia versatilidad de las herramientas achelenses también nos explica mucho sobre la mente de Homo ergaster y de las especies que adoptaron más tarde esta tecnología. Sin duda, lo que se esconde tras un hallazgo arqueológico es mucho más que los propios objetos. Su investigación a fondo puede llegar a ser apasionante.
» Los objetos, como las herramientas de piedra, llevan un sello indeleble de la mente que los creó.» Sí, pero ¿cuál es la naturaleza y significado de ese sello? Eso requiere interpretación, no es evidente. Podríamos decir que «un objeto contiene una historia, pero es una historia que tenemos que contar nosotros.» Decir que «un objeto cuenta una historia» es otra manera de decir que «un objeto tiene una historia». Claro que la gente puede contar todo tipo de historias por medio de los objetos, pero eso solo significaría que los objetos pueden reciclarse para usos nuevos. Cuando hablamos de la historia que cuenta un objeto, nos referimos no a cualquier historia que se pudiese contar usando el objeto como ayuda o excusa, sino más bien una historia que está necesariamente estructurada en torno a la especificidad del objeto, no en torno a la individualidad del narrador de la historia. Sería la historia que hay que contar necesariamente para entender el objeto; no cualquier historia que pudiese narrar el narrador, sino la historia que necesita precisamente ese objeto, y no otro, para ser contada. Esto no es decir que la individualidad de quien cuenta la historia no pueda interactuar de modo fructífero con la especificidad del objeto (o con su historicidad, podríamos decir), revelándola para hacer el objeto legible y comprensible para la gente que antes no podía ver la historia o significado contenidos en el objeto, la historia «contada por el objeto». El relato contenido en un objeto es por tanto el relato que puede interesar a cualquiera que quiera saber más sobre la historicidad de ese objeto, la historia que le es inherente. O, en última instancia, es el relato que se refiere a cualquiera que esté interesado en comprender la historicidad inherente en cada uno de los objetos de este mundo, y en cada una de sus personas. La gran historia que todos tenemos en común con el objeto, y con quien lo interpreta y nos cuenta una historia sobre él. Todo significado está sujeto a debate, claro, pero ese debate también es parte de la historia. Los relatos de detectives contienen dos historias entretejidas: la de cómo se cometió el crimen, y la de cómo se descubrió lo realmente sucedido.
El estudio de la cognición humana requiere una profunda remodelación del enfoque metodológico a utilizar. Hay que intentar comprender los procesos evolutivos que han posibilitado nuestra conducta. Como solo tenemos datos funcionales de nuestro cerebro habrá que utilizarlos y, llegando a una conclusión funcional, aplicarla a los datos arqueológicos. Este método es interdiscisplinar, pero usa TODAS las ciencias relacionadas con la conducta humana (Neurología, Psicología, Biología evolutiva, Antropología social, Lingüística, Paleodemografía, Genética), pero buscando la correcta interrelación entre todas estas ciencias, pues si alguna de ellas disiente de los postulados usados de las otras ciencias, es que algo funciona mal.
Tal trabajo se ha realizado configurando lo que se ha denominado Estructuralismo funcional, que ofrece una visión muy avanzada de la Arqueología cognitiva. Su aplicación al registro arqueológico está dando muy buenos resultados, pues ofrece una visión de la conducta paleolítica amplia, razonada, lógica y, lo que es más importante, mejor fundamentada que lo conseguido hasta ahora con las metodologías arqueológicas tradicionales.