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A todos los que investigamos sobre la evolución humana nos gustaría averiguar como funcionaba la mente de nuestros ancestros. Cada vez sabemos más sobre el desarrollo y el funcionamiento cerebro de Homo sapiens. Las técnicas modernas, como las imágenes captadas por resonancia magnética, permiten averiguar aspectos de nuestro cerebro o el de ciertos primates inimaginables hace una docena de años. La anatomía y la fisiología del cerebro han ido desvelando sus secretos desde hace mucho tiempo. Ahora nos vamos acercando lentamente hacia un mejor conocimiento de la mente humana. Esta noticia es magnífica, porque únicamente nuestra capacidad para pensar y reflexionar de manera inteligente permitirá que Homo sapiens siga evolucionando durante mucho tiempo. Pero ¿qué sabemos de la mente de los australopitecos o de los antiguos representantes del género Homo?

El húmero ATD6-48 de Homo antecessor presenta evidentes pruebas de canibalismo. Fue partido por la mitad cuando aún estaba “fresco” (rotura helicoidal de la diáfisis), se aprecian numerosas marcas de corte para separar los paquetes musculares y faltan los epicóndilos lateral y medial, después de que el hueso fuera golpeado para romper los tendones que fijan los músculos al hueso.

Los lectores pueden imaginar perfectamente la respuesta. Puesto que solo disponemos de los huesos fosilizados que contenían el cerebro de aquellos “humanos” apenas seremos capaces de averiguar el tamaño y la forma de su cerebro. Nada podremos decir sobre sus pensamientos, sus sentimientos, sus decisiones o sus sueños. Sin embargo, nos queda una opción para saber algo sobre su mente: el registro arqueológico. Los yacimientos antiguos conservan objetos fabricados por mentes pensantes. Es más, utilizando el ingenio podemos inferir muchos aspectos del comportamiento de nuestros antepasados más remotos. Algunos arqueólogos, como el británico Steven Mithen (pionero en estas cuestiones), se lanzaron hace tiempo a investigar el registro arqueológico desde una perspectiva “biológica”. Mithen popularizó este nuevo aspecto de la evolución humana con el título de “arqueología de la mente”. En mi modesta opinión, esta es una manera muy inteligente de acercarse a la arqueología ¿Qué pueden decirnos los objetos hallados en un yacimiento sobre las capacidades cognitivas de Homo erectus o de cualquier otra especie?, ¿qué lecciones podemos aprender sobre su comportamiento? Pongamos un par de ejemplos.

El primer ejemplo me resulta muy familiar, porque se refiere a Homo antecessor. Los restos fósiles de esta especie tienen aproximadamente 840.000 años y fueron acumulados en la cueva de la Gran Dolina como consecuencia de varios eventos de canibalismo. Esta conclusión fue formulada tras una investigación pericial similar a la que podemos ver en series televisivas muy populares. Pero, ¿qué tipo de canibalismo se practicó hace tanto tiempo? Si hubiéramos llegado a la conclusión de que ese comportamiento tenía una base ritual hubiéramos inferido que la mente de Homo antecessor no era muy distinta de la nuestra. Sin embargo, toda la información arqueológica obtenida tras una investigación exhaustiva de cada centímetro cuadrado del yacimiento, del clima reinante en aquella época, de la vegetación, la fauna, etc. nos llevó a proponer que el canibalismo pudo tener lugar tras las correspondientes disputas territoriales y con el ánimo de aprovechar al máximo aquellos recursos, aunque fueran de sus semejantes.  Muy probablemente, la mente de Homo antecesor no concebía la repugnancia moral y simbólica que a todos nos produciría el hecho de comernos a otro ser humano. Por descontado, no podemos olvidar que la mente no es solo el resultado de reacciones bioquímicas. La educación que recibimos moldea nuestra mente, nuestra forma de pensar y actuar. Pero esa es otra historia.

Bifaz (Modo 2) conservado en el Museo de Hombre de París.

Bifaz (Modo 2) conservado en el Museo de Hombre de París.

Vemos otro ejemplo. Los objetos, como las herramientas de piedra, llevan un sello indeleble de la mente que los creó. Durante más de un millón de años todas las herramientas fueron fabricadas de una manera muy simple, con el objetivo de cumplir varias funciones fundamentales: golpear y romper, cortar y raspar. La mente que concebía estas herramientas tenía una capacidad de planificación a largo plazo muy limitada. Podemos decir que aquellas herramientas eran objetos de “usar y tirar”. Los chimpancés usan herramientas del mismo modo. El “salto mental” de nuestros ancestros consistió en modificar la materia prima para mejorar su funcionalidad. No es poca cosa, aunque fue necesario incrementar casi  un 30% el tamaño del cerebro para conseguir ese logro.

Alguna mente brillante de las antiguas poblaciones africanas concibió una nueva forma de fabricar las herramientas hace nada menos que 1.700.000 años, el achelense o Modo 2. Detrás de la tecnología achelense, que se extendió con cierta rapidez entre los clanes de homininos de África, estaba una mente capaz de planificar a largo plazo. Las herramientas se estandarizaron, una capacidad que Homo sapiens simplemente ha perfeccionado. Además, las herramientas achelenses tienden a la simetría. Muchas especies animales tenemos simetría bilateral y nosotros dominamos a la perfección este concepto surgido en la evolución de los seres vivos, pero ¿y nuestros antepasados?, ¿realmente fueron capaces de abstraer el concepto de simetría de la observación de la naturaleza? La propia versatilidad de las herramientas achelenses también nos explica mucho sobre la mente de Homo ergaster y de las especies que adoptaron más tarde esta tecnología. Sin duda, lo que se esconde tras un hallazgo arqueológico es mucho más que los propios objetos. Su investigación a fondo puede llegar a ser apasionante.