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Cráneo del yacimiento de Dolni Vestonice (Republica Checa) datado en unos 31.000 años y perteneciente a las primeras poblaciones de Homo sapiens llegadas a Europa. Fuente: www.newscientist.com.

En una época en la que se sigue debatiendo sobre la unidad y/o la independencia de las diversas naciones europeas la ciencia continua con su trabajo, casi siempre silencioso cuando no silenciado o ignorado. Se acaba de publicar en la revista Nature un trabajo de enorme importancia sobre nuestros orígenes. Entre otros muchos especialistas y responsables de restos antropológicos, llama la atención la firma conjunta de algunos de los mejores expertos en paleogenética, como Qiaomei Fu, David Caramelli, Ron Pinhasi, Johannes Krause, David Reich o Svante Pääbo, que cuentan con una impresionante base de datos sobre el genoma de la mayoría de las poblaciones recientes. Este ámbito de la ciencia moderna avanza de manera incontenible, con el perfeccionamiento de las técnicas de obtención del ADN antiguo y la mejora en los métodos de análisis. Pudiendo obtener ADN, las investigaciones realizadas mediante el estudio antropológico de los restos óseos de los últimos 40.000 años ya solo tienen un valor descriptivo y orientativo.

El trabajo de un equipo tan numeroso ha permitido reunir una base de datos extraordinaria de 51 restos esqueléticos de antiguos pobladores de Europa, algunos de yacimientos españoles (El Mirón y La Braña). Todos ellos asignados sin ambigüedades a nuestra especie y cubriendo un rango temporal de entre unos 45.000 y 7.000 años. Los resultados reflejan la compleja historia del poblamiento europeo por los miembros de Homo sapiens antes del establecimiento de la cultura neolítica.

Esos resultados nos hablan del papel crucial de las oscilaciones climáticas del Pleistoceno Superior y sugieren el mismo modelo que planteamos para todo el Pleistoceno. Desde la primera colonización del continente europeo, hace 1,5 millones de años, se han ido sucediendo oleadas de nuevos emigrantes seguramente procedentes del suroeste de Asia. Este territorio, que en términos geopolíticos se conoce como el Próximo Oriente, ha sido un lugar privilegiado para la biodiversidad especialmente durante las épocas más frías del Pleistoceno. En cambio, las condiciones glaciales del norte de Europa vetaron durante miles de años las posibilidades para la vida de los humanos. Las penínsulas del sur de Europa, que incrementaban su territorio habitable con los fuertes descensos del nivel del mar, actuaron entonces como zonas refugio.

Los últimos 40.000 años no fueron ajenos a este modelo, según confirman los estudios de la paleogenética. Las primeras poblaciones de nuestra especie, que fueron capaces de arrebatar el territorio a los Neandertales y aún de resistir el período más frío del Pleistoceno Superior hace entre 25.000 y 19.000 años antes del presente, terminaron prácticamente por desaparecer. Esas poblaciones llevaban en su genoma cerca de un 6% de herencia neandertal, fruto de su contacto con los Neandertales durante 60.000 años. Su historia es mucho más compleja que la de una residencia permanente. El registro arqueológico de esta época es muy complejo y su estudio ha sido fuente de intenso debate entre los expertos. Esta complejidad obedece sin duda a los movimientos de la población europea de entonces, empujada por los rigores climáticos.

Estudiando el ADN de restos esqueléticos de varios yacimientos los genetistas han sido capaces de detectar la llegada de una nueva población a Europa hace unos 14.000 años. El origen de estos nuevos europeos parece encontrarse también en el suroeste de Asia. De este territorio también llegaría la cultura neolítica hace unos 8.000 años, así como la mayoría de las lenguas que hoy en día se hablan en Europa (Reflexiones de un Primate, 26 de marzo de 2015). El genoma de los pobladores epipaleolíticos y mesolíticos de Europa lleva menos de un 2% de genes neandertales. Podría tratarse de una selección negativa sobre los alelos procedentes de la población Neandertal, como sugieren los firmante del artículo publicado en la revista Nature. Pero también es probable que la hibridación de esta antigua población con los Neandertales hubiera tenido una menor intensidad que la de los primero “sapiens” de Europa.

Las investigaciones de ADN antiguo nos confirman que todos los europeos tenemos un origen común y que 7.000 años (una minucia en comparación con la duración total de nuestra historia evolutiva) han sido suficientes para romper los lazos biológicos que nos unen, entre nosotros y con las poblaciones del Próximo Oriente. La fuerza centrífuga, que a toda costa tratamos de contrarrestar, solo se sustenta en la rica diversidad cultural que atesoramos.

José María Bermúdez de Castro