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Foto: Mauricio Antón

Cuando se descubrieron los fósiles humanos del nivel TD6 del yacimiento de la cueva de la Gran Dolina, en la sierra burgalesa de Atapuerca, apenas tardamos unos días en darnos cuenta de que aquellos restos podían ser el resultado de al menos un presunto acto de canibalismo. Los estudios que se realizaron en los meses que siguieron al descubrimiento llegaron a la misma conclusión. Ahora sabemos que hace unos 900.000 años una especie humana (Homo antecessor) practicó el canibalismo en la sierra de Atapuerca, quizá en numerosas ocasiones. Sus restos aparecen al menos en tres subniveles diferentes. Se trata del caso de canibalismo más antiguo bien certificado de la historia de nuestra genealogía. No me cabe duda de que más tarde o más temprano se hallarán evidencias de antropofagia en especies aún más antiguas. Para realizar esta afirmación me baso en el hecho de que los chimpancés practican esporádicamente el canibalismo, por lo que este comportamiento nos viene de lejos. Por descontado, no se le ocurrió a Homo antecessor. Esta especie lo heredó de sus ancestros y nosotros lo seguimos practicando. Eso si, los motivos han cambiado a lo largo del tiempo. No olvidemos que la complejidad de nuestra cultura es un factor determinante del comportamiento.

Podría dedicar muchas líneas a presentar la pruebas en las que el equipo de expertos del equipo investigador de Atapuerca se basó para llegar a sus conclusiones. Obviaré esta parte y me centraré en las hipótesis que se pusieron encima de la mesa. A pesar de que unos humanos se comieron a otros y apuraron hasta el último gramo de carne, se descartó un canibalismo de necesidad. Junto a los restos humanos yacían los restos descuartizados de varias especies de mamíferos, que abundaban en aquellos parajes. El polen de las plantas o los diminutos restos fósiles de anfibios, reptiles, aves, etc. sugieren un clima algo más cálido que el actual para aquella época; el agua era abundante y, por tanto, había una gran riqueza de recursos cinegéticos y vegetales. Aquellos humanos no pasaban hambre. El esmalte y la dentina de los dientes de los muertos delatan que su desarrollo infantil y juvenil se produjo en condiciones de salud y abundancia envidiables. Nos faltan los restos de los quienes se los comieron, pero no me los puedo imaginar como individuos famélicos a la caza de otros humanos plenos de salud.

Canto tallado

Una de las herramientas halladas junto a los cadáveres de Gran Dolina, en el yacimiento de Atapuerca

Por otro lado, no se ha encontrado jamás una sola prueba de pensamiento simbólico en el registro arqueológico de una época tan remota. Algunos pueblos de nuestra especie han practicado el canibalismo por motivos religiosos y/o mágicos (y aún lo hacen), sin olvidar los casos patológicos. Todas estas hipótesis pueden descartarse para una especie que vivió hace casi un millón de años.
La reconstrucción del ecosistema en el que vivió Homo antecessor nos lleva a pensar que la sierra de Atapuerca era un vergel paradisíaco en aquellos tiempos. Muy probablemente, aquel territorio fue objeto de codicia para todas las tribus que acertaran a pasar por el lugar. Recordemos que esta pequeña elevación se encuentra en el llamado Corredor de la Bureba, una verdadera “frontera” entre las cuencas del Ebro y del Duero y que los humanos siempre nos hemos movido a lo largo de las riberas de los ríos. Así que los enfrentamientos territoriales en la sierra de Atapuerca y sus alrededores debieron de ser frecuentes. El botín de los ganadores se componía de recursos naturales, entre los que podemos contar los propios cuerpos de los vencidos, mujeres, niños, ancianos….Así, en primera instancia, nos puede parecer una salvajada, pero Homo antecessor no era sino una especie aprendiz en contraste con los miembros de Homo sapiens, sus alumnos más aventajados.