Siempre me ha fascinado la complicidad emocional entre los cánidos y los humanos. Cuando se ha tenido un perro en casa durante años se comprende aún mejor la compleja relación entre seres tan distintos y tan distantes en términos filogenéticos. Los cánidos y los homínidos compartimos un carácter biológico muy particular: somos animales muy sociales. Uno de los secretos del gran éxito evolutivo de los dos linajes radica precisamente en este rasgo etológico convergente. ¿En que momento de nuestra evolución se cruzaron nuestros caminos?
En un artículo relativamente reciente publicado en la revista Nature un grupo de genetistas de la universidad sueca de Uppsala mostraron sus resultados, tras analizar el genoma de hasta 60 razas diferentes de perros domésticos y de 12 grupos de lobos repartidos por todo el planeta. Las diferencias entre unos y otros mostraban, entre otras cosas, que los animales domésticos pueden digerir los mismos alimentos que los seres humanos (grasas, hidratos de carbono…). La domesticación de los cánidos llegó sin duda con la invención de la agricultura y el mayor sedentarismo de los seres humanos. Los autores de ese trabajo apuntan varias hipótesis sobre la domesticación de los ancestros de nuestros perros domésticos. Una de estas hipótesis sugiere que los cánidos aprendieron a conseguir alimentos en los vertederos, formados desde el mismo momento en el que nos asentamos en un territorio o lugar determinado. Aquellos especímenes con mayor capacidad de digerir los deshechos de los humanos tuvieron más facilidad para llevar una vida paralela a la nuestra. Y lo uno llevó a lo otro. Poco a poco, con ese acercamiento y una cuidadosa selección de los ejemplares más dóciles llegamos a la amistad que hoy en día une a las dos especies.
Hace ya algunos años, cuando se excavó por primera vez el yacimiento de Galería, en la Trinchera de la sierra de Atapuerca, encontramos una enorme cantidad de restos fósiles de diferentes especies de herbívoros. Aquellos animales vivieron hace entre 200.000 y 500.000 años, que es la cronología del yacimiento desde su nivel superior hasta su parte más profunda. La mayoría de estos fósiles presentaban marcas de los filos de las herramientas de piedra con los que había sido descuartizados. Los útiles se encontraron también junto a los fósiles. El yacimiento de Galería está conectado a una sima, que estuvo abierta al exterior durante miles de años y actuó como trampa natural para aquellos animales. Los humanos (ancestros de los Neandertales) entraban por un pasadizo (hoy en día taponado por sedimentos) y aprovechaban la carne de los animales caídos por la sima.
Algo que llamó la atención de quienes estudiaron el origen de aquella peculiar acumulación de fósiles de herbívoros en el yacimiento de Galería fue la presencia de mordeduras de cánidos superpuestas a las marcas dejadas por las herramientas de los humanos. Todo parece indicar que los cánidos de aquellos tiempos también tenían una particular asociación con los humanos. Si éstos, con su formidable corpulencia y sus armas de caza, se encontraban en la parte más alta de la pirámide trófica, los cánidos probablemente les seguían de cerca y aprovechaban los recursos cárnicos que les dejaban los humanos de entonces. Todo parece indicar que humanos de diferentes especies y cánidos, también de distintas genealogías, hemos llevado existencias paralelas durante milenios. El resultado: un final casi siempre feliz para todos.
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