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Una de las cuestiones más interesantes, controvertidas y debatidas en el ámbito científico de la evolución humana es sin duda el lenguaje. Sobre el lenguaje y sus múltiples facetas se ha escrito mucho y, valga la expresión, aún no se dicho la última palabra. Lo más curioso del caso es que nadie ha sido capaz hasta el momento de encontrar una respuesta satisfactoria a la cuestión: ¿cuando apareció por primera vez el lenguaje en la evolución humana? La pregunta se repite de manera constante en todos los foros donde se discute sobre nuestros orígenes, pero los asistentes nunca reciben una respuesta contundente. Simplemente porque nadie conoce esa respuesta.

La mayoría de los especialistas que han abordado las investigaciones sobre el lenguaje desde el punto de vista de la morfología de los restos fósiles de nuestros ancestros han arrojado la toalla. Podemos afirmar, en todo caso, que si nuestros antepasados del género Homo podían hablar su forma de expresarse sería diferente de la nuestra. Tenemos una configuración craneal única, que nos permite hablar de manera también muy particular. No podemos olvidar que las diferentes partes anatómicas (huesos y músculos) del cráneo representan un verdadero “instrumento musical” con su correspondiente caja de resonancia, que suena mejor o peor a partir de las órdenes que recibe del cerebro.

Puesto que he derivado hacia el cerebro, tengo que recordar al profesor Phillipe Tobias (1925-2012), uno de los paleoantropólogos más influyentes del siglo XX. Tobias fue uno de los autores de la especie Homo habilis, que se publicó en la revista Nature en 1964. Sus estudios de esta especie han quedado plasamados en artículos y libros que se citan continuamente. Tobias pensaba que Homo habilis era capaz de comunicarse mediante un lenguaje articulado, aunque no fue una de sus conclusiones más aplaudidas. Tobias había estudiado a fondo la forma del cerebro de Homo habilis a partir de moldes endocraneales. El cerebro de esta especie llegó a tener la mitad del tamaño del nuestro, que no está nada mal, y Tobias creyó reconocer en aquellos moldes una expresión más que rudimentaria de las llamadas áreas de Broca y Wernicke.

El área de Broca se localiza en la circunvolución frontal inferior del neocórtex cerebral, en el hemisferio izquierdo y muy próxima a ciertas áreas motoras del cerebro. En síntesis, su papel consiste en coordinar todos los movimientos de los elementos anatómicos y “tocar” el instrumento musical. El debido entrenamiento de esos elementos nos permitirá hablar correctamente en una u otra lengua o dominar a la perfeccción varias lenguas (con buen acento), si el entrenamiento se produce a una edad temprana con el neocórtex todavía en desarrollo.
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El área de Wernicke se localiza en la mitad posterior de la circunvalación temporal superior, en el neocórtex cerebral del hemisferio izquierdo y no lejos de áreas asociativas y auditivas. El área de Wernicke está perfectamente conectada con el área de Broca mediante un haz de fibras nerviosas (fascículo arqueado) y su papel promordial consiste en comprender lo que otros nos dicen. Sin el debido entrenamiento a temprana edad, seremos incapaces de entender lo que nos explican o preguntan en una lengua diferente a la nuestra.

No podemos saber si Phillipe Tobias tenía o no razón, porque no podemos viajar al pasado. Pero lo cierto es que Homo habilis había dejado ya el amparo constante de las selvas africanas, por aquel entonces ya en franca recesión en la regiones orientales del continente. Quién no recuerda el famoso grito de Tazán. No es que este personaje de leyenda tuviera una voz prodigiosa, sino que el eco de su llamada rebotaba y se propagaba a través de la densa vegetación a muchos kilómetros de distancia. Los primates sociales que viven en la selva también se comunican de un modo similar, y expresan con sus sonidos peculiares diferentes situaciones bien comprendidas por sus congéneres. La proximidad no es imprescindible en esta faceta de su comunicación.

Ahora bien, si salimos de la selva y nos encontramos en campo abierto ya podemos gritar, que nadie nos escuchará a más de cien metros de distancia. Homo habilis ya no pudo comunicarse con sus congéneres como lo hacían sus ancestros de bosques cerrados. A partir de un cierto momento ya solo valía la comunicación en las distancias cortas. Tal vez fue la gran ocasión para aprender a expresarnos mediante algún tipo de lenguaje; pero, como decía antes, nos quedaremos sin saberlo a menos que ideemos una manera de retroceder un par de millones de años en el tiempo.