La dieta es fundamental en el desarrollo de nuestra existencia. El tópico “somos lo que comemos” no hace sino expresar una realidad muy evidente. La dieta influye en nuestra calidad de vida, en la longevidad, en la expresión o no de ciertas enfermedades, etc. Es por ello que me parece muy oportuno escribir sobre la alimentación de nuestros ancestros. El hábitat, el clima, la latitud geográfica o la cultura han influido de manera decisiva en nuestra alimentación. Nuestra dieta, con su evidente componente cultural, es el resultado de una herencia de cientos de miles de años, condicionada por los avatares de cambios geológicos, climáticos, demográficos, etc.
Se conocen datos sobre la dieta de nuestros antepasados más remotos, gracias a las pátinas y marcas que pueden estudiarse en sus dientes fosilizados o al grosor del esmalte de sus premolares y molares. También se utilizan datos químicos, como el estudio de isótopos de ciertos elementos contenidos en los fósiles. A pesar de la sofisticación de algunos de estos métodos, la información que se obtiene sobre la dieta de nuestros primeros antepasados siempre es muy general y nunca ofrece una lista pormenorizada de los alimentos que constituían la base de su alimentación habitual. Como curiosidad, las señales que la masticación dejan en la superficie del esmalte de los dientes pueden borrarse o ser sustituidas por otras a medida que se consumen alimentos diferentes. Es por ello que el método de estudiar la pátina y otras marcas del esmalte puede decirnos, en todo caso, lo que cenó un individuo la noche antes de morir. Por supuesto, se trata de una exageración para criticar el citado método científico, pero no le falta algo de razón.
Tal vez no haya que dedicar muchos recursos a investigaciones costosas sobre la dieta de Ardipithecus ramidus o de Australopithecus anamensis, por citar dos de las especies más antiguas de la genealogía humana. Ardipithecus ramidus vivió en los bosques de África oriental hace entre 4,5 y 4,0 millones de años, mientras que Australopithecus anamensis vivió en las mismas regiones hace algo menos de cuatro millones de años. Estas dos especies tienen una distribución geográfica muy similar y proceden de la evolución del antecesor común que compartimos con el linaje chimpancés.
Los chimpancés no han abandonado nunca sus hábitats primigenios en las selvas del centro y oeste de África, y su dieta ha debido de permanecer prácticamente inalterada en el curso de los seis millones de años que nos separan de ellos. El esmalte de sus premolares y molares es más fino que el nuestro y su grosor es similar al de Ardipithecus ramidus. Este detalle anatómico nos dice mucho sobre la dieta de las dos especies, basada en alimentos relativamente blandos.
A pesar de la creencia casi generalizada de que los chimpancés son exclusivamente vegetarianos, y en particular grandes consumidores de fruta, lo cierto es que son primates omnívoros. Comen de todo. La carne procedente de la caza de otros primates más pequeños constituye una parte muy pequeña de la dieta, pero también consumen huevos, termitas y otros insectos, hojas, flores y semillas. El canibalismo no es infrecuente, y se produce por cuestiones territoriales en épocas de escasez de alimentos.
Nuestros antepasados más remotos también tuvieron una dieta omnívora, en la que abundaban los alimentos de consistencia blanda. Conseguían su menú en los bosques cerrados donde habitaban. Todavía no se había producido el gran cambio climático, que nos obligó a recurrir a nuestra riqueza genética para adaptarnos y sobrevivir. No obstante, ahora ya podemos desterrar el tópico de que las especies más antiguas de nuestro linaje fueron exclusivamente vegetarianas. El hecho de que nuestros ancestros pudieran digerir una gran diversidad de alimentos facilitó la adaptación de sus especies descendientes y, a la postre, nuestra propia supervivencia. En próximos posts veremos como el paisaje del norte y del este de África se fue deteriorando debido a progresivos cambios en el clima y como esta circunstancia afectó de manera drástica al devenir de la genealogía humana. La dieta fue un elemento clave para el éxito evolutivo de ciertas especies.
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