El registro arqueológico del Pleistoceno está constituido únicamente por aquellos elementos que pueden conservarse en los yacimientos a través del tiempo. Además de los instrumentos de piedra, los restos óseos de los animales cazados por nuestros ancestros conservan las evidencias de los procesos de carnicería. Los golpes o las marcas de descarnado son una prueba muy clara de que aquellos humanos despiezaron, cortaron tendones, separaron la carne del hueso, o fracturaron las diáfisis de los huesos largos para conseguir la médula. A falta de otras evidencias, podemos creer en la falsa idea de que la dieta de nuestros antepasados europeos estaba formada exclusivamente de los productos derivados de la caza.
Es muy posible que está apreciación sea correcta durante el invierno, la estación del año en la que no se podían recolectar frutos y otros alimentos de naturaleza vegetal. Hace unos 600.000 años, Europa fue colonizada por grupos humanos con una tecnología muy avanzada. No solo controlaban el fuego, sino que eran capaces de curtir la piel o de realizar instrumentos de piedra con una técnica ideada en África un millón de años antes (Achelense), pero totalmente desconocida en Europa hasta entonces. Estos grupos humanos, que la mayoría de especialistas incluyen en la especie Homo heidelbergensis, fueron capaces de alcanzar latitudes elevadas, donde el clima no era tan benigno como en las regiones mediterráneas. Los nuevos pobladores de Europa pudieron vivir en épocas interglaciares (no en épocas glaciares) en los territorios que hoy en día ocupan países como Alemania, Polonia o las regiones más meridionales del Reino Unido. Aunque las estaciones más cálidas del año proporcionasen alimentos de naturaleza vegetal a los grupos de Homo heidelbergensis, es evidente que la caza fue primordial en su subsistencia.
La gran complexión de los individuos de Homo heidelbergensis, que llegaron a medir 180 centímetros y alcanzar un peso de 100 kilogramos, permitiría lanzar sus jabalinas con la fuerza suficiente como para atravesar la piel y alcanzar los órganos vitales de caballos o ciervos sin acercarse a sus presas. Y todo ello sin olvidar su notable organización social, que facilitaría las estrategias cinegéticas, perfectamente planificadas. La visión de las habilidades cognitivas de nuestros antepasados mejora cada vez que se encuentra un nuevo yacimiento. Shöningen es un magnífico ejemplo de que estos y otros humanos, de especies distintas a la nuestra, están muy cerca de nosotros en su inteligencia y su capacidad para la innovación.
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