Quizá el simbolismo más básico se generalizó en los primitivos Homo sapiens con la idea de buscar la identidad y diferenciación de los grupos. Adornos y pinturas corporales debieron de ser usados desde hace miles de años como signo de pertenencia a un clan determinado. Este comportamiento tuvo sin duda una importancia primordial en la defensa del territorio, en la conquista de nuevos lugares y tal vez en la primacía de nuestra especie.
Tal vez nos parezca que eso de las tribus es cosa del pasado o de pueblos aislados y olvidados por el avance incontenible de la civilización. A nadie le extraña que hablamos de las tribus urbanas, que se identifican con sus adornos y vestimentas particulares y que están unidas por ideologías muy concretas. Puede parecernos que son una excepción y tal vez una manera de protestar o renunciar al sistema establecido. Grave error. No caemos en la cuenta de que el tribalismo es consustancial al ser humano. Este rasgo no se ha perdido nunca, porque está enraizado en lo más profundo de nuestro genoma y en la sociabilidad que nos caracteriza. Todos somos primates tribales, lo queramos o no.
Bien sea por nuestra forma de ser, nuestros gustos y aficiones o simplemente por nuestra profesión, buscamos la identidad y la diferenciación. Y en ocasiones lo hacemos porque no nos queda otra que identificarnos con el grupo social al que pertenecemos. Si un alumno universitario se presenta de manera habitual en las aulas con un buen traje y su correspondiente corbata será automáticamente tratado como un bicho raro y seguro que de manera excluyente. Lo mismo podemos decir de los ejecutivos, pero en sentido contrario. Por pura necesidad, la apariencia de un ejecutivo no puede desligarse de un buen traje. Es el símbolo que los identifica y los diferencia de otras profesiones. Las mujeres ejecutivas tienen que optar por no distinguirse de los hombres, usando a menudo trajes de chaqueta y colores no demasiado ostensibles. En ambos ejemplos, los vestidos se utilizan como símbolo de pertenencia, lo mismo que unas plumas o unos collares de conchas identifican a una tribu del pasado. Nada nuevo bajo el sol, aunque creamos lo contrario.
Los moteros, por poner otro ejemplo, no solo deben procurar disponer de una máquina que les permita disfrutar o presumir, sino que su vestimenta debe ser acorde con su afición. En definitiva, todos sin excepción usamos signos identificativos de nuestros aficiones, gustos, ideologías y oficios.
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