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¿Somos diferentes a otros primates?

En el post anterior expuse la hipótesis que permitiría explicar el crecimiento relativo del cerebro en Homo habilis, a pesar de que su desarrollo tuvo aproximadamente la misma duración que el de los australopitecos o el de los chimpancés. Exponía en ese post que durante muchos miles de años el aumento del tamaño cerebro de los miembros del género Homo pudo producirse mediante un incremento sustancial de la tasa de crecimiento de los tejidos cerebrales durante la gestación y en los primeros meses de vida extrauterina. A pesar de ese salto cualitativo de primera magnitud no es posible saber el grado de altricialidad de los neonatos en ese período. Con un cerebro mucho más grande, los recién nacidos de Homo habilis podrían haber alcanzado capacidades locomotoras y cognitivas con la misma celeridad que en los chimpancés, en contra de lo que sucede en Homo sapiens. Tardamos al menos un año en poder caminar erguidos y dependemos de nuestros padres durante mucho tiempo. Pero ese será otro capítulo de nuestra historia.

Una pregunta clave en la evolución de nuestro cerebro es conocer cuando se alcanzó el límite de esta posible “estrategia” de crecimiento más rápido durante la gestación. El canal del parto tiene sus límites y el nacimiento puede complicarse tanto por el tamaño de la cabeza como por la anchura de los hombros. Un hecho que no debemos olvidar es que la forma del canal del parto de nuestro antepasados era algo diferente del nuestro. La pelvis de los australopitecos y la de todas las especies que nos han precedido ha sido siempre relativamente más ancha que la nuestra y el canal del parto ha tenido una forma casi circular. No obstante, el radio de ese círculo ha sido proporcional a la estatura. Es decir, los pequeños habilinos tuvieron un canal del parto menor que el de los neandertales, aunque la forma de la pelvis fuera proporcionalmente similar.

El tamaño de cerebro del género Homo pudo crecer más y más durante la gestación a medida que aumentaba la estatura de las especies del género. Pero en cierto momento se alcanzaron los límites máximos de crecimiento cerebral intrauterino ¿Cuándo sucedió este hecho? Desde hace tiempo se sabe que el tamaño cerebro de los primates recién nacidos guarda una cierta relación con el tamaño del cerebro en el adulto. Hace unos siete años, dos investigadores norteamericanos de la Universidad de Michigan midieron el cerebro de los recién nacidos y de los adultos de diferentes especies de primates del “viejo mundo”. Para entendernos, se estudiaron los primates que viven en África y Eurasia (macacos, mandriles, papiones, chimpancés, etc.), que están más próximos filogenéticamente a nosotros. Nuestra especie también fue incluida en el estudio. La estrecha relación entre las dos variables quedó demostrada en una recta de regresión muy bien ajustada, en cuyo extremo superior quedábamos los humanos actuales. En otras palabras, en la evolución de incremento del tamaño cerebral nos hemos comportado exactamente igual que todos los primates de esta amplia región del planeta. No somos diferentes. La ecuación de la recta de regresión obtenida por los investigadores norteamericanos permitió predecir el tamaño del cerebro de los recién nacidos (una de las dos variables) de las especies extinguidas de nuestra genealogía, puesto que conocemos bien el tamaño del cerebro de los adultos (la otra variable) gracias a las mediciones cada vez más precisas realizadas en los fósiles.

En los chimpancés los neonatos nacen con un promedio del tamaño cerebral de unos 150 centímetros cúbicos (c.c.). En los australopitecos la recta de regresión predice un promedio de 180 c.c.. La cifra llega hasta los 270 c.c. en los representantes más primitivos de Homo ergaster y Homo erectus, cuyos tamaños cerebrales en el adulto alcanzaron valores de hasta 850-900 c.c. En Homo sapiens nuestros recién nacidos llegan al mundo con promedio de 380 c.c., que representa el 28 por ciento del promedio del tamaño del cerebro de los adultos (1.350 c.c.). Es evidente que la cifra de 380 c.c. ya no puede superarse. Es más, es bien sabido que en nuestra especie la pelvis es, en términos relativos, más estrecha que en la especies que nos han precedido. Así pues, el crecimiento de tamaño cerebral durante la gestación tuvo que detenerse (o ralentizarse) en el entorno de los 350 c.c., cuando los homininos ya habíamos superado los 1.000 c.c. de tamaño cerebral en el adulto. Si es así, esta “estrategia” evolutiva de los homininos fue eficaz hasta hace relativamente poco tiempo, con las formas más progresivas de Homo ergaster, Homo erectus, Homo antecessor, etc.

Pero esta no fue la única manera de conseguir un cerebro más grande en la evolución humana. Veremos nuevas hipótesis complementarias, pero sin obtener la conclusión precipitada que el incremento de nuestras capacidades cognitivas con respecto a otras especies del género Homo han sido solo una cuestión de tamaño.

jbermudez

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