Según todas las evidencias aportadas por la genética y la paleontología, nuestra especie se originó en África hace entre 250.000 y 200.000 años. La morfología de la parte interna del cráneo de los ejemplares fósiles recuperados revela que su cerebro tenía el mismo tamaño y forma que el de las poblaciones actuales. La pregunta que surge de inmediato es: ¿porqué hemos tardado más de 200.000 años en conseguir una tecnología como la que disfrutamos en la actualidad, si ya disponíamos de un cráneo sapiens?
Los genetistas consideran, con buen criterio, que durante este largo período de tiempo se produjeron mutaciones en ciertos genes responsables del desarrollo cerebral. Con estos cambios pudo aparecer el arte, desarrollarse las capacidades simbólicas, etc. En otras palabras, el cerebro de las poblaciones de Homo sapiens de hace 200.000 años estaba “a falta de un hervor” para conseguir logros artísticos y tecnológicos de enorme influencia en el devenir de nuestra evolución.
Por supuesto, es obvio que nuestro genoma no quedó “congelado” hace 200.000 años, sino que hemos continuado evolucionando. Aunque esos cambios no han modificado sustancialmente nuestro aspecto, si han permitido importantes adaptaciones para conseguir transformarnos en una especie cosmopolita. Si bien no es posible demostrarlo con evidencias científicas, el desarrollo cerebral de las poblaciones pretéritas de Homo sapiens ha tenido que cambiar de algún modo en 8.000 generaciones.
Sin embargo, no es menos cierto que los avances tecnológicos importantes se han logrado en muy pocos cientos de años. Es más, el método científico riguroso y generalizado no tiene más de un siglo, a pesar de que tengamos conocimiento de mentes privilegiadas y de sus logros desde que comenzó a escribirse la historia de la humanidad. Así pues, tendremos que añadir un ingrediente más a la explicación del momentáneo éxito arrollador de nuestra especie, si queremos explicar el avance exponencial de la tecnología en los últimos decenios.
La invención de la agricultura y la domesticación de los animales supuso un avance decisivo en el modelo económico de la humanidad. De ahí que ese modelo se extendiera como la pólvora desde los diferentes focos en los que apareció. El consiguiente aumento demográfico que supuso el Neolítico se manifestó pronto en el surgimiento de núcleos importantes de población. En muchos lugares del planeta se desarrollaron diferentes civilizaciones que, por unos motivos o por otros, terminaron su prosperidad y han quedado para el estudio de la arqueología de la historia más reciente. En la actualidad estamos asistiendo a la aparición de nuevas civilizaciones, que parecen haber llegado mucho más lejos. Si no surgen imprevistos, estas civilizaciones lograrán colonizar otros planetas. Y lo cierto es que los individuos del siglo XXI no somos distintos de los individuos de las civilizaciones que prosperaron en Egipto, en China o en el continente Americano. Unos y otros hemos tenido en común una intensa interacción mental. Dicho de otro modo, hemos funcionado con un gran “cerebro colectivo” y no como elementos aislados. La capacidad para la innovación puede estar en la mente de un individuo, pero esa capacidad solo puede prosperar si existe un diálogo entre dos o más mentes activas, pretéritas o presentes. Cada innovación se alimenta de conocimientos acumulados durante años (diálogo con el pasado) y de los conocimientos de sus contemporáneos (diálogo con el presente).
Es evidente que nuestros antepasados artistas de Altamira fueron unos genios del arte, pero quizá no tuvieron ocasión de compartir sus conocimientos más que con un puñado de congéneres de su clan o de clanes próximos. Esos conocimientos artísticos y las innovaciones tecnológicas se extendieron con enorme lentitud durante el Pleistoceno y el Holoceno. Sin duda el encuentro entre genios del arte o de la tecnología pudo ser muy ocasional. En la actualidad ese encuentro es muy frecuente e inmediato (congresos, vídeo-conferencias, etc.). El arte, en sus múltiples facetas, o el conocimiento científico se comparten con increíble rapidez. Nuestro desarrollo cerebral seguirá acumulando cambios genéticos, pero el progreso de la humanidad se mueve exponencialmente gracias a nuestro cerebro colectivo. Es por ello que los expertos hablan ya del Antropoceno, un nuevo período marcado por la intervención humana, para bien o para mal.
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