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Nunca olvidaré una entrevista que me hicieron hace ya unos cuantos años, en la que me preguntaron sobre el tamaño que podría alcanzar el cerebro de nuestra especie en el futuro. La pregunta no solo me pilló con el paso cambiado, sino que por aquel entonces no tenía argumentos sólidos para convencer al periodista sobre mi respuesta. No obstante, le contesté que no me parecía posible que este hecho sucediera. Otros homininos, los Neandertales, ya habían ensayado la posibilidad de tener un cerebro más grande que el nuestro. A pesar de ello, estos humanos  terminaron por desaparecer y, de manera directa o indirecta, nosotros tuvimos mucho que ver en ello. Y todo ello a pesar de tener un cerebro algo más pequeño. Mi sorpresa fue mayúscula cuando tuve oportunidad de leer la entrevista en cierta revista (por cierto, una publicación muy seria), porque tanto el titular como la imagen recreada por un artista sugerían mi defensa de un cerebro de grandes proporciones en un futuro quizá no muy lejano. Es evidente que aquel periodista quiso ganar puntos frente sus superiores y me utilizó de manera poco elegante. Agua pasada.

En posts anteriores he explicado dos aspectos fundamentales del cerebro. En primer lugar, he hablado de su aumento exponencial durante los últimos dos millones de años. También he hablado de las restricciones al crecimiento absoluto (tamaño del canal del parto). Además, en el post publicado el 14 de enero hemos visto que nuestro tamaño cerebral, aún siendo muy grande, ha seguido la pautas de todas las especies de primates catarrinos (las especies vivas de África y Eurasia). Estos dos argumentos serían más que suficiente para quedarnos con la idea de que nuestro cerebro permanecerá en su tamaño actual en un futuro próximo y aún en un futuro lejano.

Puede quedarnos la duda de si prolongaremos aún más nuestro desarrollo, que ahora supera en seis años al de los chimpancés ¿Tendremos más tiempo en el futuro para posibilitar un mayor crecimiento cerebral? No se puede contestar de manera negativa a esta pregunta, aunque un par más de argumentos terminarán por convencernos de que esto posiblemente no sucederá. En primer lugar, ha quedado demostrado de manera convincente que en las capacidades cognitivas del ser humano no todo es cuestión de tamaño. Su mayor complejidad responde perfectamente a las necesidades de los retos de la especie. Nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, etc. tendrán un cerebro con un mayor número de conexiones neuronales, necesarias para resolver los problemas que surgirán en el futuro. No obstante, perderán otras muchas conexiones y capacidades, que han sido necesarias para la supervivencia humana en el pasado. El mundo tecnológico se abrirá paso frente al mundo natural. Y hablando de este asunto, es curioso que nuestros hijos tengan que acudir a las llamadas “granjas escuela” para conocer de cerca una vaca, un conejo o un pollino, que solo han tenido oportunidad de ver en sus libros de texto o en los cuentos infantiles. Las verduras o las legumbres llegarán a sus platos, quizá en envases preparados, sin saber que detrás de esos manjares ha existido todo un largo proceso de cultivo. A cambio, nuestros hijos manejarán con enorme facilidad todos los artilugios tecnológicos que en apariencia nos facilitan la vida. Un reputado sociólogo español comentaba el otro día en una charla que los humanos nunca hemos estado tan solos, a pesar de contar con la complejidad de las comunicaciones actuales. Pero esto es materia de otro debate.

El último argumento que esgrimiré a favor de una restricción del incremento del tamaño cerebral reside en una simple cuestión de economía biológica. El gasto del cerebro en reposo alcanza hasta el 20 por ciento de toda la energía que consume un ser humano. En ese sentido, podemos decir que el cerebro es un órgano “muy caro” de producir y muy caro de mantener en términos de esa economía biológica. En todas las especies ese factor es fundamental a la hora de evaluar su éxito evolutivo. El nuestro ya no reside en incrementar el tamaño de un órgano tan sumamente caro, sino en utilizarlo de manera más eficaz. Volviendo a la tecnología, no cabe duda de que nos serviremos de ella para potenciar nuestras capacidades cerebrales. Quizá no estemos tan lejos de conseguirlo.