Ayer, 20 de febrero, nuestro equipo publicó un artículo sobre los fósiles humanos del yacimiento de Dmanisi en la revista PLOS ONE. Recordemos que este yacimiento (República de Georgia) es mundialmente conocido por haber proporcionado los restos fósiles humanos más antiguos de Eurasia, con una antigüedad que se aproxima a 1.800.000 años. Sobre los hallazgos en este yacimiento se han escrito un buen número de artículos científicos y un libro de divulgación. El primer resto humano, la mandíbula numerada como D 211, fue hallado en 1989. Sus descubridores (un equipo formado por científicos georgianos y alemanes) no podía dar crédito al hallazgo, que a la postre desterraría la hipótesis de una colonización de Eurasia en torno al millón de años. A pesar de que el contexto geológico, cronológico y paleontológico era incuestionable, el primer trabajo sobre aquella mandíbula no acertó con el diagnóstico. Aún pesaba demasiado el paradigma de entonces. Nuestro equipo publicó en 1999 un análisis de aquella mandíbula, que atribuyó a una forma primitiva de la especie africana Homo ergaster. Los hallazgos más importantes empezaron a llegar ese mismo año y ya nadie dudó ni de la antigüedad del yacimiento ni del aspecto tan primitivo de aquellos humanos.
Los fabulosos hallazgos en Dmanisi atrajeron de manera secuencial a investigadores de varios países, que fueron formando equipos mixtos con los científicos georgianos. Un equipo franco-georgiano se atrevió a nombrar por primera vez la especie Homo georgicus, en base a una mandíbula hallada en 2000. Aquella mandíbula (D 2600) era muy diferente a la primera y arrojó dudas razonable sobre la presencia en el yacimiento de una única especie. No obstante, parecía extraño que en un mismo lugar, y supuestamente en un mismo nivel estratigráfico, aparecieran dos especies distintas. Esta hipótesis nunca fue defendida ni por el equipo francés ni por los científicos georgianos. Tampoco fue tenida en cuenta por los científicos norteamericanos y suizos que llegaron a continuación. Los españoles también participamos en las excavaciones de Dmanisi, así como en varios estudios científicos y en tareas no menos importantes de conservación y restauración. Todo ello a través de un convenio entre la Fundación Duques de Soria y el Museo Nacional de Georgia. Aunque nuestro trabajo en Dmanisi fue muy significativo, nuestro peso como potencia científica de segunda clase restó influencia a las ideas que fuimos proponiendo al responsable de la dirección de los trabajos en Dmanisi, el Profesor David Lordkipanidze. Aún así, la presencia española en Dmanisi dejó una huella imborrable en nuestros colegas de Georgia y viceversa, al menos en el aspecto de las relaciones humanas. Nuestro carácter común mediterráneo fue un aspecto muy favorable para las magníficas relaciones entre nosotros.
Entre otras cuestiones, propusimos desde el principio la presencia de dos poblaciones diferentes en el yacimiento, basándonos en las diferencia de tamaño y forma de la mandíbulas. Esta idea nunca fue aceptada y, siguiendo las bases de un respeto mutuo, jamás nos atrevimos a publicarla al menos hasta que David Lordkipanidze nos diese su visto bueno. Un colega norteamericano, Matthew Skinner (que participó en las campañas de excavación) si se atrevió a proponer la hipótesis de las dos especies en base al tamaño tan diferente de las mandíbulas D 211 y D 2600. Esa diferencia es incluso superior en algunas variables a la que presentan los gorilas. Tales diferencias entre machos y hembras no resultan aceptables para las especies del género Homo, puesto que nuestra biología social es muy diferente a la de los gorilas. El trabajo de Skinner pasó casi inadvertido.
La publicación en 2013 del cráneo D 4500 en la revista Science pareció dar la puntilla a la idea de las dos especies. Este cráneo encaja perfectamente con la mandíbula D 2600 y el aspecto del cráneo en su conjunto resulta inquietante por el tamaño descomunal de su aparato masticador, que contrasta con la gracilidad de los demás individuos. Aún así, los científicos que publicaron este trabajo no solo siguieron defendiendo la idea de una única especie en Dmanisi, sino que se atrevieron a cuestionar la taxonomía del registro fósil de África. Para estos investigadores, las evidencias de Dmanisi invitan a repensar la validez de especies como Homo habilis y Homo rudolfensis. Desde hace al menos dos millones años y hasta hace unos 30.000 años la especie Homo erectus habría tenido un papel protagonista indiscutible en África y Eurasia, siempre de acuerdo con el criterio de esos investigadores. La variabilidad de Homo erectus habría sido enorme, recogiendo especímenes como los “habilis” de Olduvai o los “erectus” de Java o China. Por supuesto, la especie Homo georgicus no tendría validez. La única especie reconocida en Dmanisi también tendría que ser incluida en la especie Homo erectus.
Nuestro punto de vista es muy diferente. Las investigaciones previas sobre la morfología y el desgaste de los dientes nos llevaron a mantener dos ideas fundamentales: los homininos de Dmanisi tienen una gran similitud con los ejemplares encontrados en África y no tendríamos dificultad en asignar al menos a cuatro de los cinco individuos en Homo habilis o en Homo ergaster. El quinto individuo (D 2600+D 4500) es diferente tanto por su forma como por el desgaste de sus dientes. Siguiendo las leyes del código de nomenclatura zoológica (criterio de prioridad), este individuo tendría que ser asignado a la especie Homo georgicus.
Uno de los puntos interesantes del trabajo que hoy publica la revista PLOS ONE es la revisión de los datos sobre la geología del yacimiento de Dmanisi. El geólogo Mark Sier, que también ha excavado en Dmanisi, se ha encargado de revisar todo cuanto se ha publicado sobre la geología del yacimiento. Las contradicciones son numerosas, los cambios de criterio sobre la identificación de los diferentes niveles no se explican con claridad y resulta complicado en algunos casos conocer con precisión la procedencia de algunos ejemplares, como en el caso de la primera mandíbula D 211.
Finalmente, el estudio de la forma de las mandíbulas mediante nuevos criterios metodológicos no deja lugar a las dudas. Las mandíbulas de Dmanisi ofrecen una enorme variabilidad morfológica y pudieron pertenecer a dos especies distintas, quizá con estilos de vida diferentes. Esta última conclusión sería compatible con la coexistencia de dos especies de homininos, como estaba sucediendo en África en aquella época. Recordemos que hace dos millones de años los ecosistemas africanos asumieron sin dificultad la presencia de especies de los géneros Australopithecus, Paranthropus y Homo. El único requisito era tener estilos de vida diferentes para evitar la competencia entre ellas. En aquella época, el territorio ocupado en la actualidad por la República de Georgia era un reducto de características muy similares a la de los paisajes del Gran Valle de Rift, donde vivieron todos estos homininos y cuyo final se encuentra en el Corredor Levantino, a una distancia razonable de las regiones del sur del Cáucaso.
Esperamos que nuestro trabajo tenga eco entre los científicos que no han aceptado la presencia de una única especie en Dmanisi, ni el hecho de que se haya cuestionado la validez taxonómica de Homo habilis y Homo rudolfensis. Una vez más, el debate está servido.
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