Sería muy interesante saber que pudo pensar el Dr. Raymond Dart durante los años que dedicó al estudio del resto fósil que un cantero le llevó a su despacho de la Universidad de Witwatersand, en Johannesburgo. Raymond Dart nació y se formó como anatomista y antropólogo en Australia. La vida le llevó a estudiar en el Reino Unido (University College de Londres) y más tarde en la Universidad de Johannesburgo, en Sudáfrica, donde ejerció su profesión. En aquella época casi nadie dedicaba su tiempo a las excavaciones. Se necesitaba tener dinero, un buen equipo y un plan de logística. Como la arqueología y la paleoantropología estaban en pañales, los prehistoriadores no solían embarcarse en aventuras tan azarosas. Es por ello que los hallazgos más importantes en paleoantropología de buena parte del siglo XX ocurrieron por casualidad. El conocido como “niño de Taung” no iba a ser una excepción.
La cantera de Taung se encuentra en una pequeña ciudad situada al noroeste de Sudáfrica, que literalmente significa “el lugar del león”. El nombre quizá no es apropiado en términos paleontológicos, porque la mayor parte de los fósiles que fueron apareciendo en esta cantera de rocas calizas dolomíticas pertenecían a babuinos. Dart recibía con interés las rocas con los restos fósiles, aunque nunca se personó en la cantera. Pero un buen día, allá por el año 1924, recibió una pieza muy particular que llamó poderosamente su atención. Los dientes que asomaban en la roca no eran como los de los babuinos. La morfología de las cúspides era muy diferente y sorprendentemente humana. La curiosidad del científico llevó a Dart a dedicar horas a quitar gramo a gramo con un pequeño cincel y un martillo la dura roca caliza que aprisionaba al fósil. Puedo imaginar la paciencia y la habilidad de Raymond Dart para extraer el fósil, estratégicamente colocado sobre un lecho de arena para evitar que los golpes fracturasen el fósil.
Cuando Dart consiguió liberar el fósil se quedó de una pieza. Sus conocimientos de anatomía le ayudaron a comprender enseguida que tenía ante él los restos de un homínido y no de un babuino. El foramen magno estaba en posición inferior (en lugar de posterior), lo que sin duda implicaba una posición bípeda. Recordemos que nuestra médula espinal conecta con la parte inferior del cerebro y no con su parte posterior, como sucede en los vertebrados cuadrúpedos. Además, Dart confirmó que los dientes de aquel fósil recordaban a los de los humanos. Todos eran dientes de leche, excepto los primeros molares permanentes, que estaban en pleno proceso de erupción. La morfología de sus coronas era incuestionable; se trataba de un homínido africano, relacionado sin duda con la genealogía humana. Lo más inquietante es que hasta ese momento el origen de la humanidad se situaba en Asia y no en África ¿Cómo convencer a la comunidad científica de un hallazgo tan inesperado y de tanta trascendencia? Por supuesto, esta no es la primera vez que los estudiosos de la evolución humana se llevan una sorpresa de tal envergadura, pero empezamos a estar más habituados a éllo.
Como se supo más tarde, el niño de Taung fue víctima de un águila. Las marcas de las garras de ese animal quedaron grabadas en el cráneo de aquel homínido, que vivió en Africa hace entre dos y tres millones de años. La datación de Taung sigue siendo una incógnita, puesto que los métodos tradionales no han dado todavía resultados precisos. Aquel niño probablemente murió trágicamente devorado por los aguiluchos en algún nido de región de Taung.
Raymond Dart escribió en 1925 un artículo en la revista Nature para dar cuenta de su hallazgo, nombrando la especie Australopithecus africanus (mono del áfrica austral). Dart defendió con ardor sus conclusiones en un congreso celebrado en Londres, pero no tuvo mucho éxito. Tropezó amargamente con un paradigma demasiado extendido y aceptado por toda la comunidad científica de aquella época. Doce años más tarde, Robert Broom encontró un ejemplar adulto de la especie en el yacimiento de Sterkfontein, situado a varios cientos de kilómetros del lugar del león. Y las cosas cambiaron. La especie fue finalmente aceptada y el origen de la genealogía humana cambió de manera radical.
En la actualidad, todos los paleoantropólogos deseamos encontrar ejemplares inmaduros, que nos informan sobre algo tan importante como es el desarrollo de una especie. Las claves de lo que esa especie llegará a ser cuando alcance el estado adulto se encuentran en su desarrollo. Pero en aquella época (y aún en años muy recientes), el deseo ha sido encontrar individuos adultos, que permiten definir las características de las especies. No obstante, se olvida fácilmente que los rasgos de los individuos inmaduros son fundamentales en la identificación y definición de una especie. Raymond Dart pudo definir la especie Australopithecus africanus a partir del resto de un individuo infantil, que murió cuando tenía unos tres años de edad, y tuvo la fortuna de ver reconocido su trabajo. Raymond Dart falleció el 22 de noviembre 1988, cuando contaba 95 años de edad. Tuvo la inmensa suerte de conocer los progresos de la evolución humana durante muchos años.
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