La estatura de nuestros ancestros ha sido siempre motivo de curiosidad e interés para los expertos. No es sencillo llegar a determinar la estatura de una especie que vivió hace cuatro o cinco millones años, sencillamente por que la información que nos ha llegado en forma de huesos fosilizados es muy escasa. La posibilidad de estimar con precisión la estatura de una especie es excepcional. Es más, como mucho se puede llegar a determinar la estatura de un individuo y no de la población. Un dato individual nos vale de poco. Para llegar a conocer ese dato los expertos han de recurrir a algoritmos matemáticos complejos, que se aplican a las dimensiones de cualquier hueso del cuerpo mínimamente relacionado con la estatura. Si disponemos de un fémur o una tibia completos tendremos mucho ganado. Pero esto no suele suceder. En general tenemos que conformarnos con trozos de estos dos huesos o con otros, que permiten la estimación de la estatura con un margen más amplio de error. Un ejemplo es el calcáneo, que se articula con el astrágalo y el cuboides y forma el talón del pie. Este es el primer punto de apoyo en la marcha bípeda y recibe todo el peso del cuerpo. De ahí que su tamaño tenga una cierta relación con la estatura.
Tenemos poca información sobre la estatura o el peso de las especies más antiguas de nuestra genealogía. Conocemos algunas de estas especies gracias a un simple puñado de fósiles (Ardipithecus kadabba, por ejemplo). Con evidencias tan escasas apenas podemos hacernos una idea aproximada de su talla o de su envergadura. Y todo ello sin olvidar que la diferencia de peso y estatura entre machos y hembras pudo ser mayor que la de nuestra especie. Ese “dimorfismo sexual”, muy marcado por ejemplo en los gorilas, pudo ser del mismo rango que el de los chimpancés. Los machos de Pan troglodytes son entre un 15 y un 30 por ciento más voluminosos que las hembras. En este caso solo hablamos de peso, porque los chimpancés no son bípedos. Sin embargo, las cifras nos pueden dar una idea de la diferencia que pudo existir en la talla y el peso de los machos y hembras de especies primitivas de nuestro linaje.
Con todo ello, los expertos consideran que las hembras de los primeros homininos superaban con dificultad los 100 centímetros de estatura. En conjunto, el promedio de machos y hembras de los ardipitecos o de los australopitecos pudo estar en torno a 110-120 centímetros, la estatura de un niño actual de unos cinco años. Parece que los parántropos fueron un poco más altos, pero nunca se han estimado estaturas superiores a los 130-140 centímetros hasta bien entrado el Pleistoceno. Es más, los datos que se conocen de la especie Homo habilis sugieren que nuestros primeros antepasados fueron tan bajitos como los australopitecos.
Con anterioridad a los hallazgos en el yacimiento de Dmanisi, en la República caucásica de Georgia, se consideraba que la primera expansión del género Homo fuera de África había sucedido hace aproximadamente un millón de años. Esa hazaña se habría conseguido, entre otras cosas, gracias a nuestra capacidad para recorrer largas distancias mediante una gran zancada propia de seres de elevada estatura. Cuando supimos que la antigüedad del yacimiento de Dmanisi era de 1.800.000 años nos preguntamos enseguida por la estatura de los homininos encontrados en este lugar. Gracias a la magnífica conservación de los fósiles de Dmanisi se pudo averiguar con relativa facilidad que dos de aquellos humanos tendrían unos 150 centímetros de estatura, una cifra que ya está comprendida en el rango de las poblaciones de nuestra especie. Si la media de la población era también de ese orden, estaríamos hablando de humanos de baja estatura. Muchos de ellos no pasarían de los 140 centímetros, aunque otros llegasen a los 160. En otras palabras, la estatura de los humanos de Dmanisi no tuvo que ver con su expansión fuera del continente africano. Un mito derribado por las evidencias del registro fósil.
Con la excepción de Homo habilis, las especies del género Homo han tenido estaturas comprendidas dentro de nuestro rango de variación. Quizá nos sorprenda saber que los machos de especies que vivieron hace un millón de años alcanzaban con frecuencia 175 centímetros de estatura. Es el caso de la especie Homo antecessor. Así que los humanos actuales no podemos presumir de estatura elevada en relación a nuestros lejanos antepasados. Cierto es que en nuestra especie existen individuos de estatura muy elevada, por encima de los dos metros, e individuos bajitos, por debajo de los 150 centímetros. El hecho de que seamos una especie cosmopolita nos confiere esta singularidad. Pero lo importante es el promedio, que no parece ser significativamente mayor que el de nuestros ancestros del último millón de años. Otro mito que se desvanece. No podemos olvidar que la estatura es un carácter biológico notablemente influido por cuestiones ambientales y en particular por la calidad de la dieta, el clima o la altitud. Es muy probable que las especies del pasado no tuvieran una variación tan exagerada, sencillamente porque solo podían vivir en determinadas altitudes y latitudes y en equilibrio con su medio. Salvo excepciones, los factores ambientales no habrían influido de manara tan dramática en su estatura como sucede en la actualidad. Por ese motivo, las poblaciones de cualquier especie del género Homo seguramente tuvieron una estatura mucho menos variable que la nuestra.
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