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Los mamíferos nos caracterizamos, entre otros rasgos, por alimentarnos de la leche que producen nuestras madres durante un tiempo determinado. Ese tiempo es variable según las especies. El destete no es proceso brusco, sino que implica la progresiva retirada del alimento que proporciona la madre y la introducción de los alimentos propios de cada especie. Todos los mamíferos cumplen el protocolo de la lactancia, porque de ello depende la vida de sus crías. La única especie de mamífero que ha dejado de cumplir ese protocolo o que lo ha puesto en tela de juicio es curiosamente la más inteligente que nunca ha existido sobre el planeta. Una extraña paradoja de Homo sapiens.

La diosa Hera y la formación de la vía láctea.

Según las características de nuestra especie nos corresponde un período de lactancia de algo más de dos años, que puede prolongarse el tiempo que la madre considere oportuno. Hacia los dos años (y aún antes), nuestro sistema digestivo ha madurado lo suficiente como para admitir una todavía reducida variedad de alimentos. Pero la dieta fundamental en ese tiempo debería consistir en la leche materna. El período de lactancia de chimpancés y gorilas llega hasta los cuatro ó cinco años y el de los orangutanes hasta los siete u ocho años. Un tiempo tan prolongado de lactancia evita la ovulación debido la intensa secreción de la hormona prolactina y, por tanto, anula la posibilidad de nuevos embarazos.

Puesto que el tiempo de fertilidad de estas especies es similar al de los humanos (unos treinta años), el número potencial de descendientes por cada madre es inferior al nuestro. Esta “estrategia” reproductora evita un crecimiento demográfico excesivo, pero ha puesto a todos los simios antropoideos en peligro de extinción. Los hábitats de estas especies se han ido reduciendo por la expansión de sus primos humanos y las poblaciones de orangutanes, gorilas, chimpancés e hylobátidos han quedado relegadas a parques naturales y poco más. Las poblaciones de pequeño tamaño son muy proclives a la extinción.

El período de lactancia exclusivo disminuyó en el género Homo, favoreciendo con ello su expansión demográfica. Cada madre es capaz de dar a luz y criar a un mayor número de descendientes, siempre con la ayuda de los demás miembros del grupo. La reducción del tiempo obligado de lactancia en el género Homo no mermó en absoluto la probabilidad de supervivencia de las crías con respecto a los demás simios antropoideos. Prueba de ello ha sido nuestra expansión por los cinco continentes.

Por lo explicado en los dos párrafos anteriores, pudiera parecer que, en términos evolutivos, la falta de lactancia resulta favorable para nuestra especie. Los seres humanos seríamos capaces de evitar la lactancia y crecer sanos y robustos. Con ello, habríamos conseguido distanciarnos de nuestra condición de mamíferos, relegando la relación madre-hijo posterior al parto a un comportamiento menos “primitivo” y alejado de la existente en especies mucho menos inteligentes. Grave error, favorecido por intereses económicos y nuestra propia ignorancia.

Existen numerosos trabajos científicos y de divulgación, en los que se explica de manera pormenorizada la impresionante variedad de componentes de la leche materna necesarios para la nutrición o la protección contra las infecciones de nuestros hijos. Los artículos en revistas especializadas no son fácilmente accesibles, pero la información de las investigaciones científicas está al alcance de todos en muchos medios de comunicación. Se conocen decenas de elementos de la leche materna, que las leches de fórmula son incapaces de incluir en su composición. La leche de las madres cambia durante el día y con el transcurso de los meses, a la medida de la necesidades del lactante.

La relación psicológica durante la lactancia entre la madre y si hijo y viceversa es absolutamente imprescindible para un desarrollo mental equilibrado de ambos. No se trata de hacer comparaciones entre un modo u otro de alimentar a los bebés, porque lo natural es incomparable con lo artificial. Si es posible, la lactancia debería ser una obligación moral para un crecimiento saludable y resistente a las enfermedades. No hay mejor regalo para un hijo que una lactancia prolongada.

He sido testigo de una moda en contra de la lactancia en lugares públicos, producto de la estupidez que conlleva la civilización y nuestro alejamiento de la naturaleza. Todo ello unido a mitos creados por falta de información o por interés. Tan solo hemos de pensar en la “creatividad” de millones de años de evolución de los mamíferos.