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Hace varias semanas conocimos los resultados y conclusiones del Panel Intergubernamental de la ONU sobre el Cambio Climático (IPCC). Los datos aportados por los 235 científicos que han participado en este nuevo informe son claros y contundentes. No hay concesiones a la especulación. Si no se produce de inmediato, entre otras cosas, un cambio en la forma de obtener la energía que necesitamos para mantener nuestro estilo de vida el futuro inmediato de la especie estará muy comprometido. El documento de la IPCC sugiere dos cuestiones fundamentales: ¿tendremos tiempo para atajar el grave problema que se nos viene encima?, ¿seremos capaces de solucionar el problema?

La primera pregunta es más sencilla de responder. El documento habla de unos pocos decenios antes de que las consecuencias repercutan de manera directa y masiva en la población del planeta. El camino hacia las energías limpias se me antoja largo y muy complejo. Los continentes están divididos en cientos de países con posibilidades e intereses muy dispares. Los poderes económicos y políticos hablan un lenguaje muy diferente al que hablamos el común de los mortales. En mi opinión, se darán pasos más decididos cuando la situación sea prácticamente irreversible. Así que la pregunta puede cambiarse por: ¿seremos capaces cuando menos de salvar los muebles? Una frase muy apropiada a ese escenario sería la de “sálvese quien pueda”.

La segunda cuestión requiere de una reflexión sobre el propio ser humano. Somos primates muy inteligentes, sin duda. Nuestro córtex asociativo está muy desarrollado, por lo que somos capaces de investigar, tomar decisiones, deducir consecuencias, acumular conocimiento, predecir, planificar a largo plazo, etc. Y a pesar de ello los expertos de la ONU siguen predicando en el desierto ¿Qué sucede? ¿por qué las reacciones de los gobernantes son tan lentas y a todas luces insuficientes?

Ciertamente hemos desarrollado habilidades cognitivas únicas en la historia de la vida del planeta. Pero nuestra presunta “racionalidad”, ese aspecto del cerebro que muchos consideran como una divisoria entre nosotros y los demás seres vivos, está condicionada por instintos, emociones o necesidades básicas. Muchas personas y organizaciones han tomado conciencia de la situación, pero la inmensa mayoría de los seres humanos pensamos en el corto plazo, en vivir el día a día, en conseguir poder o en acaparar bienes materiales. Estoy convencido de que los que tuvieron la oportunidad de leer la noticia de la IPCC reflexionaron por un momento, pero luego tuvieron que volver a la lucha diaria de su trabajo o a la de conseguir un puesto de trabajo para seguir viviendo.

La adaptación más sobresaliente de Homo sapiens reside en la proyección mental capaz de modificar nuestro entorno a voluntad. Esa adaptación, la cultura, ha sido un elemento muy eficaz para conseguir el éxito de la especie. Pero nuestra principal adaptación se está volviendo contra nosotros. La terrible paradoja de nuestra especie es luchar contra sí misma, contra su propia esencia, que nos ha conducido hasta a la situación actual.

La ciencia ha tomado un protagonismo fundamental en el siglo XXI. Estamos ante una nueva revolución del conocimiento, que se acelera de manera exponencial. Las aplicaciones técnicas de la ciencia avanzan a gran velocidad, aunque todavía son incapaces de protegernos de las grandes catástrofes que suceden cada cierto tiempo. Es más, esas catástrofes puede agravarse por el hecho de disponer de grandes avances científicos. Solo tenemos que recordar el caso de la central nuclear de Fukushima.

La primera lección aprendida es que los avances tecnológicos tienen un precio. Esos avances pueden hacernos vivir más años (progresos en biomedicina), pero también pueden transformarse en verdaderas armas de destrucción masiva. No podemos prescindir de los vehículos contaminantes que nos transportan a cientos o miles de kilómetros de distancia, ni apagar la calefacción o el aire acondicionado cuando la temperatura sube o baja de ciertos límites, ni dejar de fabricar todo aquello que hemos llegado a considerar imprescindible ¿Estamos ante un camino sin retorno?, ¿se trata de una situación irreversible? Me gustaría ser optimista y pensar que no es así. Pero se ha de conseguir el equilibrio necesario para que el progreso no requiera pagar un precio tan elevado ¿Llegaremos a ese equilibrio en el tiempo que nos queda? ¿Y cuál será el precio por conseguir el nuevo renacimiento de la humanidad?