En Agosto de 1984, el veterano buscador de fósiles Kamoya Kimeu encontró en la región oeste del Lago Turkana (Kenia) uno de los ejemplares de homínido más espectaculares jamás hallado hasta entonces. Kimeu llegó a recoger más de un centenar de fósiles de un mismo individuo, que conformaron la mayor parte de un esqueleto de la especie Homo ergaster. El Museo Nacional de Kenia catalogó el ejemplar con el número de entrada 15.000 (KNM-WT 15.000). Aunque los profesionales nos referimos a este fósil con la sigla del Museo de Kenia, todos lo conocemos como “el Chico de Turkana”. Su pelvis tiene rasgos claramente masculinos y el desarrollo de sus dientes sugería una edad de muerte de unos 11 años. Sobre este esqueleto se han escrito numerosos artículos científicos, aunque su historia no se ha tratado a fondo en artículos y libros de divulgación. Sin duda, este descubrimiento habría merecido mucho más. El hallazgo dio lugar a varias hipótesis muy interesantes, algunas ya rechazadas tanto por hallazgos posteriores como por nuevas reconstrucciones del esqueleto.
En 1985, los paleoantropólogos Alan Walker y Richard Leakey dieron a conocer el hallazgo en un artículo publicado en la revista Nature. El “Chico de Turkana” fue uno de los protagonistas principales del Congreso Internacional sobre Evolución Humana, que se celebró en 1987 en la ciudad italiana de Turín. Todos queríamos escuchar las ponencias que se presentaron sobre este hallazgo. Incluso, Walker y Leakey llevaron a Turín una magnífica reproducción del original, que causó un gran impacto en todos los asistentes. La antigüedad de este ejemplar se cifró con mucha precisión en 1,6 millones de años, gracias a los estudios geológicos de los yacimientos del lago Turkana y a las numerosas dataciones de las capas volcánicas de la región mediante el método del potasio/argón.
El desarrollo de los dientes del Chico de Turkana hizo pensar en un principio que se trataba de un adolescente de unos 11 ó 12 años. Este joven debió morir por una infección dental. Como he contado en posts anteriores, la rotura de un diente en aquella época podía fácilmente desembocar en una infección. Sin los medicamentos adecuados, no era raro que se produjesen septicemias generalizadas (infección de todo el organismo) y el consiguiente fallecimiento de los individuos afectados. Una de estas infecciones pudo acabar con la vida del Chico de Turkana.
La excelente conservación de los dos fémures del Chico de Turkana permitió estimar con gran fiabilidad su estatura, que debió morir cuando medía la nada despreciable cifra de unos 165 centímetros. Pronto surgió la pregunta: ¿y si aquel adolescente hubiera sobrevivido hasta completar su desarrollo, que estatura habría alcanzado? La respuesta de los especialistas de entonces no se hizo esperar: aquel chico, que estaría en pleno estirón puberal, habría llegado a medir nada menos que 185 centímetros. Así que hace 1,6 millones de años los miembros de la especie Homo ergaster habrían sido tan altos como los de algunas poblaciones modernas de estatura elevada.
Sin embargo, algo fallaba en aquel razonamiento. En 1985 se publicó un artículo en la revista Nature, en el que Tim Bromage y Chris Dean demostraban por primera vez que el desarrollo de nuestros antecesores había sido muy diferente del nuestro. Los australopitecos y las especies más primitivas de Homo tuvieron un desarrollo muy similar al de los simios antropoideos. Los dientes fueron la clave de aquel estudio de Bromage y Dean. El desarrollo dental, que está significativamente correlacionado con el desarrollo de todo el organismo, era mucho más rápido en los australopitecos y en las especies más antiguas del género Homo. Siendo así, es posible que Chico de Turkana no estuviera lejos de alcanzar el estado adulto. Sus dientes, lo mismo que el resto de su cuerpo se formaban con mayor rapidez. Quizá su adolescencia era mucho más corta que la nuestra, por lo que aquel muchacho habría llegado a ser adulto hacia los 13 ó 14 años. Es más, los últimos trabajos científicos sugieren que, en el mejor de los casos, el desarrollo dental del Chico de Turkana se correspondería con una edad de unos 8 ó 9 años. Sin un estirón puberal tan marcado como el de nuestra especie, aquel humano podría haber llegado quizá a medir 170 centímetros, que tampoco está nada mal. Por otro lado, no podemos olvidar que una buena parte de nuestra elevada estatura se consigue gracias a disponer de un cráneo muy alto. La especie Homo ergaster, igual que otras especies del Pleistoceno, tenían el hueso frontal fuertemente inclinado hacia atrás y su cabeza era menos elevada que la nuestra
Otro error en la interpretación del Chico de Turkana fue la reconstrucción de su pelvis, que se realizó de acuerdo a la morfología de Homo sapiens. Nuestra pelvis es relativamente estrecha, lo que permite un ahorro energético en los desplazamientos, pero añade dificultades en el parto. Según los primeros estudios de la pelvis de KNM-WT 15000, la especie Homo ergaster también habría tenido una pelvis relativamente estrecha y una estructura corporal parecida a la de las actuales poblaciones africanas de las zonas tropicales. Estas poblaciones suelen tener estaturas elevadas y un cuerpo delgado y esbelto, que disipa bien el calor de estas regiones. La especie Homo ergaster habría tenido una estructura corporal similar al de las poblaciones tropicales y subtropicales, y las mismas dificultades de hoy en día para dar a luz.
El hallazgo posterior de algunas pelvis fósiles, como el ejemplar denominado “Elvis” del yacimiento de la Sima de los Huesos de Atapuerca o la pelvis de Gona, en Etiopía (1,8 millones años), ha permitido refutar las hipótesis de los científicos que estudiaron el Chico de Turkana. De acuerdo con la información de estos últimos años, la pelvis de todos nuestros antepasados (sin excepción) ha sido relativamente más ancha que la nuestra, con un canal pélvico que ha permitido un parto mucho más holgado que en el Homo sapiens. La reconstrucción del Chico de Turkana se realizó siguiendo patrones de los pueblos que actualmente viven en Kenia, como los Masai, altos y muy delgados. El actualismo, un método frecuentemente usado en reconstrucciones paleontológicas, no siempre resulta acertado.
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