Todos los mamíferos sociales necesitan un líder. En las manadas de lobos siempre encontramos un guía al que todos siguen en sus cacerías. Los rebaños de elefantes confían en su líder para defender el grupo y buscar alimento. El macho alfa de los grupos de chimpancés es imprescindible para dirigir el grupo, etc., etc. No cabe duda de que los homininos, como primates sociales, siempre hemos seguido a un líder. Su responsabilidad como jefe de la tribu era fundamental en la supervivencia de los componentes de los grupos. Por supuesto, la estructura jerárquica de nuestros ancestros ha llegado intacta a las escasas tribus de cazadores y recolectores que quedan en el planeta. Su estudio nos explica perfectamente el comportamiento jerárquico de las especies del Pleistoceno. Con grupos de poco más de 30 individuos, en el mejor de los casos, el liderazgo suele resolverse con relativa facilidad. Los individuos más capaces (no necesariamente los más fuertes) asumen el papel de liderar y asumir las decisiones.
La llegada del Neolítico, con su notable incremento demográfico, representó una nueva dimensión en el aspecto de la jerarquía. No hemos perdido ni un ápice la imperiosa necesidad de disponer de líderes para dirigir grupos cada vez más numerosos. La formación de los primeros núcleos urbanos en antiguas civilizaciones y mucho más tarde la vida moderna ha terminado por complicarnos la vida en este asunto. Nuestro ADN de primates sociales demanda la jerarquía y la existencia de dirigentes como una necesidad vital. Es por ello que se han establecido modelos complejos para liderar sociedades complejas.
El asunto puede resolverse mediante el concurso de líderes naturales, que conducen grupos muy numerosos de manera justa y equitativa o de un modo cruel y por la fuerza (dictadores). Estos últimos siempre se encuentran en una situación inestable, amenazados por otros líderes dispuestos a todo para arrebatarles sus privilegios. No es sino un reflejo de nuestros pasado remoto. Además, la cultura ha potenciado la apetencia por el poder. Es por ello que los dictadores se rodean de individuos de confianza, dispuestos de perpetuar el poder de su líder a cambio de una serie de prebendas. Aún así, el dictador nunca puede bajar la guardia. Las dictaduras representan una aberración del liderazgo natural de nuestro remoto pasado, porque carecen de la equidad universal necesaria para defender y proteger a todos y cada uno de los miembros del grupo.
Los medios de comunicación nos ofrecen en directo lecciones de antropología sobre el liderazgo y la jerarquía de los primates humanos. Algunos individuos pugnan por el conseguir el liderazgo absoluto o una cierta cota de poder en cada uno de esos partidos políticos. Los casos patéticos, por cierto, son abundantes. No deja de ser interesante como aprendizaje para conocer mejor la naturaleza humana, pero resulta lamentable constatar la distancia insalvable entre esos grupos y la inmensa mayoría. El interés de los individuos de esos grupos suele prevalecer sobre los intereses de esa inmensa mayoría.
No estoy descubriendo nada nuevo, sino describiendo una realidad que todos y todas conocemos muy bien. Es posible que algún día encontremos algo mejor, pero difícilmente eliminaremos de nuestro ADN la jerarquía y la necesidad de liderazgos. Así pues, reflexionemos como conciliar el hecho de ser millones de individuos con la necesidad de una direccionalidad justa y equitativa.
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