La semana pasada causó un gran revuelo la publicación en la revista Nature de los grabados geométricos posiblemente realizados por un individuo de Homo erectus en la concha de una especie de bivalvo del género Pseudodon, muy común en el sudeste asiático. La consulta de esta revista semanal es casi de obligado cumplimiento para un científico, esperando siempre la publicación de alguna investigación relevante en su ámbito. La arqueóloga Josephine Joordens y un amplio equipo de investigadores nos contaron las pesquisas realizadas en la colección de conchas de esta especie, recuperadas por el propio Eugène Dubois a finales del siglo XIX en el yacimiento de Trinil y las investigaciones que se derivaron de sus observaciones en esta colección. Los grabados que presenta una de las conchas fue objeto primero de la curiosidad y más de tarde de la perplejidad. La datación del sedimento adherido a este espécimen confirmó que la antigüedad de las conchas podía ser algo superior a los 400.000 años. La conclusión de que la especie Homo erectus fue capaz de realizar grabados mucho antes de que lo hicieran los neandertales y los miembros de nuestra especie mereció la atención de los editores de Nature.
Al leer el trabajo original mi primera reflexión no se centró precisamente en la conclusión más llamativa y merecedora de una publicación tan relevante. Esa primera impresión me llevó en cambio a pensar en la capacidad de nuestros ancestros y de nosotros mismos de adaptarnos a cualquier situación en nuestra expansión por todo el planeta. Los posibles grabados observados por Josephine Joordens en una concha pudieron ser el resultado de una acción intencionada o accidental. No podemos negarle a los miembros de Homo erectus la capacidad para grabar un dibujo geométrico de manera consciente. Aunque la conclusión hubiera resultado más convincente si los grabados se repitieran en algunos de los más de 160 ejemplares de Pseudodon de la colección de Dubois. Es posible que algún miembro de una de los innumerables clanes que vivieron en aquellos territorios tuviese la capacidad individual de realizar incisiones en una concha o en cualquier otro objeto. Si fue así, nunca sabremos si esa acción tuvo una intención determinada o algún significado simbólico. Parece poco probable que esta conducta, si fue intencionada, se hubiera generalizado en Homo erectus. O quizá en el futuro se localicen más evidencias sobre las posibilidades imaginativas y de abstracción de Homo erectus en otros yacimientos ¿Porqué no?
Pero hasta entonces me quedo con la capacidad de adaptación de Homo erectus y de otras especies de homininos para sobrevivir en ambientes muy diferentes y de adecuar su dieta a los recursos disponibles. Esa capacidad se ha podido inferir en muchos casos de la utilización de cualquier materia prima para fabricar instrumentos, cuando faltan materiales adecuados como el sílex o la cuarcita. En el caso de la isla de Java, los bivalvos de Pseudodon no solo sirvieron de alimento sino también como útiles, de acuerdo con las observaciones de los arqueólogos. Los bivalvos se abrían practicando un orificio en el lugar de inserción del músculo que permite el cierre hermético de las dos conchas. De ese modo, las conchas no se rompían y quedaban disponibles para usos posteriores. Todo ello denota una más que notable habilidad y conocimiento adquirido de la anatomía y fisiología de estos moluscos. En realidad, la mayor hazaña de nuestros ancestros fue sobrevivir. Gracias a ello ahora somos capaces de escribir y de leer estas líneas.
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