Corría el año 1912 y la paleoantropología estaba en sus comienzos. Los hallazgos de neandertales en Bélgica (yacimientos de Engis, 1829 y Spy, 1886), Gibraltar (1848), Francia (La Chapelle-aux-Saints, 1908, La Ferrasie, 1909, Le Moustier, 1909), Croacia (Krapina) y Alemania (cueva de Feldhofer, valle de Neander, 1856, Ehringsdorf, 1908) representaban casi todo lo conocido hasta entonces. Añadiremos los restos hallados en la isla de Java por Eugène Dubois a finales del siglo XIX y la mandíbula de Mauer, encontrada en 1907 cerca de la ciudad alemana de Heidelberg. En aquella época se desconocían las técnicas de datación y la interpretación de los pocos fósiles humanos eran muy diversas en un contexto evolutivo todavía por asimilar y comprender. No puede extrañar, por tanto, la historia que comenzó y creció en torno a los hallazgos realizados por Charles Dawson (1864-1916) en una cantera próxima a la pequeña localidad de Piltdown, en el este del condado de Sussex y no lejos de Londres.
Un obrero de la gravera de Piltdown encontró los primeros restos y se los entregó a Charles Dawson. La excavaciones de Dawson dieron como resultado el hallazgo de restos humanos y varios fósiles de vertebrados extinguidos. El color y el aspecto de los restos, además de la presencia de los fósiles de animales supuestamente del Pleistoceno o del Plioceno, ofrecían una cierta garantía de antigüedad. La noticia de este descubrimiento llegó enseguida a los despachos del “British Museum” de Londres. En aquella época, el responsable de todo lo relacionado con la evolución humana era el antropólogo sir Arthur Keith (1866-1955), que pronto se ocuparía de los hallazgos. También se implicaron el paleontólogo y conservador de geología del Museo Británico, sir Arthur Smith Woodward (1864-1944) y el arqueólogo y anatomista australiano afincado en el Reino Unido, sir Grafton Elliot Smith (1871-1937), que ocupaba su cargo en el “University College” de Londres y que no tenía demasiadas simpatías hacia los dos primeros.
Charles Dawson era uno de tantos aficionados a la paleontología y la arqueología, aunque contaba con un curriculum envidiable. Sus primeros hallazgos en Piltdown datan de 1908 y 1911, aunque los principales descubrimientos se realizaron en 1912. Los restos parecían importantes y Dawson se puso en contacto con sir Arthur Smith Woodward. Juntos visitaron el yacimiento y obtuvieron más restos, que se presentaron con gran alborozo en la Sociedad Geológica de Londres. No era para menos, porque otros países europeos llevaban la delantera en el estudio de fósiles humanos. El trabajo de reconstrucción fue llevado a cabo por sir Arthur Keith, como máximo experto del Reino Unido en antropología.
Se había obtenido algo menos de la mitad izquierda de un cráneo, un fragmento de un segundo cráneo humano, algún pequeño fragmento de la cara y restos de una mandíbula, que podía encajar con el cráneo. Faltaban los cóndilos articulares de la mandíbula, pero el hecho de haber encontrado los restos en el mismo yacimiento permitía pensar que habían pertenecido al mismo individuo. El trabajo no era sencillo y Sir Arthur Keith realizó una tarea de reconstrucción minuciosa y magnífica. En pocos meses llegaron los resultados. El aspecto del cráneo era sorprendente y ocupó, entre otras, portadas de diarios británicos y norteamericanos. Se había encontrado el perfecto eslabón perdido entre el Hombre y el Mono, que apoyaba la teoría de Charles Darwin. Atrás quedaba la idea primigenia de Eugène Dubois y su eslabón perdido de Java. La calota craneal de Dubois, tan aplanada y primitiva, no podía representar a un verdadero humano. El cráneo de Piltdown, en cambio, cumplía con el requisisto de tener un cerebro grande y seguramente una mente muy humana.
El cráneo era grande, tenia forma redondeada y seguramente había albergado un cerebro tan grande como el nuestro. La mandibula, en cambio, resultaba muy contradictoria. Su forma recordaba a la de los simios antropoideos. Los molares tenían cúspides aplanadas, en lugar de puntiagudas y la altura de la corona de los caninos era muy similar a la de los demás dientes (un rasgo humano). En cambio, la forma del canino y la del primer premolar era muy parecida a la de los simios. Se trataba de una perfecta combinación entre un neurocráneo moderno y una mandíbula “primitiva”. El resto humano merecía una denominación propia y fue bautizado por sir Arthur Keith con el nombre de Eoanthropus dawsoni.
Los restos fósiles de vertebrados que se encontraron en Piltdown certificaban la gran antigüedad del cráneo y parecían poner todo en su sitio. Habíamos evolucionado a partir de algún primate próximo a los simios antropoideos, pero la transición pudo ser muy rápida y enseguida llegamos a ser los que somos en la actualidad. Para los habitantes de principios del siglo XX el concepto de tiempo aún no tenía buenas referencias. Nosotros las tenemos gracias a las modernas técnicas de datación. Además, hemos ideado los calificativos de “tiempo geológico” y “tiempo evolutivo”. A pesar de todo, estos conceptos siguen siendo una pesada carga para nuestras mentes de primates. Con ello, trato de comprender (que no de justificar) todo lo que sucedió a primeros de siglo a propósito del hallazgo en la cantera de Sussex.
En esta historia, que continuaría hasta 1953, estuvo presente el antropólogo Pierre Theilard de Chardin (1881-1955), que acababa de ser ordenado sacerdote y que tuvo una enorme influencia en la paleoantropología mundial. Su presencia en los hallazgos de Piltdown no fue simplemente un mero trámite. Theilard se implicó y a él se debe el descubrimiento de un fragmento de colmillo de elefante. Theilard de Chardin fue una de los científicos con más peso en los hallazgos del yacimiento de Zhoukoudian durante los años 1930, que pusieron por primera vez en tela de juicio la autenticidad del cráneo de Piltdown. Lo veremos en el siguiente post. Sin embargo, tras su reconstrucción y primer estudio, el cráneo de Piltdown quedó encerrado en la caja fuerte del Museo Británico, expuesto únicamente a los ojos de los profesionales de esta institución durante más de cuarenta años. Sir Arthur Smith Woodward dedicó buena parte de su vida profesional a redactar su libro “El primer inglés”, para describir el fósil de Pildown.
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