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En 1964, Phillip Tobias, Richard Leakey y John Napier se atrevieron a romper la disciplina impuesta por Ernst Mayr en 1950 en la taxonomía del género Homo. La revista Science publicó su trabajo sobre la descripción y la diagnosis de la especie Homo habilis. Solo habían pasado 14 años desde que Mayr propuso agrupar la mayoría de los fósiles de nuestro género en Homo erectus. Sin embargo, los hallazgos realizados en Olduvai invitaban a pensar en una especie diferente, cuyos miembros tenían un aspecto mucho más primitivo que el de cualquiera de los ejemplares de Homo erectus descubiertos hasta entonces en África y Eurasia. Así nació Homo habilis, la especie llamada a ser la forma de transición entre los australopitecos y otros miembros más evolucionados del género Homo.

Las herramientas y el tamaño del neurocráneo de los restos humanos fósiles de Olduvai eran argumentos muy sólidos para sostener que aquellos homininos no solamente fueron muy diferentes de los australopitecos, sino que tenían que estar relacionados con el género Homo. Ante todo, conviene aclarar que los límites de cualquier categoría taxonómica (clase, orden, familia, género o especie) los marcamos nosotros mismos. Ningún ser vivo nace con su categoría taxonómica impresa en una etiqueta. Los científicos hemos decidido que tener un cerebro de más de 500 centímetros cúbicos y capacidades cognitivas apropiadas para transformar la materia prima pueden ser criterios suficientes como para pertenecer al selecto club del género Homo. Al mismo tiempo, estamos negando la posibilidad de fabricar herramientas a los australopitecos, puesto que el tamaño de su cerebro está muy cerca o es similar al de los chimpancés. No importa si los miembros de Homo habilis eran bajitos o si las proporciones de sus miembros superiores e inferiores no eran como las de otros miembros más recientes del género Homo. Lo realmente importante eran las capacidades cognitivas y todo apuntaba a que los miembros de la nueva especie eran más hábiles que los australopitecos.

En los últimos 30 años hemos progresado de manera notable en nuestros conocimientos sobre la antigüedad de las primeras herramientas y la biología de los homininos. Ya sabemos que la tecnología puede alcanzar o superar los 2,4-2,6 millones de años. Así se ha constatado en los yacimientos de Gona, Hadar y Omo (Etiopía) o Turkana (Kenia). Este hecho puede llevarnos a proponer dos hipótesis: 1) los primeros representantes del género Homo tuvieron una antigüedad de al menos 2,6 millones de años, y 2) las herramientas más antiguas conocidas fueron realizadas por los australopitecos. Como vimos en el post anterior, esta última hipótesis puede ir cobrando fuerza en próximos años. Puesto que en Olduvai no se superan los dos millones de años, tendríamos que retroceder nada menos que 700.000 años para seguir admitiendo a trámite la primera hipótesis. Si los australopitecos no fabricaron las herramientas de Gona, es evidente que Homo habilis o cualquier otra especie del género Homo tuvo que vivir en el este de África mucho antes de lo que fue asumido en 1964.

En 1985 Timothy Bromage y Christopher Dean nos contaron en la revista Nature sus conclusiones sobre el desarrollo de los australopitecos, los parantropos y los miembros más antiguos del género Homo, inferidas a partir de un estudio de histología dental. Aquellas conclusiones fueron ganado fuerza con el paso de los años y quedó confirmado que todos los homininos mencionados compartían un tiempo de crecimiento y un modelo de desarrollo similar al de los simios antropoideos. La biología del desarrollo de Homo habilis fue muy similar a la de los australopitecos. Muy probablemente el mayor tamaño cerebral de Homo habilis se consiguió mediante un pequeño incremento de la velocidad de crecimiento de este órgano durante la gestación y tal vez durante los primeros meses de vida extrauterina. Una variante del gen o de los genes que regulan esta velocidad pudo generalizarse en alguna población de australopiteco y dimos un salto cognitivo muy importante. Con un cerebro más grande y con un mayor número de conexiones neuronales fuimos capaces de iniciar nuestra carrera tecnológica.

En 1999, Mark Collard y Bernard Wood se replantearon en la revista Science los criterios para definir el género Homo. Sus reflexiones no tuvieron en cuenta los aspectos tecnológicos, sino que se centraron en la biología de las especies fósiles. El programa genético que regula el crecimiento y el desarrollo determina el aspecto final del adulto de cualquier especie animal. No es por tanto un tema menor, sino más bien al contrario. La apariencia de Homo sapiens viene condicionada especialmente por el hecho de contar con un crecimiento que dura 18 años y con un desarrollo específico, que cuenta con una infancia prolongada y un larga etapa de adolescencia. Este modelo surgió hace menos de dos millones de años y se fue consolidando poco a poco en las especies del género Homo. Sin embargo, Homo habilis crecía y se desarrollaba prácticamente como lo hacían los australopitecos. Su gran diferencia con estos últimos residía en una variante genética, que le permitió modificar el crecimiento y el desarrollo del cerebro ¿Suficiente para incluir a estos homininos en el género Homo? Para Collard y Wood este posible cambio no basta para cumplir con los criterios exigibles a una especie del selecto club del género Homo. Estos dos investigadores propusieron entonces “degradar” (si vale la expresión) a los homininos de Olduvai a la categoría de Australopithecus habilis.

La fuerza de la costumbre y la tradición son factores muy potentes en los seres humanos y los criterios de Collard y Wood han sido ignorados de manera elegante. Si, como vimos en el post anterior, se confirma que los australopitecos iniciaron la carrera de la tecnología tendríamos que ser valientes y apuntarnos a las conclusiones de Collard y Wood. Tanto los criterios biológicos como los arqueológicos juegan ya en contra de Homo habilis.