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A vueltas con el origen del género Homo

La mandíbula L.D. 350-1 representada en varias posiciones. Fuente: revista Science.

La semana pasada conocimos por los medios de comunicación el hallazgo de la mitad izquierda de una mandíbula en la localidad de Ledi-Geraru, situada en la región de Afar (Etiopía). Los autores del trabajo consideran que esta mandíbula representa el resto más antiguo del género Homo. Una vez pasada la euforia y la grandilocuencia de los titulares es necesario realizar una reflexión sosegada sobre este hallazgo. Antes de comenzar a escribir tengo que confesar mi ignorancia. Un servidor pensaba que la ciudad de Las Vegas (estado de Nevada) estaba consagrada únicamente al juego y la diversión. Pero resulta que La Vegas también tiene su correspondiente Universidad. El investigador Brian Villmoare, líder del artículo que publica la revista Science, es miembro del Departamento de Antropología de la Universidad de las Vegas. Tampoco puedo sorprenderme de este inesperado descubrimiento. Estamos hablando de los Estados Unidos, uno de los países que más invierte en I+D. Y es por ello que sus científicos siempre están en primera fila, presumiendo de descubrimientos que acrecientan su riqueza cultural y su economía.

En el mismo número de la revista Science, el investigador Erin N. DiMaggio (Universidad de Pennsylvania, USA) y su equipo describen la secuencia sedimentaria en la que fue hallada la mandíbula L.D. 350-1. Este trabajo es tan importante (o quizá más) que el propio hallazgo del fósil humano. El lapso de tiempo entre dos y tres millones de años es poco conocido y los sedimentos datados de este período apenas han proporcionado evidencias sobre nuestro pasado. Es por ello que Brian Villmoare y el nutrido equipo que ha colaborado en las excavaciones de la localidad de Ledi-Geraru necesitan el apoyo tanto geológico como geocronológico que le proporciona el equipo liderado por DiMaggio.

Sin embargo, al leer con atención el artículo científico que estudia la mandíbula L.D. 350-1 se tropieza enseguida con el relato del propio hallazgo. El espécimen se localizó en superficie, desplazado de su ubicación original en un cierto nivel estratigráfico. Los investigadores aseguran que el desplazamiento ha sido mínimo y que junto a la mandíbula se encontraba un fragmento rocoso de origen volcánico (también desplazado de su emplazamiento original), bien datado en 2,66 millones de años por el método de los isótopos del argón. La mandíbula y este fragmento de roca estaban situados diez metros por encima de otro nivel de origen volcánico datado en 2,84 millones de años. Así que tenemos que tener fe ciega en que la mandíbula procede de un nivel estratigráfico situado por encima del nivel volcánico datado en 2,66 millones de años. La antigüedad de la mandíbula antigüedad se ha estimado entre 2,75 y 2,80 millones de años, un margen ciertamente muy pequeño para un hallazgo fuera de contexto.

Este asunto no es banal, porque el artículo ha sido publicado en la prestigiosa revista Science al considerar probado que la mandíbula L.D. 350-1 más antigua que los especímenes Omo 75-14 y A.L. 661-1, también atribuidos al género Homo, y datados entre 2,0 y 2,4 millones de años. En este momento del relato no puedo pasar por alto un detalle de la historia de nuestro ámbito científico, cuando hace ya muchos años Louis Leakey se empeñó en atribuir al conocido cráneo KNM-ER 1470 una antigüedad de 2,8 millones de años, asumiendo que el género Homo venía de muy atrás en el tiempo. Con el paso de los años, el refinamiento de los métodos de datación permitió saber que el cráneo KNM-ER1470 era nada menos que un millón de años más reciente.

Una vez que decidimos aceptar la antigüedad del fragmento de mandíbula de Ledi
Geraru no enfrentamos a su descripción y comparación. El segundo obstáculo que encontramos en la lectura está relacionado con el posible origen del género Homo.  Brian Villmoare y su equipo asumen sin reparos que ese origen está relacionado con la especie Australopithecus afarensis. En la actualidad, muchos colegas piensan que esta especie dio lugar al género Paranthropus. Por cierto, Villmoare y su equipo de colaboradores no reconocen este género, aceptado por la inmensa mayoría de los especialistas. Curiosamente, este investigador sigue la nomenclatura antigua (ya en desuso), que consideraba a las especies del género Paranthropus  como pertenecientes al género Australopithecus.

Los dientes de L.D. 350-1 son relativamente pequeños, pero sabemos desde hace tiempo que el tamaño absoluto de los dientes es solo orientativo. Podría tratarse de dimorfismo sexual (diferencias de tamaño entre machos y hembras), aunque los autores han realizado cuidadosos análisis para descartar esta posibilidad. Las proporciones dentales son más diagnósticas, pero se trata solo de la mitad de una mandíbula y no es posible saber prácticamente nada sobre este aspecto. Los detalles morfológicos de los dientes y de la mandíbula son muy interesantes, pero es importante recordar que un único ejemplar no representa a la especie a la que pertenece.

Las implicaciones sobre este hallazgo son importantes y los propios autores dedican varios párrafos a reflexionar sobre ellas. Por ejemplo, la autoría de las herramientas de piedra más antiguas, que ya alcanzan una cronología de 2,7 millones de años en el yacimiento de Gona (Etiopía), podrían haber sido fabricadas por australopitecinos. Esta posibilidad ha sido discutida recientemente en base a la arquitectura interna de los metacarpos de los miembros de este género ¿Quizá el hallazgo de L.D. 350-1 resuelve esta cuestión? ¿Estamos seguros de que solo los miembros del género Homo fueron capaces de fabricar instrumentos de piedra? Y si fue así, ¿qué sabemos sobre el tamaño cerebral de una posible especie del género Homo datada en 2,8 millones de años? Como bien explica Brian Villmoare habrá que esperar a encontrar más ejemplares para saberlo. Ese es el deseo de todos, porque tres especímenes fragmentarios, L.D. 350-1, A.L. 166-1 y Omo 75-14 atribuidos por el momento al género Homo, es muy poca información para debatir sobre el origen de nuestro propio género en la nada despreciable “loncha temporal” que transcurre entre tres y dos millones de años.

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