En Agosto de 1984 Kamoya Kimeu, colaborador de Richard Leakey, encontró el primer resto fósil del esqueleto catalogado como KNM-WT 15000 por el Museo Nacional de Kenia. El resto fue hallado entre los sedimentos de un río seco, afluente del río Nariokotome, cinco kilómetros al oeste del lago Turkana. El 21 de septiembre de ese mismo año los fondos disponibles para la excavación de aquel yacimiento se habían terminado. Sin embargo, en esa fecha el equipo de Richard Leakey había reunido piezas suficientes para reconstruir el esqueleto más completo de un hominino recuperado hasta ese momento. Su antigüedad se ha confirmado recientemente mediante los isótopos del argón en torno a un millón y medio de años. Los defensores de la taxonomía estricta y cerrada atribuyen este fósil a la especie Homo erectus, mientras que los que defendemos una clasificación más abierta y una revisión de los criterios pensamos que el esqueleto KNM-WT 15000 tiene que ser incluido en la especie Homo ergaster.
Una vez recuperado, el fósil KNM-WT 15000 fue objeto de innumerables estudios. El esqueleto perteneció a un individuo inmaduro (bautizado como el chico de Turkana), que ya tenía los segundos molares funcionales. Sus “muelas del juicio” seguían todavía en pleno desarrollo. Su estatura alcanzaba unos 160 centímetros en el momento de la muerte. Este dato llamó la atención porque, en teoría, este chico todavía habría tenido unos cinco años para seguir creciendo ¿Qué estatura habría alcanzado, caso de haber llegado al estado adulto?.
En 1985 se había publicado en la revista “Nature” el primer trabajo que cuestionaba las viejas teorías sobre el modelo de crecimiento y desarrollo de los homininos. Se tenía por seguro que los australopitecos, los parántropos y los representantes más primitivos del género Homo crecían y se desarrollaban como lo hacemos nosotros en la actualidad. Aquel trabajo de Nature, firmado por Timothy Bromage y Christopher Dean, sostenía que nuestros ancestros tenían un modelo de crecimiento y desarrollo similar al de los simios antropoideos. Esta conclusión se ha confirmado en multitud de investigaciones, no sin un debate acalorado por parte de sus detractores. En la fecha del hallazgo del chico de Turkana ese debate estaba en pleno auge y quienes estudiaron los aspectos biológicos de aquel fósil prefirieron seguir la tradición. De este modo, los científicos asumieron que el chico de Turkana falleció en plena adolescencia, a la edad de 13 años. La reconstrucción de su pelvis sugería que aquellos humanos tenían un gran parecido en su estructura corporal con los actuales individuos del pueblo Masai de Kenia. Al fin y al cabo, el chico de Turkana vivió en un ambiente tropical. Todo parecía encajar y se llevó a cabo un estudio para predecir el peso y la estatura del chico de Turkana, caso de haber alcanzado el estado adulto. Los resultados sugerían una estatura de unos 185 centímetros y un peso de 68 kilogramos. Sin duda, el chico de Turkana podría haber participado con éxito en pruebas olímpicas de velocidad.
Pasaron los años y se comprobó que la reconstrucción de la pelvis era incorrecta. El chico de Turkana tuvo una pelvis tan ancha como la de todos los homininos. Su aspecto de Masai, alto y sumamente delgado, tuvo que dejarse a un lado. Además, las investigaciones sobre el crecimiento y el desarrollo terminaron por demostrar que los homininos más antiguos tuvieron un patrón muy distinto del nuestro. Quizá el chico de Turkana no murió durante su adolescencia, simplemente porque hace 1,5 millones de años Homo ergaster carecía de este período tan característico de nuestro desarrollo. Es más, las revisiones sobre el crecimiento de sus dientes rebajaron en nada menos que cinco años la estimaciones de su edad de muerte. El chico de Turkana falleció cuando tenía unos 8 años. Su modelo de crecimiento y desarrollo estaba notablemente más próximo al de los chimpancés que al de Homo sapiens. Había que volver a empezar.
En un trabajo muy reciente publicado en la revista “Journal of Human Evolution”, Christopher Ruff y Loring Burges han realizado una reevaluación del peso y la estatura del chico de Turkana utilizando el modelo de crecimiento y desarrollo de chimpancés y gorilas. Si la nueva edad de muerte estimada para este individuo es correcta, aún hubiera podido crecer al menos durante tres años, pero sin la ventaja del estirón puberal que tenemos los humanos actuales durante la adolescencia. Pero aún con el modelo de los simios antropoideos, el chico de Turkana habría alcanzado 180 centímetros de estatura y un peso de 80 kilogramos (una vez corregida la morfología de su pelvis). Se podría restar un par de centímetros a la estatura, debido a que el cráneo de Homo ergaster era algo más bajo que el nuestro. Aún así, nuestros ancestros del Pleistoceno Inferior llegaron a tener una estatura más elevada que la de muchas poblaciones recientes de Homo sapiens. Los datos obtenidos para Homo antecesor y los humanos del yacimiento de la Sima de los Huesos de Atapuerca, por ejemplo, también superan con holgura los 170 centímetros. Todo parece indicar que el techo de la estatura promedio de la genealogía humana se consiguió hace mucho tiempo. Ya sabemos que algunas poblaciones, como las de los Países Bajos, y ciertos individuos alcanzan estaturas muy elevadas. Pero esto no es lo común y la estatura promedio de la humanidad parece que se ha mantenido estable desde hace miles de años. Los datos del pasado nos llevan a pensar que nuestra evolución no seguirá la senda de la elevación de la estatura.
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