Los historiadores han documentado hasta la saciedad las múltiples vicisitudes del castillo de la Mota, construido en la villa de Medina del Campo hacia finales del siglo XI. Las sucesivas restauraciones, algunas muy recientes, han permitido la supervivencia de una de las fortalezas más bellas de Castilla y León, que en 1904 fue declarada Bien de Interés Cultural. En la actualidad no solo se pueden visitar el castillo, que domina la villa desde una modesta elevación (la mota), sino que fue acondicionado para albergar a los asistentes de congresos y reuniones que se celebran entre sus muros.
En 1992, tras la jubilación del profesor Emiliano Aguirre, primer responsable del proyecto de investigación en Atapuerca, decidimos presentarnos ante la comunidad científica mediante la celebración de un congreso de carácter internacional. La Junta de Castilla y León apoyó el evento, cediendo las instalaciones del castillo de la Mota. El reto era importante, porque acudieron las máximas autoridades en prehistoria y evolución humana de aquellos años. Nuestro objetivo era aprender y mostrar por primera vez el enorme potencial de los yacimientos de la sierra de Atapuerca a un nutrido número de investigadores. Hasta ese momento, la aportación de los yacimientos había sido modesta, pero muy prometedora. Los miembros del proyecto éramos muy jóvenes y teníamos muy poca experiencia internacional. Nuestro país aún se estaba recuperando de una de las mayores crisis de su historia reciente y el ámbito de la evolución humana apenas comenzaba a tener visibilidad en las revistas internacionales. Como un guiño a la historia, nuestra primera batalla para conquistar la atención de los máximos expertos comenzó en el castillo de la Mota. Y no pudo terminar mejor.
Asistieron al congreso las grandes figuras de entonces, como Clark Howell (1925-2007), Milford Wolpoff, Erik Trinkaus, Peter Andrews o Wu Xinzhi. Pero también invitamos a investigadores más jóvenes. La mayoría ya habían destacado por sus aportaciones en diferentes campos relacionados con la prehistoria y la evolución humana y tenían mucho que enseñarnos. Uno de esos jóvenes, Chris Stringer, recuerda sus experiencias del congreso en la contraportada del diario que edita la Fundación Atapuerca. Chris Stringer ya no es tan joven, pero en la mayoría de sus publicaciones científicas de los últimos 23 años destacan sus continuas referencias a los fósiles humanos de la sierra de Atapuerca.
Durante el congreso todos los asistentes tuvieron la oportunidad de visitar los yacimientos. Chris Stringer y otros valientes se atrevieron a descender a las profundidades de la Cueva Mayor, para visitar el yacimiento de la Sima de los Huesos. Su experiencia fue extrema y la recuerda como una de las grandes aventuras de su vida científica. Lo que no sabía es que solo un mes más tarde el equipo de excavación de Atapuerca encontraría dos de los cráneos mejor conservados del registro europeo del Pleistoceno Medio. Chris Stringer apoyó la publicación de ese hallazgo en la revista Nature, escribiendo una reseña que aún sigue vigente. Su título, “Secrets of the pit of de bones”, escondía sus emociones vividas pocos meses atrás. Stringer defendía entonces la estrecha relación entre los humanos encontrados en este yacimiento con los neandertales. Lo que ignorábamos todos era cuán estrecha era esa relación. La antigüedad del yacimiento de la Sima de los Huesos seguía siendo una incógnita, pero Stringer no tenía dudas sobre la posición filogenética de los propietarios de los esqueletos acumulados en aquel recóndito lugar de la Cueva Mayor. Ahora, con una fecha de alrededor de 400.000 años y más de 6.500 fósiles encima de la mesa, los humanos de la Sima de los Huesos nos cuentan las batallas de su supervivencia y su cercano parentesco con la población 200.000 años más tarde dio origen a los neandertales.
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