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Asistimos a una nueva entrega en la revista Nature de la saga amorosa entre los neandertales y los humanos modernos. Como siempre, el genetista Svante Pääbo está detrás del nuevo capítulo, liderado esta vez por Qiaomei Fu, un colega de la Academia de Ciencias de Pekín. El resto fósil que protagoniza la historia es una mandíbula humana, que ya estuvo en el candelero en 2003 de la mano del paleoantropólogo Erik Trinkaus. Esta mandíbula apareció en 2002 en la cavidad de un sistema cárstico situado al suroeste de los Cárpatos, en Rumanía, junto a un conjunto de restos de mamíferos del Pleistoceno Superior. La cavidad recibe el nombre de Pestera cu Oase (la cueva de los huesos), en la que abundan restos de la especie de oso Ursus spelaeus. Curiosa coincidencia entre este yacimiento y el de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca, tanto por su denominación como por la asociación de restos de humanos y de osos. La diferencia está en la datación, de 430.000 años para la Sima de los Huesos y de 35.000-40.000 para Pestera cu Oase. El hecho de que en las dos cavidades se haya conseguido secuenciar ADN antiguo de los restos humanos es otra feliz coincidencia.

Mandíbula encontrada en la cueva de Pestera cu Oase, Rumanía.

Erik Trinkaus ha defendido desde siempre la teoría multirregional, una escuela de pensamiento de la que forman parte otros investigadores. Para este científico las poblaciones del Pleistoceno evolucionaron de manera lineal, para desembocar finalmente en Homo sapiens. La hibridación frecuente entre todas las poblaciones africanas y eurasiáticas durante los últimos dos millones de años habría evitado que se formaran especies diferenciadas en el género Homo. En lo que concierne a Europa, Erik Trinkaus ha buscado desde siempre las pruebas de la continuidad evolutiva entre los neandertales y las poblaciones de Homo sapiens. En 2003, Erik Trinkaus publicó la descripción morfológica de la mandíbula de Pestera cu Oase como una prueba importante de la teoría multirregional.

La teoría alternativa al multirregionalismo ha sido apoyada mayoritariamente en las última décadas. Nuestra especie se formó en África y desde hace unos 100.000 años fue colonizando poco a poco todo el planeta. La teoría del “Out of Africa” es proclive a apoyar la existencia de diferentes especies del género Homo durante los últimos dos millones de años en distintos lugares de África y Eurasia. Las últimas especies del género Homo (e.g., Homo neanderthalensis) habrían sido barridas literalmente de sus hábitats naturales con la expansión de Homo sapiens. La entrada en escena de la paleogenética ha resultado ser un apoyo importante para la teoría del “Out of Africa”, pero ha matizado su versión más extremista. Los miembros de nuestra especie hibridaron de manera puntual con las poblaciones autóctonas en su lento avance por África y Eurasia. Por el momento, las investigaciones sobre el ADN antiguo nada pueden decir sobre la posibilidad de que los miembros de nuestra especie tuvieran descendencia fértil con los grupos de Homo erectus, pero la pruebas de hibridación con los neandertales se multiplican.

La posibilidad de cruzamientos exitosos con híbridos fértiles disminuye a medida que aumenta la distancia genética entre las especies. Los neandertales y los humanos modernos compartimos un ancestro común, quizá no más antiguo de 600.000 años. Esta distancia temporal no es suficiente como para evitar que los posibles híbridos (no todos) sean fértiles y dejen descendencia. Las investigaciones sobre el ADN conservado en algunos restos neandertales llegó a la conclusión de que la poblaciones eurasiáticas tenemos entre un 1 y un 3 % de ADN procedente de la hibridación con los neandertales. Las consecuencias fenotípicas de este porcentaje no son reconocibles, de manera que cualquiera es capaz de distinguir con extrema facilidad el esqueleto de un neandertal y de un sapiens.

adnLa línea de investigación sobre el ADN antiguo está siendo muy fructífera, aunque algunos especialistas no dejan de reconocer las dificultades de su trabajo. La presencia constante de microorganismos y del propio ADN de quienes han manipulado los fósiles es un hándicap importante. Hace falta mucho trabajo,  paciencia y no poca suerte para reconocer el ADN mitocondrial y nuclear de los humanos del pasado. Las investigaciones dirigidas por Svante Pääbo parecen haber soslayado todas las dificultades metodológicas, lo que no deja de ser un mérito científico de primera división.

En el caso que nos ocupa, se practicaron dos perforaciones en la mandíbula de Pestera cu Oase para extraer 25 y 10 miligramos, respectivamente, de polvo de hueso. Si el proceso y los resultados referidos por los autores del nuevo artículo de la revista Nature son correctos, el propietario/a de la mandíbula perteneció a un descendiente de entre cuatro y seis generaciones posterior a la hibridación entre su tartarabuelo/a neandertal y su tartarabuelo/a sapiens. Este descendiente tiene entre un 6 y un 9 % de ADN heredado de los neandertales. Quizá no le faltaba razón a Erik Trinkaus cuando en 2003 nos contaba que la mandíbula de Pestera cu Oase tiene algunos rasgos morfológicos típicos de los neandertales. Sin embargo, este hecho no invalida la teoría del “Out of Africa”. Es más, los autores de este nuevo trabajo en Nature han comparado el ADN mitocondrial y nuclear de la mandíbula de la cueva rumana con la de numerosas poblaciones recientes de Eurasia. Sus conclusiones sugieren que el propietario/a de la mandíbula no dejó descendientes actuales en la poblaciones europeas y, con toda seguridad, tampoco dejó sus huellas genéticas en las poblaciones de Asia.

Nuestro genoma es el resultado de la evolución de millones de años. Compartimos ADN con todos nuestros antecesores, lo que podría representar una buena cura de humildad. No obstante, el genoma humano está organizado de manera específica y contiene la información exclusiva y necesaria  para que la cascada de acontecimientos que suceden durante nuestro desarrollo culminen en seres de la especie Homo sapiens. Los neandertales quedaron atrás, pero su ADN está en todas nuestras células. No cabe duda de que también tenemos ADN de otras especies del género Homo, aunque la paleogenética no haya podido (por el momento) descifrar cuáles forman parte de nuestra genealogía más directa.