No es la primera vez que escribo sobre el simbolismo, un tema realmente fascinante. El catedrático de prehistoria de la Universidad de Santiago de Compostela, José Manuel Vázquez Varela, me envió hace unos días un artículo sobre el significado y la antigüedad de los colgantes realizados con conchas marinas. Los primeros párrafos de su trabajo son dignos de una profunda reflexión. Los humanos actuales dedicamos mucho tiempo a prepararnos para ser observados por los demás. Con esa preparación enviamos a nuestros semejantes mensajes de naturaleza muy diversa. En ocasiones deseamos atraer las miradas hacia nosotros con la intención de agradar. Pero en muchos casos enviamos advertencias agresivas, de identidad, de rechazo o para evitar que nos hagan daño. Desde hace más de 100.000 años los humanos utilizamos símbolos externos a nuestro cuerpo para comunicarnos sin necesidad de utilizar el lenguaje. Es posible que el simbolismo tenga raíces mucho más profundas de lo que nos dicen los yacimientos. Existen indicios sobre las capacidades simbólicas de los neandertales. Esta sería una prueba de que el simbolismo o bien ya estaba presente en el último antecesor común Homo neanderthalensis y Homo sapiens, o que tal habilidad mental surgió de manera convergente en las dos especies. Sea como fuere, la socialización generalizada del simbolismo está unida a la mayor parte de la historia de nuestra especie.
En su trabajo de revisión, José Manuel Vázquez compara varios yacimientos de África y del Corredor Levantino, separados por miles de kilómetros y una distancia temporal más que aceptable. En el norte de África nos habla de los yacimientos de Oued Djebabna (Argelia), con una datación de 90.000 años, y el de la cueva de Pigeons (Marruecos), cuya cronología puede llegar a más de 80.000 años. El yacimiento de la cueva de Blombos, en Sudáfrica, es conocida por varios elementos de un indiscutible valor simbólico, y su cronología puede alcanzar los 100.000 años. De una época similar se datan los yacimientos de Qafzeh y Skhul, situados en el Corredor Levantino. Además de sus respectivas peculiaridades, la mayor parte de estos yacimientos han proporcionado numerosas conchas marinas de dos especies del género Nassarius. Estos gasterópodos, que aparecen con perforaciones intencionadas, no tienen el tamaño apropiado (no más de dos centímetros) para constituir parte del alimento de los humanos. La distancia de algunos de estos yacimientos a la costa puede superar los 200 kilómetros, un recorrido suficiente para afirmar que se trata de objetos transportados de manera intencionada. En el caso del yacimiento de Qafzeh se han obtenido conchas del bivalvo marino Glycimeris insubrica (un tipo de almeja), transportadas 40 kilómetros desde la costa. ¿Qué valor daban nuestros antepasados a estos elementos?
Podemos dar rienda suelta a nuestra imaginación y pensar que estos objetos tienen un significado funerario, ritual o mágico. En arqueología, como sucede en los demás ámbitos de la ciencia, no siempre es posible encontrar información empírica para proponer hipótesis contrastables. Sin embargo, la perforación de las conchas y un adecuado ejercicio de “actualismo” nos llevan a pensar que hace más de 100.000 años los humanos decoramos nuestro cuerpo como lo seguimos haciendo en todas las sociedades del planeta. Los adornos corporales (tatuajes, pendientes, piercing, colgantes, etc.) se utilizan para lanzar mensajes de tribalidad, jerarquía, o simplemente para resultar más atractivos (sexualidad). Su importancia social es innegable, porque están relacionados de manera muy potente a la comunicación.
Vuelvo a reiterar mi fascinación por el simbolismo y la capacidad que los humanos tenemos para comunicar una infinidad de mensajes sin necesidad de utilizar el lenguaje verbal. Me pregunto sobre este pequeño, pero a la vez grandioso salto mental, cuya socialización podemos constatar hace más de 100.000 años ¿Qué sucedió para conseguir este logro, que revolucionó nuestro mundo? Esta pregunta forma parte de lo que hoy en día se conoce como “arqueología cognitiva”, una línea de trabajo apasionante de carácter transdisciplinar, que cada vez tendrá más peso en el estudio de nuestros orígenes.
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