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En varios posts anteriores he comentado sobre ciertas creencias (hipótesis) generalizadas sobre los humanos del pasado. Si la creencia tiene suficiente poder de sugestión puede permanecer durante décadas en la cultura popular, aunque la ciencia la haya refutado con argumentos sólidos. Lo mismo se puede decir sobre otros ámbitos de la ciencia. El asunto puede ser aceptable si no afecta a la salud o el bienestar de los ciudadanos. Pero una cosa es que las creencias (hipótesis científicas) formen parte de la cultura popular, aunque se haya demostrado su falsedad, y otra muy distinta es que no hagamos nada por evitarlo. Siempre afirmo que la ciencia tiene que estar en la calle y formar parte de la vida de todos. Por supuesto, las aplicaciones científicas pueden mejorar nuestra existencia y contribuir a nuestro bienestar, pero el conocimiento puro también ha de ser patrimonio de todos y tiene que estar lo más actualizado posible.

Cazadores y recolectores del Pleistoceno, según un dibujo de Mauricio Antón.

Hace algunas semanas un buen amigo me hizo un comentario espontáneo sobre el comportamiento de nuestros antepasados, asumiendo con la mayor naturalidad que somos primates nómadas. Un comentario normal, que aparece en los libros de textos de nuestros alumnos de primaria y bachillerato. Pues lo cierto es que ese tipo de comportamiento no forma parte de nuestro ADN, pese a lo que en apariencia puede inferirse del conocimiento de la prehistoria y de la historia de la humanidad. A nuestra mente le cuesta mucho comprender el concepto de tiempo y solemos comprimir los sucesos de tiempos pasados, que han sucedido a lo largo de cientos de miles de años. Por ejemplo, los homínidos salimos de África hace unos dos millones de años, cuando llevábamos el doble de tiempo viviendo en los bosques y las sabanas de este continente. Después de ese evento nos extendimos por las regiones de Eurasia más favorecidas por el clima a lo largo de otros dos millones de años. Finalmente, la especie Homo sapiens salió nuevamente del continente africano, probablemente en dos o más oleadas de población, y acabamos por colonizar casi todo el planeta durante más de 100.000 años.

Estos movimientos de población se han producido en períodos de tiempo casi inimaginables por su larga duración. Pero nuestra mente tiende a reducirlos a eventos muy rápidos, casi instantáneos. Además, hemos de reflexionar sobre si esos movimientos responden a un comportamiento normal fijado en nuestro genoma o son fruto de la necesidad. Pensemos en lo que sucede en nuestro tiempo. Cierto es que somos primates con una enorme curiosidad. Es por ello que nos gusta viajar y conocer otros lugares. Las exploraciones de regiones desconocidas forman parte de nuestra historia. Sin embargo, estos hechos no responden al concepto de nomadismo, sino a nuestra insaciable curiosidad. Somos curiosos sencillamente porque nuestro cerebro madura con enorme lentitud. No obstante, algunas que poblaciones del planeta, como los habitantes de las regiones desérticas de la mitad norte de África, practican el nomadismo ¿Qué mueve a esas poblaciones a desplazarse de manera continuada?

La respuesta es sencilla. Si nos movemos es por pura necesidad. Necesitamos agua y alimentos esenciales para vivir. Si disponemos de estos elementos podremos permanecer en el mismo lugar durante docenas, cientos o quizá miles de años. Pero cuando nos faltan los recursos esenciales nos moveremos para buscarlos. En los países desarrollados y con medios de vida generosos nadie emigra hacia otros países sino es por el placer y el deseo de conocer otros lugares y aprender cosas nuevas. Todos sabemos lo que representa una migración por necesidad, que puede acabar en tragedia. Así pues, podemos extrapolar al pasado lo que sabemos de nosotros mismos y razonar que los homínidos solo se movieron cuando las condiciones climáticas mermaban o hacían desaparecer los recursos esenciales: agua y comida. La presencia de competidores y/o predadores en un ecosistema o un cierto crecimiento demográfico podía empujar a los homínidos hacia la búsqueda de regiones más favorables. Si añadimos el factor tiempo en su justa medida podremos entender la colonización de regiones muy extensas a lo largo de miles de años. La propia sierra de Atapuerca es un magnífico ejemplo de lugar privilegiado, en el que diferentes humanos del pasado pudieron permanecer durante mucho tiempo, mientras las condiciones lo permitían. Esas condiciones podían durar miles de años. En la mayoría de los yacimientos han quedado evidencias de las disputas territoriales por ocupar y explotar los recursos de la sierra y sus alrededores.