Desde hace muchos años, cuando se supo que todos los humanos tenemos un origen africano, se extendió la idea de que todas las especies de Eurasia procedemos de este continente. Tras la primera expansión de los humanos fuera de África, ocurrida hace unos dos millones de años, pudieron seguir varias salidas adicionales a través del Corredor Levantino. Todas estas migraciones habrían dado lugar a la diversidad que se registra en los yacimientos de Eurasia. La posibilidad de un retorno de estas poblaciones hacia África no está contemplada en los modelos paleodemográficos.
La Dra. María Martinón propuso en su tesis doctoral (2006) que la especie africana Homo ergaster pudo surgir del retorno hacia África de las poblaciones que se estaban moviendo hacia el norte hace unos dos millones de años. Recordemos que esos primeros emigrantes africanos están representadas por los homininos del yacimiento de Dmanisi (República de Georgia). Su hipótesis no ha tenido gran eco en la comunidad científica, pero tampoco ha pasado inadvertida.
Desde hace unos años, María Martinón y quién escribe estas líneas mantenemos que nuestra especie (Homo sapiens) surgió en África, tras el retorno hacia este continente de una población del suroeste de Asia. Esta población también habría dado lugar al origen de la genealogía de los Neandertales (Homo neanderthalensis). Los grupos humanos de esta región pudieron moverse hacia África a través del Corredor Levantino. Por el momento, esta hipótesis tampoco ha tenido un eco sustancial en la comunidad científica, que prefiere la idea más sencilla de un origen africano para cada especie o población de Eurasia. El viaje hacia el norte nunca habría tenido vuelta atrás.
Llegados a este punto, es importante recordar que el Corredor Levantino, una amplia área del suroeste de Asia y buena parte del norte de África (incluyendo vastas regiones del actual desierto de Sahara) han sido un lugar privilegiado para la biodiversidad durante las épocas glaciales del hemisferio norte. Visto de este modo, todas estas regiones pudieron ser tanto fuente de movimientos migratorios como receptor de poblaciones humanas. Y todo ello a través de su conexión a través del Corredor Levantino, que habría sido una verdadera “puerta giratoria” para los humanos en dirección hacia Eurasia, pero también en dirección hacia África.
En un trabajo liderado por nuestras colegas de la Universidad del País Vasco Montserrat Hervella y Concepción de la Rúa (Scientific Reports, mayo de 2016) se analiza el ADN mitocondrial de los restos óseos del individuo 1 recuperado del yacimiento rumano de Pestera Muierii (Cueva de la Mujer), que está datado en 35.000 años antes del presente. El conjunto de restos humanos está formado fundamentalmente por un cráneo de rasgos femeninos, una mandíbula y una escápula, cuyo estudio fue publicado en 2006 por Andrei Soficaru y otros colegas en la revista PNAS. Aunque en este trabajo se aboga por un mosaico de caracteres de Homo sapiens y Homo neanderthalensis para este cráneo, lo cierto es que su aspecto es totalmente moderno, como el de cualquiera de nosotros. Aunque aceptamos la hibridación de los miembros de nuestra especie con los neandertales, los huesos son incapaces de mostrarnos esa hipotética hibridación. Para ello hay que recurrir al ADN.
Esto es lo que han hecho M. Hervella y C. de la Rúa, que de momento han conseguido secuenciar el ADN mitocondrial de estos restos de Rumanía. La sorpresa de su investigación ha sido encontrar una serie de alelos característica del ADN mitocondrial de las poblaciones de todo el norte de África (haplogrupo U6). Los haplogrupos son excelentes marcadores genéticos de las poblaciones humanas, que permiten inferir movimientos migratorios de los miembros de nuestra especie en tiempos recientes. Este hallazgo sugiere que las poblaciones de Homo sapiens retornaron en algún momento desde Eurasia hacia su África natal.
Las investigaciones de nuestras colegas de la Universidad del País Vasco confirman la posibilidad de movimientos entre África y Eurasia en las dos direcciones. Podría argumentarse que las poblaciones de nuestra especie disponían de una tecnología más avanzada para realizar estos viajes de ida y vuelta; pero este argumento no resulta convincente. Todas las especies se mueven si las condiciones son favorables, y ninguna dispone de la tecnología humana. Los movimientos migratorios hacia el sur pudieron ser favorecidos por el enfriamiento del hemisferio norte durante las épocas glaciales. En estos estos períodos, el suroeste de Asia y el norte de África se transforman en un auténtico vergel, como lo prueban los sondeos geológicos realizados en estas regiones. Si añadimos datos sobre la duración de las épocas glaciales tendremos un argumento adicional para convencernos de que resultaba mucho más atractivo vivir en el sur de Eurasia y el norte de África que en el norte de Europa. Por poner un ejemplo, la penúltima glaciación se cifra entre 190.000 y 130.000 años antes del presente, mientras que la última fase glacial, se extendió entre hace 70.000 y 14.000 años (unas 2.200 generaciones humanas).
Las poblaciones que vivieron en el suroeste de Asia y el norte de África durante las fases glaciales tuvieron la oportunidad de moverse por la “puerta giratoria” del Corredor Levantino en ambas direcciones a través de un paisaje idílico.
Podemos imaginar un vasto territorio, mucho más verde y repleto de cursos fluviales y lagos para darnos cuenta de las ventajas de vivir en estas regiones. En este ejercicio de imaginación contamos con la “ventaja” de que estamos percibiendo en tiempo real las consecuencias del cambio climático favorecido por la actividad humana.
José María Bermúdez de Castro
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