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En 2015 supimos de la existencia de una nueva especie del género Homo. Lee Berger y un ingente equipo de colegas de diferentes especialidades publicó en la revista eLife la diagnosis de la especie Homo naledi. Los restos fósiles de 1550 especímenes de un número mínimo de 15 individuos se rescataron de la cámara Dinaledi, ubicada en el interior de la cueva de Rising Star de Sudáfrica. La rápida (y para muchos/as precipitada) recuperación de los restos fue muy debatida entre los especialistas. La cámara Dinaledi es casi inaccesible en la actualidad, salvo para profesionales de la espeleología y con los medios necesarios. Así que los fósiles allí depositados, sin contexto estratigráfico y biocronológico, se recuperaron en un tiempo record y realizando el seguimiento desde el exterior mediante un sofisticado sistema de cámaras de vídeo.

Esquema de las cavidades de la cueva Rising Star y la cámar de Dinaledi. Fuente: laberinto de la identidad.blogspot.com.

La ausencia de datos sobre la antigüedad de los fósiles seguramente impidió su publicación bien en Nature o en Science. En la actualidad seguimos sin conocer la antigüedad de los fósiles, aunque se han realizado estudios parciales de diferentes elementos anatómicos y se han planteado escenarios evolutivos y filogenéticos hipotéticos para épocas tan dispares como el Plioceno o el Pleistoceno Medio. No me cabe duda de que con el tiempo se conseguirán datos suficientemente fiables para ubicar los fósiles en su época correcta. La importancia de este hallazgo merece el esfuerzo.

Mientras llega ese momento, algunos expertos en tafonomía (ámbito de la geología que estudia historia de los restos desde su deposición hasta su recuperación para el registro fósil) se han aprestado a debatir sobre lo que sucedió en la cercanías de la cueva de Rising Star hace un tiempo indeterminado. Lee Berger y sus colegas plantearon desde el principio la hipótesis de una acumulación intencionada de cadáveres. De ser correcta, podría tratarse de una de las primeras (sino la primera) manifestaciones culturales de comportamiento proactivo relacionado con los muertos por parte de los humanos. Claro está, que sin conocer absolutamente nada sobre la cronología de Homo naledi cualquier hipótesis tropieza con ese grave problema. Por mucho que el cerebro de esta especie no tuviera más de 500 centímetros cúbicos y que su anatomía esquelética esté revelando rasgos muy arcaicos, es importante recordar que la especie Homo floresiensis llegó hasta épocas relativamente recientes con un cerebro extremadamente pequeño.

¿Cuándo empezamos a preocuparnos por nuestros difuntos? Aunque Paul Pettit publicó en 2011 la hipótesis de que un cierto número de cadáveres de Australopithecis afarensis fueron cubiertos por sedimentos de manera intencionada en la laderas de un montículo de la región de Hadar (Etiopía) hace más de tres millones de años, es evidente que la socialización generalizada del enterramiento no sucedió hasta épocas muy recientes, con los neandertales y los humanos modernos. Este hecho sugiere bien una convergencia cultural, bien un comportamiento heredado hace más de 700.000 años de nuestro antecesor común con los neandertales. El yacimiento de la Sima de los Huesos (unos 400.000 años) puede ser la punta del iceberg de un comportamiento ritual de las poblaciones del linaje de los neandertales.

Si Homo naledi es tan antiguo como se presume por la morfología de sus fósiles, la hipótesis de Berger es muy atrevida. La (admirable) osadía de este investigador se nota no solo en su forma de actuar sino en sus planteamientos científicos. Sin embargo, a los expertos en tafonomía no se les escapa nada. Son los “verdaderos detectives” del pasado, como en la conocida serie norteamericana de “Bones”. La investigadora Aurore Val ha publicado un resumen de esta investigaciones en la revista Journal of Human Evolution. En la mayor parte de los restos de Homo naledi falta la capa superficial del hueso, por lo que resulta complicado saber si los huesos sufrieron mordeduras, arañazos, marcas de corte, etc., que explicaran algo sobre lo que sucedió en aquella época incierta antes de la acumulación definitiva de los restos. Si esos restos hubieran sido depositados en el interior de la Cámara Dinaledi se hubieran encontrado la mayor parte de los huesos de los diferentes esqueletos. Pero no es así. Si el número mínimo de individuos es de 15 resulta que solo se han recuperado el 11% de sus restos esqueléticos. Los demás huesos no están en la cueva. Faltan la mayoría de las costillas, la vértebras y el sacro y solo unos pocos restos aparecen en parte articulados. Si nos fijamos en el yacimiento de la Sima de los Huesos de Atapuerca, que en parte fue destruido por aficionados a la espeleología, resulta que varios de los individuos recuperados han preservado la mayoría de sus partes esqueléticas. En la Sima de los Huesos se depositaron cadáveres completos. En la Cámara de Dinaledi parece que no fue así.

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Pie de Homo naledi. Se trata de uno de los pocos restos articulados recuperados de la Cámara Dinaledi. Fuente: en.wikipedia.org.

Además, los “detectives del pasado” han observado ciertas modificaciones en los huesos, que pudieron ser realizadas en los huesos por cucarachas y ciertos caracoles de varias especies. Es evidente que estos animales no viven en el interior oscuro y cerrado de las cuevas, sino en el exterior. Así que los huesos de Homo naledi pudieron llegar al interior de la Cámara Dinaledi desprovistos de carne y tras haber sufrido los efectos de su exposición al exterior. Además, todo sugiere que en esta cámara se acumuló tan solo una parte de los esqueletos de los 15 homininos. Es casi seguro que hubo alguna antigua entrada, hoy en día desaparecida. Todo ello apunta a una acumulación no intencionada de cadáveres (como reiteradamente han sugerido Lee Berger y sus colegas), tal vez mediante su arrastre por medios naturales hacia el interior de la cueva. Es posible que los restos no fueran cubiertos por sedimento, como suele ser habitual en las cuevas. Alternativamente, se puede llegar a pensar que la corrientes de agua (tan habituales en el interior de las cavidades) pudieron alterar todo el conjunto dejando los fósiles al descubierto. Las condiciones ambientales constantes del interior de la cavidad habrían preservado los restos hasta la actualidad, pero tras una larga historia de acontecimientos muy difíciles de averiguar.

Sospecho que tendremos que esperar unos años para que los responsables de este yacimiento tan excepcional nos vayan relatando sus conclusiones, seguramente con más sosiego y sin la emotividad de los primeros momentos. Y lo primero es conocer la antigüedad. Si no se consigue un rango temporal razonable y no demasiado amplio, todas las hipótesis serán especulativas y se perderá una información muy necesaria para ir completando el puzzle de la evolución humana.

José María Bermúdez de Castro