Corría el mes de noviembre de 1974 cuando el paleoantropólogo Donald Johanson encontró los restos fósiles de un pequeño hominino en el antiguo cauce de un arroyo de la localidad de Hadar, en Etiopía. No fue el único hallazgo. Aquel año, el equipo de Johanson obtuvo una colección impresionante de fósiles de homininos en los sedimentos del valle del río Awash, en el llamado triángulo de Afar. La cronología del nivel geológico fosilífero se estimó en torno a los 3,2 millones de años. La colección de fósiles obtenida por el equipo de Johanson se combinó con los hallados por el equipo de Timothy White en la localidad de Laetoli, en Tanzania, para formar una nueva especie: Australopithecus afarensis. Esta especie se publicó tres años más tarde, tras un estudio complejo y no pocos debates. Se trataba de los homininos más antiguos de la genealogía humana descubiertos hasta ese momento.
Los restos encontrados por Johanson en el cauce de aquel arroyo representaban aproximadamente el 40% de los huesos del esqueleto de un individuo de poco más de un metro de estatura, identificado con las siglas A.L 288-1. Su peso no habría superado los 30 kilogramos. Gracias a las características de la pelvis, el individuo fue catalogado como una hembra de su especie. Como sabe todo el mundo, aquel esqueleto parcial pasó a la historia de la ciencia con el nombre de Lucy, uniendo su hallazgo a la letra de una las canciones clásicas de los Beatles. Siendo entonces uno de los restos fósiles más antiguos de nuestra genealogía, Lucy fue calificada como la “madre de la humanidad”.
Aunque la antigüedad de la especie Australopithecus afarensis ha sido superada con holgura por otras especies de homininos, Lucy nunca dejará de ser uno de los grandes hitos de la paleoantropología. Ni tan siquiera el hecho de que esta especie haya sido considerada como el origen de las especies del género Paranthropus ha restado interés al fósil A.L. 288-1. Recordemos que los parántropos representan un linaje separado del tronco principal de la genealogía humana, extinguido hace aproximadamente un millón de años. Así que Lucy y los suyos no estarían en la línea directa que condujo hacía la humanidad actual.
En 1981, Donald Johanson y el periodista científico Maitland Edey publicaron un libro titulado “Lucy. The Beginnings of Humankind”, que en 1982 se tradujo al castellano con el título de “Lucy. El primer antepasado del Hombre”. Aquel libro consiguió mezclar perfectamente los datos científicos con las aventuras de quienes encontraron los fósiles en las duras condiciones de los cálidos y secos parajes africanos del cauce del río Awash. La publicación de este libro fue un verdadero revulsivo para la divulgación de los orígenes de la humanidad e hizo famosa a la vieja Lucy. Los restos de A.L. 288-1 no pueden faltar en ninguna exposición sobre evolución humana y cualquier estudio de este hominino despierta un enorme interés.
Es por ello que la revista Nature ha recogido en sus páginas la investigación sobre las posibles causas de la muerte de Lucy. El investigador John Kappelman (Universidad de Texas) ha liderado un estudio con las modernas técnicas de microtomografía computerizada (micro-CT), aprovechando que los restos de Lucy habían viajado a los Estados Unidos para una exposición. Era la oportunidad para analizar de nuevo los fósiles de Lucy con imágenes de altísima resolución, que han permitido observar lo que el ojo humano no puede ver a simple vista. Aunque los huesos de Lucy presentan roturas producidas durante los más de tres millones de años que estuvieron enterrados, Kappelman y sus colaboradores han localizado fracturas en varios de los huesos fosilizados, presuntamente producidas en el momento de la muerte de Lucy (fracturas perimortem).
El estudio ha sido realizado con una minuciosidad propia de los forenses más famosos de las series televisivas. El texto del artículo publicado en Nature explica con todo lujo de detalles la localización de las fracturas, su naturaleza y el posible orden en el que se produjeron. Todo ello permite a los autores presentar un escenario plausible de los hechos que causaron el fallecimiento de Lucy. Para estos investigadores, Lucy murió tras una caída desde cierta altura. Las últimas fracturas se produjeron en la cabeza de los húmeros y en la escápula derecha cuando Lucy trataba de amortiguar el golpe. También se fracturó la mandíbula en el último golpe de su cabeza al chocar contra el suelo.
Tras esa descripción, Kappelman y sus colaboradores recuerdan estudios previos sobre el paisaje que se podía ver en la región de Hadar hace tres millones de años. Los datos paleoecológicos han señalado siempre la existencia de bosques frondosos durante el Plioceno en esa región del este de África. Aunque el bipedismo de la especie Australopithecus afarensis está perfectamente demostrado, su esqueleto postcraneal todavía presenta adaptaciones que sugieren capacidades trepadoras. En efecto, Lucy podría trepar con enorme facilidad gracias a esas adaptaciones y a su tamaño y peso tan reducidos. Seguramente podía buscar alimento en las copas de los árboles y, como sugieren los autores del trabajo, los miembros de Australopithecus afarensis pudieron dormir entre la ramas más altas como hacen otros primates.
El trabajo de Kappelman y sus colaboradores es impecable. No obstante, estos autores terminan por presentar sus resultados como una evidencia adicional de la existencia de bosques frondosos y de árboles elevados en aquel tiempo y en aquella región. El escenario imaginado precisa esos elementos si ó si. Así que su magnífico trabajo forense acaba por diseñar el escenario perfecto para explicar la muerte de Lucy. Este final es comprensible, porque permite redondear la investigación con una salida espectacular. Pero, cuidado, la presunta caída de Lucy desde las alturas no es una evidencia paleoecológica. Aunque los autores utilizan siempre el condicional, todos nos quedamos con la idea de que Lucy se cayó de un árbol mientras comía o se echaba una buena siesta.
Por otro lado, la revista Nature publica aquellas investigaciones que mueven las fronteras del conocimiento. Apenas un 2% de los trabajos que se envían a esta revista terminan por ser aceptados tras una minuciosa revisión. La magnífica investigación de las posibles causas de la muerte de Lucy es muy interesante y puede ser motivo de un nuevo libro. Pero las fronteras del conocimiento no se han movido con este trabajo. Pero Lucy siempre puede dar una buena publicidad a una editorial científica que, lo queramos o no, también es un gran negocio.
José María Bermúdez de Castro
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