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El debate que viene

En el post anterior comenté la escasez de hallazgos de fósiles humanos en yacimientos del Pleistoceno de Europa. No es buena noticia, porque seguimos atascados con un montón de interrogantes sobre lo que pudo suceder en nuestro continente durante el Pleistoceno Inferior. También seguimos en un mar de dudas acerca de la primera mitad del Pleistoceno Medio. Este verano ha sido muy interesante el debate en la red protagonizado por Chris Stringer y John Hawks acerca de la especie Homo heidelbergensis. Yo diría que ha sido lo más interesante a falta de hallazgos de entidad en yacimientos de este período, si exceptuamos los realizados en la sierra de Atapuerca.

Desde que el nombre específico Homo heidelbergensis se recuperó para la genealogía humana, hace ahora más de treinta años, su credibilidad como especie paleontológica ha perdido enteros. Cierto es que en los años 1980s se hacía necesario dar un sentido a un buen puñado de fósiles datados entre unos 600.000 y alrededor de 150.000 años. Estos fósiles parecían haber avanzado desde el punto de vista evolutivo con respecto a Homo erectus, pero para muchos expertos (no para todos) no cabían en nuestra especie. Los restos de este período mostraban ciertas similitudes entre ellos, aunque se habían recuperado de yacimientos muy alejados entre sí tanto de África como de Eurasia. De haber pertenecido a cualquier otro grupo de mamíferos jamás se hubieran agrupado. Pero en evolución humana nos manejamos en un “universo paleontológico” diferente. Para nombrar a estos fósiles se tomó el nombre de Homo heidelbergensis, que Otto Schoetensack otorgó en 1908 a la mandíbula encontrada en los arenales del río Neckar, en la aldea de Mauer y a pocos kilómetros de la ciudad alemana de Heidelberg. Schoetensack nunca publicó una diagnosis de la especie, sencillamente porque no le era posible hacerlo a partir de un único espécimen. Aquí tenemos el primer hándicap.

Esa diagnosis, tan esperada en las últimas décadas, nunca se ha publicado. Entre los restos añadidos de manera formal a la especie no había mandíbulas. Ciertamente, podríamos citar las mandíbulas de la cueva de Arago, en el sur de Francia. Pero los responsables de este yacimiento, el matrimonio Henry y Marie Antoinette de Lumley, siempre se han mostrado remisos a incluir los restos de la cueva de Arago en Homo heidelbergensis. Ellos han preferido siempre asignar los fósiles humanos a la especie Homo erectus. En 1999 llegó un balón de oxígeno para la especie de Schoetensack, cuando los fósiles de la Sima de los Huesos (SH) de la sierra de Atapuerca fueron incluidos en Homo heidelbergensis. Era la oportunidad esperada para realizar una diagnosis formal, que pusiera a la especie en la genealogía humana con todos los honores. Pero una cosa era incluir con 6.000 fósiles de SH en esta especie y otra cosa admitir que podían juntarse con sus contemporáneos de África y Asia. Era más que evidente que los humanos de la Sima de los Huesos estaban estrechamente emparentados con los Neandertales. Su posible relación con otros fósiles africanos y asiáticos de la misma época parecía más remota.

El debate estaba servido hasta que llegó el ADN de los fósiles de SH y quedó totalmente confirmado que los humanos recuperados de este yacimiento de la sierra de Atapuerca son “neandertales primitivos” de unos 400.000 años de antigüedad. Su posible cercana relación con otras poblaciones contemporáneas de África y Asia no se puede mantener en ningún caso. De haberlo hecho, hubiéramos contribuido a sostener una especie paleontológica artificial. Es más, en 2014 y a raíz de la publicación de los datos sobre el ADN de los homininos de SH se decidió retirar formalmente los ya casi 7.000 restos fósiles de este yacimiento de la especie Homo heidelbergensis. De nuevo, y ante la falta de hallazgos relevantes, la especie se quedó huérfana.

Reconstrucción de un cráneo completo de la cueva de Arago, a partir de restos fósiles de diferentes individuos.

Era como volver a la casilla de partida. Es por ello que los más firmes defensores de esta especie empiezan a dudar. De ahí el “careo informático” entre Hawks y Stringer. La mandíbula de Mauer es muy particular y no representa necesariamente al promedio de su especie. Es más, ya somos muchos los que vemos algunas características neandertales en esta mandíbula (600.000 años). Lo mismo sucede con los fósiles de la cueva de Arago. Aunque su aspecto sea primitivo, los rasgos neandertales ya estaban claramente presentes en estos fósiles (450.000 años). Según todas las evidencias, Europa fue el hogar de diferentes ramas relacionadas entre sí y pertenecientes a la familia (“clado”, en términos más científicos) de los neandertales: Mauer, Arago, Sima de los Huesos…. Mientras, los fósiles africanos y asiáticos contemporáneos posiblemente dirigían sus pasos evolutivos hacia otro destino. En definitiva y en mi opinión, la siguiente generación de jóvenes paleoantropólogos se atreverá a reformular los principios que han regido el escenario evolutivo del Pleistoceno Medio. Sería muy deseable el hallazgo de nuevos fósiles en África y Eurasia, con buenas dataciones y suficiente entidad para ayudar al debate que se avecina.

José María Bermúdez de Castro

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