Como en el juego de la siete y media, en evolución humana o te pasas o no llegas. Desde principios del siglo XX hemos experimentado tres fases en lo que se refiere al número de géneros y especies. La primera fase consistió en enriquecer de manera desordenada la genealogía humana con docenas de nuevos géneros y especies. Ernst Mayr (1904-2005) pinchó el globo en 1950, resumiendo toda la evolución del género Homo en dos especies: Homo erectus y Homo sapiens. En 1964, Richard Leakey, Phillip Tobias y John Napier publicaron en la revista Nature el diagnóstico de la especie Homo habilis, gracias a sus hallazgos en el yacimiento de Olduvai. Diez años más tarde, tras una lucha encarnizada contra la filosofía sintética de Mayr, la especie consiguió ser admitida por toda la comunidad científica. Pero ahí se quedó todo. Homo habilis, Homo erectus y Homo sapiens, habrían evolucionado de manera lineal sin ruptura de su continuidad reproductora.
Durante los años 1980s, un grupo de paleoantropólogos encabezado por Ian Tattersall y Bernard Wood se revolvieron contra la síntesis de Mayr. El hallazgo de numerosos fósiles durante más de treinta años comenzó a ser un problema. Los tres cajones: Homo habilis, Homo erectus y Homo sapiens se quedaban pequeños. Así comenzó la batalla por incluir más especies en el género Homo. Bernard Wood incluyó a Homo ergaster (que había sido nombrada en 1975 por Groves y Mazak) y Homo rudolfensis. En 1997 se publicó la diagnosis de la especie Homo antecessor en la revista Science. Esta última especie es quizá la que ha salido mejor parada de la dura batalla entre los llamados “spliters” (partidarios de la existencia de más de tres especies en el género Homo) y los “lumpers” (partidarios de la síntesis de Ernst Mayr), simplemente por el hecho de que, junto a un diente de leche del yacimiento de Barranco León (Granada) y la mandíbula del yacimiento de la Sima del Elefante (Atapuerca), los restos del nivel TD6 de Gran Dolina son los únicos fósiles humanos del Pleistoceno Inferior de Europa.
Una vez rota la resistencia de quienes han abogado por una gran simplicidad en el género Homo, comenzaron a proliferar nuevos nombres de especie, unos con mayor fortuna que otros. Quizá el que más éxito ha tenido es Homo heidelbergensis, además de la recuperación definitiva de Homo neanderthalensis. Algunos nombres se pueden justificar con mejores argumentos, como Homo georgicus. Otros no han pasado de la pura anécdota, como Homo cepranensis.
Las excavaciones en lugares exóticos, como en la isla de Flores, dieron lugar a descubrimientos extraordinarios. Casi nadie pudo resistirse a la magia de los fósiles de la cueva de Liang Bua y se admitió en el club a la especie Homo floresiensis. La avalancha de datos provocados por el estudio del ADN en los fósiles provocó la rotura de los últimos diques. Los denisovanos casi llegaron a conseguir la categoría de especie, aún cuando nadie sabe como eran. Solo se han obtenido tres dientes y una falange, que fueron sacrificados en aras de la ciencia para conseguir el ADN. Por supuesto, mientras no haya más fósiles y una diagnosis formal, la posible especie de la cueva de Denisova no puede ser admitida como tal. Además de esta especie “fantasma”, ya se habla de un nuevo hominino desconocido, que dejó su huella genética en los habitantes de las islas de Andamán (golfo de Bengala). Mayukh Mondal y varios colegas (la mayoría del Institut de Biologia Humana de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona), han publicado en la revista Nature Genetics (Junio de 2016), la secuencia genómica de 10 individuos originarios de esta apartada región del Pacífico. Su comparación con el genoma de individuos del continente asiático revela su origen común y su relación con los primeros Homo sapiens de África. Sin embargo, los andamaneses llevan en su genoma las huellas de su mestizaje con alguna población extinguida de homininos.
Uno de los autores de este trabajo, el reputado paleogenetista Jaume Bertranpetit, es muy cauto y piensa que esa misteriosa parte del genoma de los andamaneses puede proceder de su mestizaje con miembros de Homo erectus. Sin embargo, no faltan voces atrevidas que hablan de una nueva especie enigmática. Estaríamos entonces en el mismo caso que los denisovanos. Una especie fantasma, de la que solo existen indicios genéticos.
Parece pues que estamos entrando en una nueva fase, en la que se tiende a incrementar el número de especies del género Homo. Si bien tenemos que reconocer la gran variabilidad del registro fósil, la prudencia y el método científico más riguroso tienen que ser nuestras guías, más que dejarnos llevar por una moda efímera. El reduccionismo extremo no parece la mejor opción, pero tampoco podemos volver a inflar el globo como se hizo a principios del siglo XX. De ser así, mi predicción es que el globo se volverá a pinchar y retornaremos a una nueva fase de síntesis.
José María Bermúdez de Castro
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