En el post anterior reflexionamos sobre la llamada “hipótesis de la abuela”, propuesta hace unos años por el científico James F. O´Connell, de la Universidad de Utah (USA). O´Connell postuló que la selección natural pudo haber favorecido la prolongación de la vida después de la época fértil en las hembras de Homo erectus. Las abuelas habrían sido un apoyo fundamental para cuidar a la crías destetadas y seguir participando en la recolección de alimentos. Mientras, sus hijas se habrían ocupado al cien por cien de sus crías lactantes. Como resultado de este proceso, la longevidad de los homininos se habría incrementado poco a poco durante el Pleistoceno.
La hipótesis de O´Connell podría mantenerse en caso de que los estudios paleodemográficos demostraran que un apreciable número de individuos de las especies del Pleistoceno Inferior y del Pleistoceno Medio podían alcanzar edades de entre 40 y 50 años. Por el momento, ningún estudio apoya este hecho. Aunque resulte difícil determinar con razonable precisión la edad de muerte de los adultos del Pleistoceno, un repaso general del registro fósil sugiere que no era sencillo superar los 30 años ¿Qué consecuencias podemos extraer de ese hecho?
Los expertos asumen que los grupos del Pleistoceno estarían formados a lo sumo por una veintena de individuos. En esos grupos podría haber entre 4 y 5 hembras y machos reproductores, mientras que el resto serían crías de diferente edades. Las dificultades para mantener la estabilidad demográfica de las poblaciones dependía del esfuerzo de cada grupo para conseguir alimento, evitar a los predadores y otros peligros que les acechaban a diario. La reproducción mantenida sin descanso permitía esa estabilidad demográfica. Las decisiones no se tomaban gracias a la experiencia de muchos años, como sucede en la actualidad, sino por la habilidad y la intuición de los jóvenes adultos y en particular de los líderes naturales de aquellos grupos, ya fueran hembras o machos.
Por otro lado, en aquella época tan remota no había tiempo ni para la reflexión ni para acumular conocimiento de manera regular. Parece una especulación, pero solo así podemos explicar que las innovaciones en la tecnología fueran mínimas y la cultura se mantuviera sin cambios aparentes durante miles de años. Recordemos que la llamada tecnología achelense fue ideada en África hace 1,7 millones de años, cuando Eurasia se estaba poblando con sus primeros colonizadores. Ese importante salto tecnológico, que por primera vez permitía la estandarización de las herramientas de piedra, tardó más de 800.000 años en alcanzar a los pobladores de Asia y Europa. Los jóvenes adultos de los grupos del Pleistoceno tenían bastante con procrear, conseguir alimento y defenderse de los predadores o de los rigores climáticos.
No cabe dudar de las habilidades cognitivas de nuestros ancestros. Pero la capacidad intelectual e innovadora de los más jóvenes solo tiene un efecto positivo a largo plazo cuando estos jóvenes viven al amparo de sociedades desarrolladas y en particular, cuando nos preocupamos y favorecemos el talento. La ecuación se completa con la experiencia acumulada por una longevidad mucho mayor. La semana que viene reflexionaremos sobre las razones de la longevidad máxima actual de nuestra especie, a raíz de una publicación reciente en la revista Nature.
José María Bermúdez de Castro
Queridos/as lectores/as, ha llegado el momento de la despedida. Este es el último post del…
No resulta sencillo saber cuándo y por qué los humanos comenzamos a caminar erguidos sobre…
Cada cierto tiempo me gusta recordar en este blog nuestra estrecha relación con los simios…
Tenemos la inmensa suerte de contar en nuestro país con yacimientos singulares del Cuaternario. Muchos…
Hace ya algunas semanas, durante una visita al Museo de la Evolución Humana de Burgos,…
Hoy se cumplen 210 años del nacimiento de Charles Darwin. Me sumo a los homenajes…