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Europa: un laboratorio evolutivo

En un artículo recién publicado en la revista Journal of Quaternary Science Reviews discutimos sobre el escenario evolutivo de Europa durante la transición entre finales del Pleistoceno Inferior y los inicios del Pleistoceno Medio. Entre ambos períodos sucedieron dos épocas glaciales de gran intensidad, que muy posiblemente dejaron diezmadas las poblaciones de muchas especies animales y vegetales. En particular, el momento más frío de ese largo período de transición se produjo hace entre 670.000 y 620.000 años. Las penínsulas del sur de Europa fueron los únicos refugios para las especies que sobrevivieron.

El registro arqueológico y el registro paleontológico tienen evidencias de que algo importante sucedió durante la larga transición. Quizá no sea casualidad el hecho de que tras ese momento tan frio las poblaciones humanas alcanzaron latitudes muy elevadas. Los yacimientos del norte de la actual Alemania ofrecen pruebas de ello. Esas poblaciones parecen ser relativamente numerosas, porque sus restos fósiles aparecen en muchos lugares de Europa. Además, las evidencias arqueológicas de multiplican por doquier. La industria lítica es diferente a la que se encuentra en los escasos yacimientos del Pleistoceno Inferior. El achelense, innovado en África un millón de años antes, acaba finalmente por instalarse en casi toda Europa, especialmente en el norte y el oeste del continente.

Aunque en el Pleistoceno Inferior del Europa solo tenemos a nuestra disposición los fósiles humanos del nivel TD6 del yacimiento de la Gran Dolina de la sierra de Atapuerca, su estudio comparativo con los fósiles de yacimientos del Pleistoceno Medio revela diferencias significativas. Nuestra investigación ha explorado los caracteres de las mandíbulas, que son relativamente abundantes en el registro fósiles de los homininos de Europa. Todo apunta a un cambio de población. Esta idea ha sido recurrente en la literatura científica. Existe un acuerdo yo diría que unánime en que hace unos 600.000 años se produjo una importante oleada de nuevos emigrantes hacia Europa, portadores de la tecnología achelense. La pregunta que nos hacemos es si esta nueva población encontró un continente vacío de humanos, o si los antiguos pobladores del Pleistoceno Inferior lograron sobrevivir en los refugios del sur de Europa junto a otras muchas especies de animales y vegetales.

La mandíbula de Mauer, encontrada en 1907 por Otto Schoetensack, representa el fósil más antiguo del Pleistoceno Medio de Europa. Su antigüedad de cifra en unos 600.000 años, y pudo pertenecer a uno de los humanos que invadieron Europa bien entrado ya el Pleistoceno Medio.

Nuestra idea es que Europa nunca quedó totalmente despoblada y que la entrada de un nuevo e importante contingente de humanos no significó la completa sustitución de la humanidad europea. Es más, los fósiles humanos de Gran Dolina (Homo antecessor) tienen evidencias muy claras de que ellos y los nuevos colonizadores de Europa tenían un mismo origen. Si ciertamente su parentesco era relativamente próximo la probabilidad de mestizaje era muy elevada. Las posibilidades de conseguir ADN de humanos tan antiguos son muy remotas y parece complicado contrastar esta hipótesis con métodos moleculares. Pero los caracteres morfológicos que se pueden estudiar en los fósiles apuntan en esa dirección. En definitiva, podemos hablar de una discontinuidad en la población humana de Europa entre el Pleistoceno Inferior y el Pleistoceno Medio, pero sin descartar en absoluto que los antiguos pobladores (Homo antecessor) pudieron legar sus genes y su cultura a los nuevos colonos.

Es más, proponemos en nuestro trabajo que este modelo fue reiterativo durante todo el Pleistoceno Medio y el Pleistoceno Superior, con entradas sucesivas de nuevos pobladores procedentes del mismo lugar geográfico. Ese modelo puede explicar tanto la variabilidad morfológica de los humanos de esa época en Europa como su manifiesta variabilidad cultural. Debido a la falta de información tendemos a simplificar las cosas, pero no podemos olvidar que la prehistoria de nuestro continente ha durado 1,5 millones de años. Los cambios climáticos, geográficos y ecológicos durante todo ese tiempo fueron importantes, como también lo pudo ser la historia de nuestra genealogía. Europa es una península en el extremo del gran continente eurasiático, con una geografía compleja. Un verdadero fondo de saco, propicio tanto para aislamientos como para hibridaciones. Europa ha sido (y lo seguirá siendo) un verdadero laboratorio evolutivo, donde siempre se han mezclado rasgos biológicos y culturales. De ahí la dificultad para mantener unidas a las numerosas tribus que vivimos hoy en día en el continente.

Nuestras investigaciones tratarán en un próximo futuro de contrastar la hipótesis recién publicada, con el estudio de las poblaciones del suroeste de Asia (incluyendo por supuesto el Corredor Levantino), un lugar privilegiado desde el punto de vista climático para el florecimiento de especies durante todo el Pleistoceno.

José María Bermúdez de Castro

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